En el altar mayor de la lectora de novelas que es Ángeles, reina una sagrada trinidad: toda Jane Austen, todo Dickens y Guerra y paz de Tolstoi. Pero también tiene su sitio toda Willa Cather. Y toda Alice Munro.
Con la Munro, como con la Cather -por limitarnos a los descubrimientos de este siglo-, bastó el primer libro para que Ángeles se convirtiera en rendida devota e hiciera de mí un obediente prosélito. Pero Alice Munro escribe, sobre todo, cuentos. Y Ángeles no siente predilección por los cuentos sino por las novelas. Ella es una lectora de largo aliento. ¿Qué pasa entonces con Alice Munro? Pues que sus cuentos le producen los mismos efectos que le provocan las mejores novelas. Dicho de otra forma, en un cuento de Alice Munro habría material suficiente para una novela, y a menudo para más de una.
Ya conté en otra entrada cuánto disfruto cuando Ángeles me cuenta las novelas que lee. Hace unos años, mientras estaba en obras la carretera que unía estos finisterres con el resto del país para construir la autovía, cada vez que salíamos de aquí, aunque sólo fuera para ir a Santiago, teníamos que dar una vuelta que nos demoraba el trayecto, como mínimo, media hora. Recuerdo aquellos itinerarios por una carretera secundaria como una bendición porque Ángeles los entretenía contándome la novela que estaba leyendo y para la que, normalmente, necesitaba varias entregas, pongamos por caso Casa desolada de Dickens o Tess, la de los d'Urberville de Thomas Hardy. Y algunos cuentos de Alice Munro.
Si no recuerdo mal, descubrimos a Alice Munro hace ocho años con los cuentos de El amor de una mujer generosa. Luego llegaron los de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, y más tarde los de Escapada. Y así sucesivamente. Cada libro, de los ocho que se han traducido hasta ahora, contiene entre ocho y once cuentos, y los cuentos tienen entre treinta y cuarenta páginas. El próximo año, Alice Munro cumplirá ochenta. Nació en Ontario y ha publicado once libros de cuentos y dos novelas.
El pasado martes encontré en una librería su libro de cuentos más reciente, Demasiada felicidad, data de 2009 y se acaba de publicar aquí. Ángeles leyó los dos primeros cuentos el viernes por la noche y ayer me los contó mientras viajábamos a Tui para asistir a un homenaje que le rendía al maestro la Comisión cidadá pola verdade do 36 do Baixo Miño en el seno de las VI Xornadas sobre a Memoria Histórica, un homenaje en el que Xosé M. Beiras nos emocionó a todos mientras evocaba al artista y amigo fraterno.
Camino de Tui, decía, Ángeles me contó los cuentos de Alice Munro que había leído la noche anterior, los dos primeros de Demasiada felicidad. Yo leí durante estos años la mitad de los cuentos que se han publicado y de forma aleatoria, Ángeles los lee por orden, del primero al último, libro a libro, a medida que los van editando. El primer cuento de Demasiada felicidad se titula Dimensiones. Mientras me lo contaba, uno podía entrever los efectos que el relato le había causado apenas doce horas antes: la urgencia, el temor, la angustia, la desesperación y la epifanía. Y poco faltó para que ella misma se dejara arrastrar, como la noche anterior, por la corriente emocional que a mí me conmovía con las manos en el volante.
Hoy por la mañana leí el cuento de Alice Munro. Como en tantos cuentos suyos, en Dimensiones asombra la capacidad de la escritora para destilar semejante tragedia en treinta páginas de una prosa tersa y medida, y generar sucesivos estados de ánimo que, no sólo no se atropellan, sino que enriquecen nuestra experiencia al tiempo que crece la intensidad de las emociones página a página. Y lo que aún es más difícil, alumbrar con convicción un atisbo de esperanza entre tanta desolación. No es fácil describir el dispositivo del relato para producir determinados efectos en los lectores, pero Alice Munro es una auténtica virtuosa a la hora de manejar los tiempos del relato, de conjugar las sístoles y las diástoles en la progresión de la trama, y de revelar lo justo y necesario de sus personajes para que nuestra imaginación adivine y presienta lo no dicho a propósito de las mujeres de la Munro.
No pocos de sus relatos se despliegan en torno a dos o tres momentos de toda una vida y obligan a saltos sin red en el tiempo, rupturas que podrían echar a perder la unidad de los cuentos, pero el arte de Alice Munro le permite sujetar con mano firme el hilo invisible que los instantes reveladores en torno a un centro de gravedad primordial, como esas horas sobre las que gravita la vida entera de Meriel en Lo que se recuerda, el antepenúltimo cuento de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio.
Comento con Ángeles los detalles de la trama de Dimensiones, que -seré bueno- no os voy a revelar, y los recursos que emplea Alice Munro para producir el latido preciso en el lector a medida que el relato fluye inexorable. Y Ángeles me mira con un punto de ironía: "Yo la leo y tú le estudias la cocina". Me la quedo mirando, adivino un asomo de burla. Entonces me consuela: "Haces bien. Alice Munro es una maestra".
Y me pregunto qué quiere decir exactamente.
Y me lo sigo preguntando.
"Estudiar la cocina"...¡que expresión maravillosa!. No he leído nada de Alice Munro, pero le pondré remedio.
ResponderEliminarBesos para los dos. :)
Qué entrada tan cálida Daniel, felicidades a los dos por esa complicidad.
ResponderEliminarHe leido poco de la Munro, pero entran ganas de saber más.
Un abrazo
Tu chica te deja el trabajo sucio. Ya sabemos que a las obras de arte hay que eliminarles el olor a cocina, que parezcan surgidas por generación espontánea. Tu Sherezade te manda al sótano, entre cacerolas.
ResponderEliminarAcabo de empezar con "Una dama extraviada" y sobre la mesa ya tengo "Para mayores de cuarenta", es un buen momento el comienzo de la lectura de un libro.
De Alice Munro tampoco sé absolutamente nada. Si me gusta Cather, iré también a por ella.
Un abrazo.
un regaliño da web
ResponderEliminarDimensions
http://www.onread.com/reader/191255
!Qué bo regalo David! O conto é unha pasada, e en inglés, venme de maravilla para practicar, a páxina está moi ben. Graciñas.
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