21/1/09

La camarada María


Han transcurrido tres años en los que la memoria ha sido desenterrada. Fosas abiertas. Un saco de huesos. Una escritura de cenizas. La geografía del olvido. De aquella memoria perdida todos somos responsables. Al menos los que tenemos más de cincuenta años. Incluso los historiadores. O sea, culpables. Con la transición, sobrevino el desencanto con el vértice en el 23-F. No era esto, decía Lluís Llach. Unos eligieron el camino de lo posible; otros, la derrota de lo imposible, de los paraísos artificiales o de la retirada. Mientras, iban muriendo aquellos que nos hubieran contado tantas cosas. Memorias perdidas que entre todos enterramos. Y con ellas las manos que señalaran en el mapa del olvido los lugares donde yacían –y yacen- los paseados. No-lugares. Lugares de memoria. Memoria de una guerra civil .

La memoria, lo olvidamos tantas veces, es una construcción. Una arquitectura que integra testimonios, historia, documentos, empatía (con los seres humanos en el tiempo que habitan) e imaginación. Imaginación como memoria fermentada con las ausencias. Imaginar para recordar las pérdidas. Para traer cerca del corazón un pasado que arda. O sea, vivo. De seres palpitantes. De hombres y mujeres, más que de víctimas. Se nos esperaba en esta tierra, decía Walter Benjamín. Ellos acudieron a la cita con todo cuanto tenían. Con las manos vacías. Con las manos llenas de esperanza. Luchaban por otro mundo. Otro mundo, otras palabras. Otro lenguaje. Imaginar ese lenguaje representa una herramienta esencial para la construcción de la memoria que haga justicia a los olvidados.

Todos los olvidados eran rojos. Muchos eran comunistas. También exige imaginación comprender lo que significaba ser comunista en los años veinte, treinta o cuarenta del pasado siglo. Supone desvelar un universo mental donde el heroísmo y los crímenes conviven en el mismo saco de huesos, porque los comunistas se habían propuesto una tarea titánica: nada menos que asaltar los cielos. Todo un lenguaje simbólico preñaba la lucha por la justicia y la igualdad. Ahora, cuando se tantea la piel de la memoria en las fosas abiertas enseguida se echa mano de la lucha por la libertad, o la lucha por la democracia como razón de su paseo, ejecución o exterminio. Se les adjudica a los muertos unos ideales políticamente correctos pero que, si uno los analiza bien, o sea a la luz de la historia, del tiempo que vivieron ¿qué significan? ¿las mismas palabras significan lo mismo? Pareciera como si el tacto con las cenizas de la historia aún produjera sarpullidos. El sarpullido de sospechar la mixtificación que se desprende de las palabras que olvidan su ser en el tiempo. Y si lo olvidamos resulta imposible comprender quienes eran esas mujeres, esos hombres, qué estrellas luminosas llevaban prendidas de la frente, por qué se mancharon las manos de sangre o por qué estaban dispuestos a morir y por qué murieron. Y por qué los que sobrevivieron siguieron luchando en la guerrilla antifranquista y por qué combatieron en la 2ª Guerra Mundial con la convicción de que continuaban la misma lucha enarbolando la bandera republicana y bautizando los vehículos con las batallas de la guerra civil española.


La guerra civil española duró tres años porque los comunistas se empeñaron en resistir. Claro, con muchos otros, que no lo eran pero les seguían o no les quedaba otra. Si hubieran elegido otras estrategias militares probablemente la guerra hubiera continuado hasta el comienzo de la 2ª Guerra Mundial. Quizás. Pero no cabe duda alguna que la resistencia de la República Española se nutrió de la voluntad de los comunistas. No pasarán. Determinación y manipulación. Coraje y traición. Verdades y mentiras. La memoria hay que amasarla con todos los ingredientes. Y la guerra civil española es un crisol de memorias. No podemos olvidar otro universo utópico, un corto verano de anarquía que decía Enzenberger, el de los libertarios que hacía la guerra pero no renunciaba a la revolución. Crímenes y heroísmo también. Compañeros, éstos. Aquéllos, camaradas. De todo el mundo. Combatientes internaciones que ahora podrán disponer de nacionalidad española. Un papel para ellos que llevaron siempre a España en el corazón. Como la camarada María.

-Debes cambiarte el nombre.

-Está bien, ¿cómo quieres llamarme?

El viejo reflexionó frente al cuaderno de pastas duras en el que registraba a los voluntarios.

-¿María? Es un nombre común y corriente, fácil de recordar.

-María me gusta mucho. En México le dicen Marías a las pordioseras, las mujeres que están en la calle pidiendo limosna.

