16/6/09

La familia


Este domingo volvimos a ver Tokyo monogatari de Ozu porque no podíamos ver Still walking -ni siquiera tengo esperanzas de que la estrenen por aquí-, la última película de Hirokazu Kore-eda, el director de Nadie sabe (2004) que tanto nos había gustado, aunque cualquier pretexto es bienvenido cuando se trata de volver a verla. Por lo leído, Still walking tiene ciertas afinidades (electivas) con el filme de Ozu. Quizá por lo que escribí ayer a propósito de Ford y Ozu me resultó un tanto paradójico el comienzo de la crítica de Carlos Losilla, en el último Cahiers, de la película de Kore-eda donde señala una "peculiar tendencia del cine contemporáneo que parece obsesionada, de un modo u otro, por el universo de la familia" -la cursiva y negrita son mías- "y sus contradicciones". Apunta Losilla algunos títulos recientes como Las horas del verano (Assayas, 2008), Gran Torino (Eastwood, 2008), Liverpool (Lisandro Alonso, 2008) o Aquele querido mês de agosto (Miguel Gomes, 2008). Quizá sería más exacto hablar de cosecha, incluso de muy buena cosecha de 2008. Enseguida se verá por qué.



Aquí va otra lista: Junebug (Phil Morrison, 2005), Una historia de Brooklyn (Noah Baumbach, 2005), Pequeña miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006), Juno (Jason Reitman, 2007), La familia Savages (Tamara Jenkins, 2007). Una serie de películas que suelen vincularse por su producción -se las etiqueta de películas indies, aunque el término independiente a estas alturas resulte, cuando menos, sospechoso- y por su universo temático -familias disfuncionales, efectivamente, la cursiva también es mía-.


Un inciso, tres de esas películas merecen ser recomendadas especialmente: Una historia de Brooklyn (un título lamentable, sobre todo si lo comparamos con el sugerente original: "El calamar y la ballena") -un retrato quirúrgico e implacable de las relaciones entre padres e hijos-, La familia Savages -una mirada penetrante, amarga y desolada sobre el abandono (de unos hijos por un padre y viceversa)-, ambas películas permiten, además, contemplar la encarnadura dramática de dos personajes muy distintos por Laura Linney, una de las grandes actrices americanas;


y Junebug -la exploración de un microcosmos a través de una odisea hacia el corazón de los silencios enterrados- con una extraordinaria Amy Adams. Cierro el inciso. A propósito del adjetivo disfuncional: ¿qué familia no lo es? Todos recordamos el comienzo de Ana Karenina: "Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". No va a enmendar uno a Tolstoi, pero bien pensado ¿por qué no?



Me refiero a que aún estoy por conocer alguna familia feliz, confieso esta laguna en mi experiencia vital. En fin, admitámoslo, una familia feliz es sólo una familia de la que desconocemos sus secretos, el cadáver en el armario, vamos. O sea, las películas citadas, entre las que no faltan las opera prima, se unen al universo de la familia, a la constelación de historias de padres e hijos, de hermanos, de quienes dejan el hogar y de quienes vuelven a casa... Señalo el factor opera prima porque revela un factor confesional, de experiencia fundacional, de herida reciente y, quizá, aun abierta. Obviamente, algo más que una cosecha, pero ¿una tendencia?


Vayamos un poco más atrás. En una entrevista que colgué recientemente en una de estas entradas, Víctor Erice se irritaba un tanto cuándo el amigo japonés trataba de escarbar en el tema de El espíritu de la colmena y El sur. Le parecía una obviedad señalar que sus películas tratan de padres e hijos. Incluso en la que se quedó sólo en un guión ejemplar, La promesa de Shanghai (a partir de El embrujo de Shanghai de Juan Marsé), volvía Erice a martillar en el mismo clavo. ¿Y qué decir de El desencanto de Jaime Chávarri, una película que deviene psicodrama y sumidero de agravios domésticos y despeñadero de afectos de los Panero? Por no hablar de La mejor juventud de Marco Tulio Giordana -de la que ya escribí aquí-, de Reyes y reina o Un cuento de navidad de Arnaud Desplechin -de las que también-, de Rocco y sus hermanos o Bellísima de Luchino Visconti, Padre padrone de los hermanos Taviani o de Lejos de la tierra quemada de Guillermo Arriaga. Ya acabo, eso sí, con un acorde operístico: El Padrino de Francis Coppola. Bueno, sí, pero también Apocalyse now, Peggy Sue se casó, La ley de la calle... y parece que la familia sigue nutriendo Tetro, su última película. Pensándolo bien la risa es un final mucho mejor: Los Simpson. Y ahora sí con la familia amarilla, sobran las palabras.


¿"Peculiar tendencia del cine contemporáneo"? Más bien manantial inagotable del universo ficcional desde la noche de los tiempos. ¿Qué es la Odisea sino una historia sobre la vuelta a casa? ¿Qué son Pulgarcito o Hansel y Gretel? La familia no sólo es un universo temático sino -y esto es mucho más importante- un universo metafórico: la familia es un refugio, un santuario, una cárcel, un pozo negro, un cuarto oscuro, una condena, una redención, una huida, un regreso, una salvación, casa encendida, nido de víboras, criadero de cuervos, un destino, una enfermedad, una demolición, un despeñadero, arenas movedizas, una posesión diabólica, una escuela... La familia es un agujero negro, un falso vacío, que atrae cualquier matriz dramática y, dotada de una gravedad repulsiva, explosiona en ficciones metamorfoseadas que guardan en el corazón la energía primera de la experiencia primordial.


La familia se limita a estar ahí. No puede no estar ahí. Aquí. La familia.

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