Hay películas cuyo encanto puede medirse por la capacidad de recobrar el niño que sobrevive en uno, aun en la gravedad -¿inevitable?- de la atmósfera de recogimiento de una filmoteca durante la proyección de una obra maestra, de la obra de un maestro del cine. Pero ese niño que sobrevive en uno, por la gracia de la pantalla, asoma y se manifiesta insolente, sin vergüenza, con descaro. Y alegría. Como un príncipe que recuperara, tras un largo exilio, un reino perdido. Una de esas contadas películas es La fortaleza escondida de Akira Kurosawa.
Después de Trono de sangre y Los bajos fondos el cuerpo le pedía a Kurosawa algo ligero, una película de aventuras emocionante, perfumada con humor y fantasía. Mientras rodaba Los bajos fondos, Ryuzo Kikushima escribía una historia a partir de una verdadera fortaleza escondida en la prefectura de Yamanishi donde había crecido. Kurosawa se reunió con Kikushima, y los habituales Hideo Oguni y Shinobu Hashimoto para escribir el guión de La fortaleza escondida. Ya comentamos en la entrada anterior cuál era el método de trabajo que empleaban y cómo se sentaban sobre las piernas cruzadas a una mesa baja y larga. Sólo que esta vez el método empleado fue diferente. Para Oguni, "era una película de estilo occidental". Basta comparar La fortaleza escondida con la película de Lucas que -valga el eufemismo- inspiró, La guerra de las galaxias, para darse cuenta de la distancia sideral -nunca mejor dicho- entre una y otra, más allá de -en palabras de Santos Zunzunegui- buena parte del esqueleto narrativo. Así que pongamos entre paréntesis, al menos, lo de occidental, quizá Oguni se refería a la actitud con que se abordó el trabajo de escritura, como un juego de construcción o una escritura como juego. O porque tenían entre manos una gozosa comedia de aventuras.
Kurosawa contó que cada mañana creaba una situación sin salida para la princesa Yukihime y el general Rokurota Makabe. A partir de ese problema argumental, Kikushima, Oguni y Hashimoto trataban de encontrar una solución, o sea, buscaban desesperadamente la forma de sacar el elefante de la bañera donde lo había metido el sensei. Y así día tras día hasta acabar el guión de La fortaleza escondida: el viaje de una princesa exiliada, custodiada por un guerrero, una dama de honor y dos campesinos cobardes y avariciosos -Matashichi y Tahei- por todo séquito, transportando lingotes de oro -el tesoro de la dinastía- enmascarados en haces de leña, a través de una frontera plagada de amenazas y enemigos, para recuperar el reino perdido; un viaje en el que espacio y tiempo se transforman en dimensiones del peligro y en medida del drama, una trama que representa ambién un itinerario espiritual: el camino a través del que la princesa descubre la vida, el reino terrenal, el mundo real. Pero los guionistas no sólo crearon una trama de aventuras, digamos seminal, a partir de un modelo canónico, sino que pusieron especial cuidado -y talento- en la vertiente cómica de la historia a través de la composición hilarantemente humana de Matashichi y Tahei de resonancias shakespearianas.
En 1958 Japón había adoptado el formato scope -la pantalla panorámica anamórfica-, la pantalla ancha, de una manera mucho más generalizada que Hollywood y lo rodaba casi todo en este sistema; sobra decir que Ozu nunca adoptó el nuevo formato. Kurosawa estaba deseando dirigir una película en scope y La fortaleza escondida fue la primera, de ahí en adelante adoptó el formato ancho que acentuaba el dinamismo y la energía del movimiento que caracterizaba la composición visual de sus filmes precedentes. Pero antes de plantar la cámara Kurosawa debía resolver un problema de casting.
Tenía que elegir a una actriz que encarnara a la princesa. En la productora Toho podía hacerlo entre muchas jóvenes y hermosas actrices, pero Kurosawa insistió en que debía ser una actriz sin experiencia, con dignidad de princesa y con la intensidad de la hija de un samurai. Cientos de chicas hicieron pruebas para el papel. Las rechazó a todas. La Toho puso en alerta a su organización en todo el país y al final encontraron a una joven de veinte años, Misa Uehara. Kurosawa quedó fascinado por sus "ojos milagrosos" y -recuerda la actriz- decidió "pintar" el rostro de la princesa tomando como modelo una máscara Nô: el maquillaje se creó usando un libro sobre el teatro Nô que el director había encontrado durante sus investigaciones. Le dieron clases de equitación y Kurosawa la puso en manos de Eiko Miyoshi, la veterana actriz que interpretaba a la dama de honor de la princesa, para que ensayara con ella.
