o la escena en que la litera de Jack Lemmon -ya Dafne- se convierte en el camarote de los Marx, mientras Marilyn -o Sugar Kane- se va con Tony Curtis -o Josephine- a picar hielo y le cuenta que no puede resistirse a los saxofonistas por más que la acaben dejando tirada -Es que no tengo cerebro-.
Y releyendo aquí y allá en La vida de un hombre -"Cada hombre en su tiempo" sería la traducción literal y "Un hombre y su tiempo", una traducción ajustada al espíritu de la obra-, la autobiografía de Raoul Walsh que se editó aquí en 1982 y leí por primera vez aquel verano, descubro -lo había olvidado- el tributo que le rinde a Marilyn Monroe, la consideración que el cineasta sentía por una actriz tan bella y llena de talento.
Clark Gable y Marilyn Monroe
en el rodaje de Vidas rebeldes.
Arriba, una fotografía de Eve Arnold;
abajo, una de Cornell Capa.
Mientras rodaban Vidas rebeldes (John Huston, 1961), Marilyn Monroe le había contado a Clark Gable su lucha con el estudio para elegir los guiones y los directores, y el actor le habló de su amigo Raoul Walsh -con el que había rodado películas como The Tall Men o Un rey para cuatro reinas-, no encontraría un director mejor para ella. Y el cineasta cuenta -con orgullo, me resulta inevitable pensarlo- que Marilyn Monroe, el último día de rodaje de la última película -inacabada-, discutió con los directivos del estudio porque no se entendía con Cukor y quería que lo reemplazaran por Raoul Walsh.
Raoul Walsh
Al día siguiente la encontraron muerta. Los directivos le habían asegurado a Marilyn que Walsh era estrictamente un director de hombres y en sus películas las mujeres interpretaban papeles insignificantes. No sé si Marilyn los creyó, estoy convencido de que no; seguro que se fiaba de la recomendación de Clark Gable. Y además no era cierto. Sobran las pruebas.
Arriba, Ida Lupino en El último refugio;
abajo, Ida Lupino y Bogart con Walsh
en el rodaje de la película
Olivia de Havilland y Errol Flynn
en Murieron con las botas puestas
Teresa Wright y Robert Mitchum en Pursued
Arriba, Jane Russell y Clark Gable en The Tall Men;
abajo, Jane Russell con Walsh
en el rodaje de The Revolt of Mamie Stover
A la izda., Jo Van Fleet en Un rey para cuatro reinas;
abajo, Eleanor Parker y Clark Gable con Walsh
en el rodaje de la película
Virginia Mayo en Al rojo vivo
Por eso hemos vuelto a ver un western -con Virginia Mayo- poco valorado, que a menudo se despacha mal y rápido -como tantas veces tantas películas de Walsh, pongamos por caso Río de plata (1948)- , y aun de forma condescendiente, pero que me gusta mucho, Colorado Territory (1949),
que aquí se tituló Juntos hasta la muerte; vamos, para no andarse con chiquitas y que sepa uno qué va a ver.
Una película en el que Virginia Mayo inspiró a Walsh algunos de los más bellos planos a la hora de filmar su muerte.
Se trata de un remake de El último refugio estrenada diez años antes de la que conserva la fatalidad pero exacerba el romanticismo que preña la historia, y su aliento trágico; la fuerza -a un tiempo abstracta y metafísica- del paisaje y las resonancias míticas de la toponimia: Cañón de la Muerte, Ciudad de la Luna, Todos los Santos...
Le hablaré de Todos los Santos -le cuenta uno de los personajes a Joel McCrea-. Es realmente el fin de la nada. Los españoles fueron los primeros, llegaron los indios y los masacraron. Después una epidemia de viruela acabó con los indios. Sólo quedaron escorpiones y sabandijas. Más tarde un terremoto acabó con ellos. Nadie ha ido allí desde entonces. A no ser que se pierda alguna serpiente.
La fotografía de Sid Hickox -el mejor y más rápido de los operadores según Walsh- atrapa la belleza mineral de los acantilados, y la geología, que revela el movimiento interno de las escenas, deviene pura dramaturgia, un monumento a la medida del amor de Wes MacQueen (Joel McCrea) y Colorado Carson (Virginia Mayo).
Dos fantasmas en tierra de nadie, sin asideros en este mundo y con las horas contadas. Somos un par de imbéciles soñando en una ciudad muerta con algo que nunca ocurrirá, le dice Wes a Colorado poco antes que el destino los cobije, es un decir, en la Ciudad de la Luna, que el tiempo inexorable ha convertido en una necrópolis india.
En una de las primeras entradas de esta escuela hablé de los navajos. Y de tres directores tuertos: Ford, Lang y Walsh. En aquella ocasión no tenía a mano la autobiografía de Walsh, pero hoy os puedo dejar el nombramiento del cineasta como hermano de sangre de los navajos, el galardón del que se sentía más orgulloso:
"Yo, el JEFE TOM KEE, del Consejo Tribal de los navajos, certifico más abajo que
RAOUL WALSH
Gran Director de la producción cinematográfica Pursued ha sido presentado y ha pasado a ser miembro de la Tribu de los Navajos, con el nombre tribal de ETSAU YA APENTA, ÁGUILA DEL CIELO DE LA MAÑANA.
Y, ahora, a ti, Águila del Cielo de la Mañana, hermano de los navajos, ¡SALUDOS!
Tuyo es ahora el Patrimonio de la Gran Llanura y las Altas Montañas y las Corrientes y los Lagos Resplandecientes. Guarda bien nuestro Patrimonio. Siéntete orgulloso de nuestra Gran Tradición.
Y, ahora, pongo mi mano sobre este documento.
JEFE TOM KEE
Hombre Medicinal de los Navajos
Reserva de los Navajos,
China Springs, Gallup,
Nuevo Méjico."
Walsh creía que sólo podíamos avergonzarnos por el trato que se le había dado a los indios.
A la izda., Walsh con los navajos
en el rodaje de La gran jornada (1930)
Y cuando los días de holganza ya se han acabado seguimos soñando en una ciudad muerta -¿como imbéciles?- con aquella película de Walsh con Marilyn que nunca veremos.
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