12/11/10
Lo que no está escrito
Mientras llovía a mares, Ángeles leía. Yo veía llover y ella, tras un suspiro, hace un alto en la lectura de El final del desfile de Ford Madox Ford que la tiene encantada, y para mostrarme qué bien escribe me pone en antecedentes de la situación con un par de pinceladas y me lee un párrafo de la página que acaba de leer. La verdad, me dio envidia. No hay premio comparable a causar con tu escritura la necesidad de compartirlo. Claro, era uno de esos párrafos que retratan a un escritor, un escritor que apresa en unas líneas el movimiento del alma de un personaje en un instante fugitivo. Luego, Ángeles siguió con su novela y yo viendo llover. Y me acordé de Roberto Bolaño.
O mejor, me acordé de una columna que leí en un libro suyo que disfruté mucho, Entre paréntesis, con un centenar de textos diversos y su última entrevista publicada. Aquella pieza se titulaba El invierno de las lectoras, ésta:
EL INVIERNO DE LAS LECTORAS
Durante el invierno pareciera que sólo ellas tienen el valor suficiente para asomarse a las calles heladas. Las veo en los bares de Blanes o en la estación o sentadas a lo largo del Paseo Marítimo, solas o con sus hijos o con alguna amiga silenciosa, y en sus manos siempre descubro un libro. ¿Qué leen estas mujeres?, se preguntaba Enrique Vila-Matas hace unos años. Lo que pueden. No siempre buena literatura (¿pero qué es la buena literatura?), a veces revistas, a veces los peores best-sellers. Cuando las veo caminar, abrigadas, los rostros enrojecidos por el viento frío, pienso en las rusas que hicieron la revolución y que soportaron el estalinismo, que fue peor que el invierno, y el fascismo, que fue peor que el infierno, y siempre estuvieron acompañadas por un libro, cuando lo lógico hubiera sido suicidarse. De hecho, muchas de esas lectoras del invierno acabaron suicidándose. Pero no todas. Hace unos días leí que Nadeshda Jakovlevna Jhazina, lectora excepcional, autora de dos libros de memorias, uno de ellos llamado Contra toda esperanza, y mujer del poeta asesinado Osip Mandelstam, participó, según su más reciente biografía, en relaciones triangulares en compañía de su marido y que la noticia había causado estupor y decepción en las filas de sus admiradores, que la tenían por una santa. A mí, por el contrario, me hizo feliz saberlo. Supe que en medio del invierno Nadeshda y Osip no se congelaron y me confirmó que al menos intentaron leer todos los libros. Las santas lectoras del invierno son mujeres de carne y hueso y no les falta audacia. Algunas, es cierto, se suicidaron. Otras remontaron la infamia y volvieron a abrir sus libros, los libros misteriosos que leen las mujeres cuando hace frío y pareciera que el invierno no se va a acabar nunca.
Quizá recordé esta pieza porque nosotros pasamos unos días en Blanes en pleno invierno de 1978, recién casados, cuando me destinaron a una escuela en Balsareny, y Ángeles leía a Raymond Chandler en los mismos lugares que evoca Bolaño, como una de esas lectoras de invierno. Y me acordé también de El buen soldado, la primera novela que leímos de Ford Madox Ford y que comienza con una primera línea peligrosísima -Ésta es la historia más triste que jamás he oído-, porque lo arriesga todo desde el principio y además lo hace confiando en el trabajo del lector, por así decir, en una lectura de los márgenes, de lo que el escritor se calla, de lo que las páginas velan. Ford Madox Ford, que se definió muchas veces como un tipo loco por la literatura, tenía un aire que me recordaba al viejo coronel Blimp de la película de Michael Powell y Emeric Pressburger. Y me acordé de una foto que recorté más de una vez y que pegué en mis libros de imágenes, ésta:
O esta otra de la misma sesión:
Ahí tenéis sentados -en esta segunda foto- a Ezra Pound, Ford Madox Ford y James Joyce. De pie, John Quinn, un abogado americano, coleccionista de arte -Brancusi, Matisse, Roualt, Picasso- y de manuscritos literarios -Conrad, Yeats, Pound, Joyce (entre otros el del Ulises)-, dispuesto a poner la pasta para publicar una de las revistas míticas de los años veinte del siglo pasado, la Transatlantic. Es la reunión fundacional en el estudio de Pound en París, allá por 1923.
En la revista, aparecerán por primera vez fragmentos de Finnegan's Wake de Joyce que adoptó como su subtítulo para su obra Work in Progress, el título de la sección de Transatlántic donde Ford Madox Ford, como editor, publicó aquellas partes de la obra inacabada. Publicará también obras de William Carlos Williams, E. E. Cummings -el de aquel verso, nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas-, Thomas Hardy o Jean Rhys.