Makabe (Toshiro Mifune), Tahei (Minoru Chiaki)
y Matashichi (Kamatari Fujiwara) en
La fortaleza escondida
y Matashichi (Kamatari Fujiwara) en
La fortaleza escondida
Para los papeles cómicos Kurosawa eligió a dos viejos conocidos como Minoru Chiaki (Tahei) y Kamatari Fujiwara (Matashichi) y para el general Rokurota Makabe a -¡cómo no!- Toshiro Mifune. La comicidad de Tahei y Matashichi resalta especialmente con la impavidez del general, un Mifune contenido (¡qué contraste con la composición de Los siete samurais!), que nunca interfiere en el despliegue de unos bufones encantadores que siempre se mantienen en el centro de la historia. Kurosawa y sus guionistas, al convertir a Tahei y Matashichi en los personajes principales de La fortaleza escondida, no ponen patas arriba un género perfectamente codificado pero sí abren una brecha por la que se cuelan aires renovadores y, sobre todo, adoptan una mirada humanista y humanizadora -desde 'los de abajo'- al viaje del héroe que constituye la espina dorsal de una película de aventuras.
El rodaje empezó el 27 de mayo de 1958 en Arima, en la prefectura de Hyogo, y el 1 de agosto se trasladaron a Gotemba, a 10 km., al oeste de Tokio, donde tenía previsto acabar a finales de mes. Pero tres tifones arrasaron los árboles y tuvieron que cambiar de lugar tres veces. Kurosawa y los elementos se perseguían con tesón. El rodaje acabó el 11 de diciembre y las últimas escenas del palacio se rodaron en el plató abierto de Toho. El 23 de diciembre Kurosawa terminó la postproducción y la productora pudo estrenar La fortaleza escondida el día de los Santos Inocentes.
La adopción del formato scope le permitió a Kurosawa ahondar en la exploración de las tomas largas y rentabilizar al máximo el corte, enfatizar el fuera de campo mediante miradas de temor y/o alarma hacia los bordes del encuadre, especialmente en una película donde los personajes vivían bajo la permanente amenaza de los enemigos de la princesa, un efecto que se conjuga con las cortinillas laterales que puntúan las elipsis al final de las escenas; trabajar con las asimetrías en la composición para comunicar el desequilibrio de los personajes, tensar el plano mediante líneas oblicuas contrapuestas y los movimientos diagonales de los personajes en la superficie de la pantalla, sacar el máximo partido a las rasantes horizontales -el horizonte como amenaza presentida- cerca del borde superior; conciliar la profundidad y la planitud en el curso de la película, la represa de la acción y su estallido, visualizar el aislamiento y la claustrofobia, y desplegar en todo su esplendor la caligrafía de los cuatro elementos. Una búsqueda formal en la que La fortaleza escondida representa una admirable cristalización. Basta recordar ese camino pedregoso por el que ascienden Tahei y Matashichi en las que las líneas oblicuas atraviesan el encuadre con un vigor inusitado; el poderoso despliegue de energía en movimiento de la cabalgada del general con la espada en ristre; los efectos de luz de luna que se reflejan en los estandartes de los soldados; la cascada en la que se esconde la princesa, el abrigo de los huidos bajo la lluvia o la fiesta del fuego donde la naturaleza y los elementos no sólo se alían con los personajes sino que constituyen el detonante de memorables revelaciones; y cómo no recordar las escenas de la revuelta de los esclavos donde Kurosawa y su director de fotografía Kazuo Yamasaki usan la pantalla ancha con una riqueza de detalles y un empuje narrativo de virtuosos. Cabe subrayar la aportación que supone la música de Masaru Sato, discípulo de Fumio Hasayaka -el autor de la música de Los siete samurais-, que dialoga con el relato visual potenciando las líneas de acción al tiempo de descubre, a veces de forma abrupta y otras de forma lírica, tonalidades silenciadas en el corazón de las imágenes, en las nacientes de la mirada de Kurosawa.
Cuando vi La fortaleza escondida ya había dejado atrás la infancia. Experimenté entonces un sentimiento contradictorio, pena por no haberla disfrutado de niño y gozo por haberme permitido comprobar que ese niño seguía vivo. Cada vez que vuelvo a verla no puedo evitar una sensación de melancolía, como el perfume de un tiempo perdido que se cifraba en la sala oscura de un cine de pueblo, a salvo de las ruinas de la Historia. Y como aquel precioso libro de Fernando Savater, La fortaleza escondida me transporta a lugar que no existe más que en la memoria de una pérdida, la infancia recuperada.
que bueno para dirigir actores fue Akira Kurosawa, sacaba lo mejor de ellos.
ResponderEliminar