23/10/09
La caja perfecta
Hace unos meses tomé unas notas a propósito de Kubrick después de un viaje de casi cien kms. con el maestro (de Dios, no Kubrick, claro) charlando sobre Barry Lyndon (1975). En fin, hablando con el maestro de otro maestro. Cuando se estrenó 2001: una odisea del espacio (1968) en Tui (en el cine Yut), yo tenía catorce años y estaba en los Maristas (quería ser misionero).
El cine tenía prestigio entre los hermanos maristas (promovieron más o menos por esas fechas la fundación del Cine-Club) y uno de ellos, que se había diplomado en Historia del Cine en Valladolid, nos impartió un curso y, aprovechando el estreno de la película de Kubrick, nos llevaron al cine y, luego... cine-forum. Fue el primer cine-forum al que asistí. Lo del cine-forum no tiene mucho interés, lo decisivo fue que 2001 fue toda una experiencia. Y claro, el prólogo me parece una de las mejores secuencias jamás filmadas, aún hoy resulta fascinante ese encadenado entre el hueso girando en el aire y las naves espaciales: un millón de años de evolución en una fracción de segundo. Una de las más bellas elipsis de la historia del cine.
Con los años, 2001 fue perdiendo la fascinación que me había encandilado a mis catorce años, pero ese prólogo sigue intacto como la primera vez. Así que 2001 y Kubrick están vinculados en mi memoria al descubrimiento de que el cine era, además, un arte que tenía una historia, que era un tema serio y que formaba parte del debate cultural. Y desde luego hay que admitir que los maristas eligieron una película que daba juego a la hora de debatir, claro que lo importante era el fondo, el tema, el mensaje. En fin, el monolito monopolizaba el cine-forum y, para mi sorpresa, a nadie parecía importarle la danza del hueso y la nave espacial. O sea que ese día descubrí al sospechoso formalista que había en mí. Y así hasta hoy porque he de confesar que del cine de Kubrick me fue quedando un poso, no de cine, sino de escenas, de trozos de películas, algo así como un libro de imágenes, antes que una filmografía. Si tuviera que quedarme con una película, sería con Atraco perfecto (1955). De las demás, con escenas (inolvidables, eso sí), como el suntuoso movimiento de cámara en el laberinto nevado de El resplandor (1980) -si no recuerdo mal fue la primera vez que se utilizó la steadycam en una película, o una de las primeras (o aquélla que abrió la veda, creo que con efectos más dañinos que benéficos)-;
de La chaqueta metálica (1987), Lolita (1962), Espartaco (1960)... Kubrick es un cineasta de un indudable poderío visual, de un perfeccionismo obsesivo y de un insobornable amor al cine. Pero la fascinación que me produjeron sus películas no ha resistido el paso del tiempo. Incluso aquéllas que me perturbaron como La naranja mecánica (1971). En los setenta y ochenta, cada vez que Kubrick estrenaba una película era un acontecimiento, pero rara vez vuelvo a ver sus películas y cuando vuelvo a ver alguna puedo disfrutar de esta o aquella secuencia, de tal o cual plano, pero sentir, lo que se dice sentir... La fascinación que sus películas me producen en algunos tramos, en ciertos momentos, no es suficiente para anular la distancia con el mundo representado en la pantalla. Como si las películas de Kubrick, en mi memoria de espectador, tuvieran fecha de caducidad. Experimento una fruición visual pero no emocional. Y es una lástima. Con el tiempo incluso empezó a resultarme un cineasta distante y antipático, y su última película -Eyes Wide Shut (1999)-, salvo un par de escena -o sea, otra vez lo mismo- no sirvió para remediarlo, sino todo lo contrario.
Total, que había tomado unas notas a propósito de Kubrick, pero vete a saber dónde las guardé. Entonces me acordé de que este verano, quizá el 1 de agosto, volvía de la compra cuando escuché la voz de Ángeles: "Ven a ver esto, seguro que te va a gustar". Y obedecí. Estaba viendo un documental títulado Las cajas de Kubrick. Y he de reconocer que me enterneció (Ángeles, claro, pero también Kubrick). La película es obra del periodista inglés Jon Johnson por encargo de la familia Kubrick. El periodista nunca conoció a Kubrick personalmente, pero el cineasta se interesó por un reportaje que Johnson realizó en 1996, Hotel Auschwitz. Como siempre que a Kubrick le interesaba algo, escribió el memo correspondiente para que el asistente se encargara de establecer el contacto con vistas a obtener una copia. Dos años después de la muerte de Kubrick, el mismo asistente volvió a contactarlo porque la familia del cineasta quería hacerle un encargo especial: que investigara y clasificara el material que Kubrick había guardado a lo largo de sus cuarenta años de carrera en casi 1000 cajas. Las casi 1000 cajas del archivo de Kubrick.