Con Jean Rhys, la de El ancho mar de los sargazos -que tantas resonancias tiene para Esther de su infancia en el Oriente, de Cuba, como nos desgranó hace dos veranos mientras regresábamos de Aios en compañía del maestro (recordar es el cuento de nunca acabar)-, con Jean Rhys, digo, tuvo una aventura Ford Madox Ford cuando la tomó bajo su protección en París. La apoyó, aconsejó y afianzó su vocación de escritora, y ella reconoció la generosidad de Ford con los autores jóvenes y la utilidad de sus consejos. Como él mismo había cuajado la suya colaborando con Joseph Conrad entre 1898 y 1908, cuando el marino en tierra escribió El corazón de las tinieblas o Lord Jim. Ford fue una especie de secretario y amanuense al que Conrad dictó algunos de los textos de El espejo del mar -uno de mis libros favoritos de tema marítimo- y buena parte de Nostromo.
Tanto Joseph Conrad como Henry James representaban para Ford Madox Ford una referencia fundamental para el llamado movimiento modernista de renovación de la novela -ruptura modernista, le dicen-, que impulsó y en el que militó, y del que Transatlantic hacía de altavoz;
que se apartaba de la novela como forma de entretenimiento para entregarse en cuerpo y alma a la novela como forma de arte, una novela que buscaba no sólo hacerse de una forma nueva -una nueva arquitectura y nuevos efectos- sino nuevos lectores. Ford creía que el novelista debe escribir como si registrase las impresiones de una persona que está presente en la escena, debe recordar que una persona en una escena no lo percibe todo. Una novela que necesitaba, por decirlo pronto, un lector que leyera lo que no está escrito.
Ángeles sigue leyendo. Pasa la página 565. El final del desfile tiene mil. Es una novela larga como los inviernos de mi infancia. A la medida de una lectora como ella, uno ya no está para esos trotes. Una tetralogía que Ford Madox Ford publicó entre 1924 y 1928. Entonces ella levanta la vista del libro y me dice que siempre le pasa lo mismo, no hay forma de definir a un gran escritor, sólo puede vivirse. O sea leerse. Entre líneas. Quizá ahí resida el misterio de la verdadera escritura, que representa una experiencia. De escuchar silencios. De ver tras una cortina de lluvia o entre la bruma. De leer esos párrafos que no aparecen en la página. Como lentos fundidos a negro en una película. Cae la noche. Y Ángeles enciende la luz.
(La fotografía que encabeza esta entrada es una obra de Ansel Adams, en 1949)
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A ver voy por partes, compré el libro hace tiempo, me gusto mucho El buen soldado y cuando vi este no dudé en cogerlo, sin saber cuando lo leería.La imagen de Angeles leyendo tan ricamente el libro...bueno que lo voy a leer ya.
ResponderEliminarEl paeo marítimo de Blanes es que es muy bonito, invita a leer, pasear y también a contemplar, sin prisa, sencillamente contemplar. Hace tiempo que no vou, pero he pasado muchas tardes de domingo allí.
Qué genial la foto de los cuatro, y vaya que cuatro.
Las manso de Madox me dan repelús, tiene una uñas tan largas, Joyce un engreido, Ezra también era rarillo ¿eh? pero caramba que maravilla de escritura la de todos ellos.
Bueno Daniel y qué pensabs mientras mirabas llover ¿quizá que saldrían muchos caracoles?
Perdona el chiste fácil
Un abrazo a los dos
Que bonito mirar llover mientras alguien te lee y que bonito leer al lado de alguien que está viendo llover. Yo también creo en eso, en el trabajo que hacemos los lectores para leer lo que no está escrito.
ResponderEliminarBesos, Daniel y también para Angeles
Magnífica entrada. Me encanta cómo pasas de lo personal a la reflexión literaria. La lluvia y la lectura se llevan muy bien y te ha quedado una escena muy cinematográfica, que supongo se repetirá más de una tarde a lo largo del invierno. Para algo se escribieron esos libros de tantas páginas. Tu escena parece la instantánea de un mundo bien hecho: lectura, placer, necesidad de compartir.
ResponderEliminarNo he leído nada de Ford Madox Ford, aunque tenía buenas referencias. Desde ahora me lo apunto en sitio preferente. Conrad sí es uno de mis escritores favoritos y vuelvo a él siempre que puedo. Estoy totalmente de acuerdo con lo de leer entre líneas. Hay autores a los que les gusta apretar mucho el párrafo y a otros les va más la sugerencia y dejan una parte importante al lector. Por eso, cada libro es distinto según la persona y según el tiempo. Rellenamos las líneas con nuestra vidas, con lo que tenemos en ese momento. Preciosas las imágenes.
Aprendo mucho en tu escuela.
Un saludo.
Buenos días, Daniel. La lluvia y la lectura son como el pan y el aceite…
ResponderEliminarPor aquí, aunque hacemos lo que podemos, llueve menos, leemos menos.
Me gusta tu escuela porque me quedo ensopado de lo que no esta escrito.
Un fuerte abrazo para el que mira y para la que lee.
Me encantaron. El texto de Bolaño y el tuyo, que, además, tiene el mérito de haber traído -tan bien- el texto de Bolaño.
ResponderEliminarUn abrazo.
qué habrán conversado?
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