Hoy me pasé todo el día con el guión que he empezado a escribir en la cabeza. Mientras comíamos en un restaurante de menú diario que frecuentamos cuando no nos apetece, no podemos o no nos cuadra comer en casa, Ángeles escuchó en un informativo de la televisión que habían robado el Códice Calixtino.
El Codex Calistinus. Un libro miniado del siglo XII. Un documento fundacional de la idea de Europa. La primera guía de peregrinos a Compostela, o sea, la primera guía de viajes de Occidente. Una joya bibliográfica de valor incalculable. Sólo se me ocurre una imagen comparable: es como si hubieran robado el Pórtico de la Gloria. Pero más portátil, claro. Me parecía imposible. Pasé el resto del día trabajando en el guión y, ahora que he visitado algunas webs de periódicos, además de imposible me parece inverosímil, es decir, perfectamente real y verídico. Dicho de otra forma, increíble. Cómo se puede creer que el Códice Calixtino haya desaparecido el viernes de la cámara donde se custodiaba, sólo se echara en falta el martes por la tarde y no se denunciara hasta esa noche, hace más o menos cuarenta y ocho horas. Que semejante tesoro de la catedral de Santiago no se encuentre asegurado. Que ninguna de las cinco cámaras que vigilaban la estancia que alberga, valga la redundancia, la cámara estuviera enfocada hacia la ídem. Que sólo el deán de la catedral y dos de sus colaboradores tuvieran acceso al Códice Calixtino pero que el control sobre las llaves, que aparecieron en la cerradura de la cámara, tras el robo fuera "bastante laxo". Que el deán no sospeche de nadie, "porque tener malos pensamientos es pecado".
En la radio hablan del robo del Códice Calixtino como de una historia digna de una novela (quizá piensan en El código Da Vinci) o de un guión para un thriller. Pero nada de eso. Con los mimbres de que disponemos esto da -y no es poco- para una comedia que conjugue costumbrismo, absurdo y esperpento, vamos, un disparate surreal con los pies en la tierra. Algo así como un cóctel de Valle, Ionesco y Blake Edwards (el del inspector Clouzot y la Pantera Rosa, cuyos gags nunca me hicieron reír tanto como cuando me los representaba Raúl Dans mientras escribíamos guiones, quizá no tan desopilantes, aunque a veces sí).
La verdad, nada me parece más apetecible. No me voy a apartar del teléfono por si llama algún productor. O lo que sea.
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