Documentación, guiones, fotos, cartas, dibujos, planos, maquetas... de las películas que realizó y de las que no llegó a realizar. Las casi 1000 cajas constituían la puerta a la cocina de Kubrick, a la intimidad del taller de un artista, de un cineasta, de un hombre. Lo único que no encontró Johnson en las cajas fueron las tomas desechadas de sus películas que Kubrick ordenaba icinenar tras disponer del final cut. Las cajas constituyen la prueba definitiva -por si hiciera falta alguna- del obsesivo perfeccionismo del cineasta, de la atención exhaustiva acerca de cada detalle, de cómo encargaba fotografiar toda una calle de Londres tramo a tramo para tenerla sobre un panel y estudiar al milímetro la localización perfecta para una escena o un plano. Basta un ejemplo para hacerse una idea de la enciclopédica preparación con que Kubrick abordaba la producción de una película: abandonó la adaptación de Wartime Lies, la novela de Louis Begley sobre el Holocausto porque Spielberg hizo La lista de Schindler; Spielberg empleó dos años en hacer la película, el mismo tiempo que llevaba Kubrick preparándose. Por no hablar del proyecto sobre Napoleón con el que llevaba treinta años y sobre el que había reunido 18.000 libros, hasta el punto de elaborar un fichero donde se podía seguir el día a día del emperador.
Es digno de ver cada memo perfectamente formateado con fecha y hora sobre los asuntos más dispares, las cartas que recibía clasificadas por los países de procedencia, los resúmenes de libros... Kubrick no entendía eso de las vacaciones, no sabía qué era eso de desconectar (tampoco desconectaba los ordenadores, faltaría más). Llamaba a quien fuera a cualquier hora y hablaba durante horas. Temía que se acabara el material de papelería que le gustaba y compraba cantidades industriales, no fuera a ser que dejaran de fabricarlo. Y siempre en la misma papelería. Y siempre pagaba en efectivo.
Nos gustó (y conmovió) ver a Kubrick grabar un mensaje de agradecimiento por el Premio D. W. Griffith que le había concedido el Sindicato de Directores de América en 1999: Todo aquel que haya tenido el privilegio de dirigir una película sabe que, aun siendo como intentar escribir "Guerra y paz" en un coche de choque, cuando funciona, entonces no existe nada en la vida que me haga más feliz. Era como escuchar las últimas palabras de un hombre -Kubrick murió unos meses después- que sólo concebía la vida filmando o preparándose para filmar películas (¡ay!) perfectas.
Johnson empleó cinco años en examinar e inventariar las cajas de Kubrick. El documental se cierra con las cajas perfectamente etiquetadas que desaparecen perfectamente estibadas en una sala esterilizada y en idóneas condiciones atmosféricas de conservación en la University of Arts de Londres adonde fueron donadas por la familia. Mira, exclamó Ángeles, como en 2001. Efectivamente, la sala parecía un decorado de 2001. Y allí permanencen desde marzo de 2007.
Pero lo que me conquistó de Kubrick fue que le irritaba lo difícil que resultaba abrir las cajas cuando estaban llenas de material. Así que, ni corto ni perezoso, se entregó al aquel de diseñar una caja que tuviera las dimensiones idóneas para archivar y para consultar lo archivado. E hizo que se la fabricaran. Y el fabricante tuvo que admitirlo, nunca había visto una caja tan bien pensada. Era la caja perfecta.
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que alivio!
ResponderEliminarnon poucas veces sentín algo así con K.
é curioso, pero, quizais tamén para min fose 2001 unha experiencia inaugural no cine
era pequeno, moi pequeno, non había butacas senón cadeiras pregables, tívena que ver de pé, uns "maiores" roubáronme o sitio, eu creo que alucinaban de que eu atendese, estiveron incordiando toda a función, (escoitábase a bobina a xirar, canto hai que non sinto ese son), a veces isto pareceume unha metáfora do que veu despois
foi como se marcaran a lume certas imaxes
non creo que hoxe estea máis perto do misterio dese film que aquel día, seguramente menos
nunca quixen volver velo
Barry Lyndon, (Os duelistas R. Scott), non sei, hai aí a chamada dunha Europa de chuvias, lamacenta, e lumes que agardan, esa luz dos interiores ao lume dos candís de aceite, ou das boxías, ou das labaradas que apenas coñezo, pero que foi a luz onde naceu o que somos, a gran noite da aldea e do pazo antigo que diría Pedrayo
como se pode botar a faltar esa necesidade? pero si
eu prefiro "Paths of Glory", anque de boa gana me quedaría a vivir en Barry Lyndon, a galope nun cabalo suado polo medio da chuvia, por vellos
camiños con algunha obsesión aí no peito
unha aperta
espero non interrumpir a clase con impertinencias, se é así, disimula