28/1/09

Los navajos y los tuertos en las praderas del centauro

Fotografía de E. S. Curtis


Debía tener ocho o nueve años cuando me regalaron por Reyes una colección de doce libros de tapas duras amarillas bajo el título de Grandes… Grandes Cazadores, Grandes Exploradores, Grandes Jefes Romanos, Grandes Conquistadores… Eran volúmenes de unas doscientas páginas y una docena de biografías cada uno, que combinaba el texto con una historieta que resumía la historia cada cinco páginas más o menos. Cuántas horas lentas y felices me regalaron. Disfrutaba tanto con ellos que procuraba prolongar el placer contando lo que leía a la familia, a los vecinos, a quien se me ponía por delante, narrando de viva voz, añadiendo de paso incidentes que imaginaba, inventando situaciones sobre la marcha, cuando advertía el más leve síntoma de que los tenía “enganchados” al nudo de la historia. Sobre todo cuando contaba la historia del asesinato de Julio César que yo titulaba, solemne y lleno de razón, 'los idus de marzo'. Con qué fruición iba desplegando los momentos de la conspiración, las sospechas, los presagios, las amenazas; el círculo del destino que se cerraba en torno a… Cuánto poder es capaz de experimentar uno con el dominio del engranaje de una trama, aunque sea en grado de aprendiz, hasta qué punto puede uno engolfarse en el vicio… En fin, supongo que me sentía un Homero llegando a una aldea y que, a cambio de una taza de caldo caliente, los lugareños le pidieran un cuento que llevarse a la cama para calentarse el espíritu. Imagino que más de una vez estuvieron tentados los oyentes de taparme la boca como al bardo de las historias de Asterix. Pero no lo hicieron, y aquí estamos. Leí cada volumen muchas veces, pero ninguno tantas como el dedicado a los Grandes Jefes Indios, mi favorito.


Fotografía de E. S. Curtis

Recupero mi infancia cada vez que vuelvo a aquellas páginas, como si fuera ayer, las recuerdo muy bien. Aún hacen latir más fuerte mi corazón aquellos nombres, como una letanía sagrada: Alce Negro, Arco Iris Llameante, Nube Roja, Águila Azul, Toro Sentado, Caballo Loco, Cochise, Jerónimo, Estrella fugaz, Conejo Corredor, Oso Blanco, Halcón Negro, Mangas Coloradas…

Fritz Lang

Supongo que ese bagazo de la infancia continúa fermentando porque, en su momento, me alegró mucho saber que Fritz Lang, tras salir pitando de Alemania cuando Hitler se hizo con el poder y, tras su estancia en París donde rodó Liliom (1934) para ir tirando, en sus primeros meses de estancia en América se dedica a estudiar y fotografiar los dibujos de arena de los navajos.


Unas pinturas que expresan un simbolismo ancestral relacionado con la mitología y cuyos motivos se desprenden de sus leyendas: los dibujos de arena cargados de fuerza telúrica liberan un poder mágico.




Joseph Campbell estudió esas formas de arte efímero y ritual en Los mitos en el tiempo, allí cuenta el poder que tienen las formas simbólicas para el artista navajo. En una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, indios navajos fueron invitados a elaborar sus pinturas de arena.


Para sorpresa de todos los asistentes, ninguna de las obras estaba totalmente terminada, cuando les preguntaron por una en particular, los indios sonrieron y dijeron que, si la completaban, mañana todas las mujeres de Manhattan quedarían embarazadas.


El poder de las imágenes, nada nuevo por otra parte, en cualquier cultura: los navajos lo sabían de sobra.



Monument Valley se encuentra en la reserva de los indios navajos, a caballo de la frontera entre Arizona y Utah. Jonh Ford ha rodado allí, en su totalidad o en parte, nueve de sus películas: La diligencia, Pasión de los fuertes, Fort Apache, La legión invencible, Wagon Master, Río Grande, Centauros del desierto, El sargento negro y El gran combate. En Hollywood, cuenta Peter Bogdanovich, lo llaman la tierra de Ford.


John Ford por Richard Avedon

John Ford, amigo de los navajos y estudioso de su cultura, llegó a ser considerado por la tribu como el gran jefe blanco, “Natani Nez”, el guerrero alto. Hacer películas en Monument Valley era una forma de darles trabajo. Así, los apaches de Centauros del desierto fueron interpretados por navajos. El director recibió un homenaje toponímico: uno de los lugares primordiales de su filmografía fue bautizado oficialmente como John Ford Point.


Raoul Walsh se convirtió en hermano de sangre de los navajos con el nombre de “Etsua ya apenta”, águila del sol levante o águila del cielo de la mañana. Se cuidó de alimentar a mujeres y niños indios.

Raoul Walsh

Ford y Walsh fueron los únicos directores de cine acogidos por los navajos en la tribu, en agradecimiento por su apoyo. Coincidieron en 1964, directores otoñales, rodando sendos filmes crepusculares sobre los pieles rojas: Ford, El gran combate; Walsh, Una trompeta lejana. Ambas películas las fotografió William Clothier (también Misión de audaces o El hombre que mató a Liberty Valance de Ford, y El rastro de la pantera de Wellman). Para Walsh, Una trompeta lejana significó su despedida del cine. Ford tardó dos películas y dos años más. Ninguno de los dos quiso decir adiós sin rendir un tributo fílmico a un mundo, una cultura, que desaparecía antes sus ojos.



Diez años después de aquellos libros de tapas amarillas, caí en la tentación de un librito de Kafka, gracias a la portada de Daniel Gil, y leí un breve texto que daba forma –una forma perfecta- a uno de mis sueños primordiales: El deseo de ser piel roja:

Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.

Kafka le escribió el 22 de agosto de 1908 una carta a su amigo y futuro albacea, Max Brod: … tendremos que ir juntos durante mucho tiempo al cine (…) antes de comprender lo que significará este asunto no solamente para nosotros sino también para el mundo. En la primavera de 1909 estrena su cuaderno de notas con esta frase: Los espectadores se quedan petrificados cuando pasa el tren.

Como los pieles rojas con la primera locomotora que invadió sus confines. Le llamaron caballo de hierro, como aquel film mudo de Ford. Como en Union Pacific, una película en blanco y negro dirigida por Cecil B. De Mille, de 1939, con Barbara Stanwyck y Joel McCrea que vi, en los tiempos de los libros de tapas amarillas, en la pantalla del Teatro Principal de Tui.



En la pantalla del Principal las grandes praderas se desplegaban hasta el horizonte donde se cumplía el deseo de ser piel roja, hasta el confín de los sueños. Donde cabalgaba el centauro. Un arte de navajos y tuertos.

3 comentarios:

  1. Un texto muy hermoso, y muy hermosas las imágenes; algunos ya estamos esperando una edición en forma de libro (o de cine-ensayo) de este blog.
    ¡Enhorabuena!

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  2. Me sumo expresa y efusivamente a la idea de edición en forma de libro....Es un lujazo!!!. GRACIAS GRACIAS GRACIAS por este espacio!!!

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  3. Acabo de aterrizar en tu blog cuando buscaba información sobre los Indios Navajo y aunque sólo he leído con detenimiento este fantástico post y un par de ellos más, creo que me pasaré a menudo por aquí porque me ha gustado y mucho lo poco que he leido. Aprovecho para enviarte el enlace al post en cuestión Mitología I: Canto del Abalorio de Miguelito" , ya que cito y enlazo a este post y a este blog.
    Manuel.

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