-Quedas inscrita con el nombre de María Sánchez. ¿Te parece?

-Sí, Sánchez también es un nombre común en México.

La camarada María. No era mexicana. Había nacido en Udine, en la región italiana del Friuli, y le pusieron Assunta Adelaida Luigia, emigró a América con la familia y, muy joven, trabajó de costurera en San Francisco. De apellido Modotti, todos la llamaban Tina. Tina Modotti. Tinísima de Elena Poniatowska, una novela de más de 650 páginas en la edición de bolsillo,

recupera la memoria de una mujer que representa a la perfección la encrucijada de los años veinte, treinta y cuarenta, donde estaban en juego tantas cosas y donde las armas, las artes y las letras entraron en combate. Tina Modotti/la camarada María representa también el conflicto vital entre la liberación y la militancia, la sensibilidad y la violencia, entre el arte y el compromiso que el destino le entregó. La fotógrafa y la comunista. Conoció a artistas, escritores y revolucionarios, y murió en el olvido. Y olvidada estuvo durante casi cuarenta años.

Gabriel Figueroa en los años 40

El director de fotografía Gabriel Figueroa -Los olvidados y El ángel exterminador de Luis Buñuel, La noche de la iguana y Bajo el volcán de John Huston, entre otras- le encargó a Elena Poniatowska el guión de una película sobre Tina Modotti que no llegó a hacerse, pero aquel fallido guión acabó conviertiéndose a lo largo de diez años en la novela Tinísima. En sus páginas conviven Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, D.H. Lawrence, Katherine Anne Porter, Pablo Neruda, Edward Weston, Manuel Álvarez Bravo, César Augusto Sandino, Farabundo Martí, Leon Trostky, Vittorio Vidali… En San Francisco, en México, en Moscú, en Madrid.

Tina Modotti, 1920

Hay muchas vidas en los cuarenta y cinco años que vivió esta mujer. Obrera textil y actriz de cine mudo, como en The Tiger’s coat (1920) de Roy Clements que vería en México un día de noviembre de 1926:

Tina Modotti en The Tiger's Coat

Weston y ella se metieron a un cinito en la calle de Bucareli, cerca del reloj chino, y ¿cuál no fue su sorpresa al verse en la pantalla convertida en una mejicana de pelo alborotado y chal de fuego? Así concebía Hollywood a las morenas. Desde su butaca Tina cerró los ojos. Había olvidado esa cinta.

Tina Modotti por Edward Weston (1924)

Modelo, amante y alumna del fotógrafo Edward Weston, iniciará su obra como fotógrafa donde se advierten las huellas del maestro

Hilos telefónicos (1925) de Tina Modotti

y de su militancia en el Partido Comunista Mexicano.

Manos de trabajador (1927) de Tina Modotti

Un fotógrafo jovencito, Manuel Álvarez Bravo, acudirá a ella en julio de 1929 en busca de guía e inspiración, y Tina se convertirá en su mentora. 1929 es un año decisivo en la vida de Tina Modotti. En enero, hace ochenta años, asesinan a su compañero, el comunista cubano Julio Antonio Mella, que muere en sus brazos. Tendrá que afrontar acusaciones judiciales, vigilancia policial y sospechas periodísticas de complicidad. Diego Rivera, de quien era amiga y modelo, defenderá su inocencia públicamente. En diciembre expone sus fotografías en la Biblioteca Nacional de México. Al año siguiente su vida cambia radicalmente. Acusada de conspiración para asesinar al presidente de México, la expulsan del país. Camino de Europa en el barco holandés Edam, la acompaña el militante de la Internacional Comunista Vittorio Vidali, friulano como ella, que en México se hacía llamar Enea Sormenti y que se convertirá en el comandante Carlos Contreras durante la guerra civil española, fundador y comisario político del Quinto Regimiento. A mediados de marzo de 1930, el Edam hace escala durante una noche en A Coruña y Tina Modotti es recluída en el camarote, viaja como deportada. Tras una breve estancia en Berlín, Vittorio Vidali se la lleva a Moscú donde se acabará convirtiendo, gracias el dominio de los idiomas –Tina hablaba inglés, italiano, alemán y español- en una muy valorada agente de Socorro Rojo. En una de sus misiones será enviada a España para apoyar a los represaliados de la revolución de octubre del 34 en Asturias. Desde Berlín, Tina Modotti no ha vuelto a usar la Graflex. Las fotografías son ya cosa del pasado. Y cuando llega la guerra civil española se convertirá en la camarada María, la enfermera infatigable que trabaja con Matilde Landa en Hospital Obrero de Madrid.

Matilde Landa

(Matilde Landa, en realidad, es el foco que me ha iluminado a Tina Modotti. Había leído una biografía a cargo de Pino Cacucci editada por Circe en 1992, pero no fue hasta ahondar en Matilde Landa en que volví a Tina de la mano de Elena Poniatowska la semana pasada. Matilde Landa es uno de esos personajes que cifran el desgarro -casi místico, o sin casi- de los seres que en ese tiempo fueron poseídos por la idea de ese paraíso en la tierra -la sociedad sin clases-, un futuro luminoso hacia el que se sentían impelidos a pisar el acelerador de la historia. Los comunistas eran monjes-soldados de la revolución mundial. Y Matilde Landa, una monja laica. Volverá a estos asientos cualquier día.)

La camarada María vivirá bajo las bombas en el frente de Madrid, la huida hacia Almería tras la caída de Málaga. Y la de Barcelona. Y la retirada final hacia Francia. El éxodo republicano. Y será la camarada María -nunca sabrán quién era Tina Modotti, la fotógrafa- para los refugiados españoles en México durante el horror incesante de la guerra de España, porque no ha llegado la paz, sólo la victoria.

Elegancia y pobreza (1928) de Tina Modotti

Y le duelen los españoles que en los cafés ganan a gritos las batallas que perdieron y se traen a este lado del mar las cuentas pendientes y quién sabe si la culpa de haber sobrevivido. Quizá sin el consuelo de una despedida, como la que Elena Poniatowska evoca en la novela al puro estilo de Sólo los ángeles tienen alas entre brigadistas internacionales:

Douglas Russell, un pescador de Gales, recuerda a Ken Newman. Cuando se acercó a él su pecho manaba sangre.

-Te dieron feo.

-Sí. ¿Tienes un pañuelo?

Douglas se lo dio y Ken lo acomodó en el hueco sangriento. Preguntó:

-¿Tienes un cigarro?

-Ahora lo consigo.

Después de darle unas cuantas chupadas, Ken dijo: “¿Lo hicimos bien, no? El mío no ha sido un mal trabajo, ¿verdad? Creo que de un modo u otro vamos a ganar”.

-Bueno, ahí nos vemos.

Murió.

En tierra española, entre los surcos, han quedado doscientos mil cuerpos. Cien mil son de los voluntarios. A los que cayeron en el campo de batalla, podrán encontrarlos más tarde sus parientes, tienen una lápida con su nombre. Los fusilados va a dar a la fosa común.

Unos meses antes de morir, llevará a Vittorio Vidali a Texcoco para mostrarle los murales de Diego Rivera en la capilla de la Escuela de Agricultura de Chapingo.

En los muros aparece retratada dos veces; una, desnuda y acostada con su rostro escondido por su cabello, una planta en la palma de la mano, representando la germinación; y la otra, desnuda también, saliendo de las raíces y del tronco de un árbol, los pechos al aire.
Aunque comprende poco o nada de arte, Vittorio mira absorto aquella bóveda de colores donde su mujer protege en el hueco de su mano una matita recién nacida. Viéndolo tan encantado, Tina comienza a reír quedito y Vittorio le pregunta por qué.

-Esperaba una explosión de celos.

-¿Estás decepcionada?

-No… ma… un poco.

Lo que más tranquiliza a Tina es que la prensa parece haberla olvidado por completo.

Muere el 6 de enero de 1942. El corazón roto, dividido. Tina Modotti/la camarada María. La prensa presenta su muerte como un ajuste de cuentas entre comunistas y apuntan la culpabilidad de Vittorio Vidali: Tina sabía demasiado. Sobre la tumba de quinta clase en el Panteón de Dolores pondrán una lápida con unos versos que le dedicó Pablo Neruda.

Y pronto llegará el olvido, enseguida el abandono, la ceniza del tiempo sobre la memoria de una mujer que en la guerra de España consumió la energía de toda una vida. Tinísima reconstruye con imaginación su memoria a través de un lenguaje que nos devuelve la fascinación del México convulso de las décadas postrevolucionarias en una constelación de palabras con el que saborearlo –jocoque, chacuaco, achichincle, tatemar, entilichar- como quien prueba olvidados frutos jugosos. Y desde las música de las palabras remontamos el río de la memoria hasta las nacientes de una mujer en un tiempo que hicieron del combate un asunto vital, una cuestión de todo o nada y hasta el lenguaje era un arma cargada. Y Tinísima nos recuerda que la memoria es una construcción de la sensibilidad donde olvidar una hebra equivale a amputar algo de nosotros. Porque somos memoria fecundada por la imaginación. A la vez, Tina Modotti y la camarada María.

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