28/4/10

Una chica llamada Johnny

Bueno, no se trata de A Girl Called Johnny de The Waterboys, aunque esta canción de 1983 -el primer single del grupo de Mike Scott y, por lo visto, un tributo a Patti Smith-, que tanto nos gusta, quizá merecería un lugar aquí. Pero no. Quiero hablaros de una película, aun así por qué no dejaros aquí la canción:





Supongo que era inevitable. Uno no se desprende de un amour fou -y necrófilo- como el de Vértigo así como así. Y, como quien no quiere la cosa, busca alguna otra película que más allá de la vida y/o más allá del tiempo nos devuelva la experiencia del amor (eterno) como una reinvención (fílmica) de una memoria insomne. Y entonces volvimos a ver Vida y muerte del coronel Blimp.


La película estrenada en 1943 es la segunda película que hicieron juntos Michael Powell y Emeric Pressburger con su productora The Archers, con la que buscaban la independencia que conservaron y protegieron a lo largo de catorce películas. Además de Blimp, también me gustan mucho Narciso negro (1946) y Las zapatillas rojas (1948). Pressburguer se responsabilizaba del guión y Powell de la puesta en escena, aunque la colaboración entre ambos fuera más profunda. Eran amigos y, en un sentido machadiano, complementarios. Diríase que cada uno encontraba en el otro la superación de sus limitaciones y el estímulo para las potencialidades propias. Cuando se separaron amistosamente a finales de los cincuenta, tan sólo Powell en Peeping Tom (El fotógrafo del pánico, 1960) cuajó un filme de una inspiración comparable a los mejores que habían hecho juntos. Firmaban sus películas escritas, producidas y dirigidas por Michael Powell y Emeric Pressburger. Atípico, extraño y singular, como su cine. Si no una isla, al menos una península en el cine británico de los 40 y 50.


Michael Powell y Emeric Pressburger


La idea de Blimp surgió de una réplica en la película anterior, One of Our Aircrafts Is Missing (1942), la primera película que hicieron juntos: Yo era como tú hace treinta años y tú serás como yo dentro de treinta. La escena en la que se pronunciaba la frase se cayó en el montaje final pero Powell y Pressburger pensaron que cifraba una reflexión sobre el paso del tiempo que bien merecía una película que la desarrollara. Pero Blimp se produce en un contexto -la 2ª guerra mundial- que determina la producción cinematográfica británica, además, a mediados de 1942, acontece la humillante caída de Singapur y la prensa culpa a los veteranos oficiales, residuos de la época imperial, los blimps, tal como fueron conocidos a partir del exitoso personaje caricaturizado por David Low en el Evening Standard en los años 30: pomposo, reaccionario, barrigudo y con mostacho.


Powell y Pressburger crearon su personal Blimp con Clive Candy -un militar romántico, bondadoso y profundamente humano- que encarnará en la pantalla Robert Livesey, uno de los actores favoritos de los cineastas. En realidad, de la caricatura de Low conservaron apenas la barriga y el mostacho, y quizá las aristas infantiles de su personalidad. Aunque los créditos de Blimp remiten con humor al personaje caricaturizado,


Clive Candy nos resulta entrañable, porque vemos a un tipo perdido que vive en otro tiempo, o sea, no ya en otro mundo, sino en otro planeta; un hombre equivocado, al que su amigo Theo, encarnado por Anton Walbrook -otro de los actores habituales de Powell y Pressburger-, quien debe desvelarle el error de su visión. La semana pasada Cheché Carmona, casi parafraseando las primeras líneas de Ana Karenina, me comentaba que todos los personajes acaban pareciéndose si los contemplamos a través de sus virtudes, pero resultan únicos cuando se equivocan. El contexto era la creación de los personajes, el asunto que ocupaba aquella fase de la conversación, y señalaba cómo se comete un error al caracterizar a los personajes por sus valores, cuando su grandeza emerge a través del error -tantas veces irremediable, y trágico- que los arrastra, un error que es, a la vez, la otra cara de su virtud. Por eso en la tragedia griega y en todas las grandes películas resulta memorable el momento de la anagnorisis, o sea, la escena en que el personaje reconoce hasta qué punto ha metido la pata, y lo que es aun peor, hasta qué punto, a veces, ya no tiene remedio. Y Cheché citaba el personaje de Ethan Edwards (John Wayne) en Centauros del desierto de John Ford: ese error que lo expulsa definitivamente a la errancia perpetua. Pues bien, Vida y muerte del coronel Blimp también es una película sobre un personaje equivocado porque vive en un tiempo que no es el suyo, o mejor, que vive en un tiempo que es tan suyo que acontece fuera de los calendarios y los relojes, el tiempo de la memoria del amor perdido.



Las coordenadas morales de Clive Candy se configuran en torno a una visión mítica del pasado y cuando el presente -el nazismo, los bombardeos de Londres, la 2ª guerra mundial- quiebra el mundo en el que ha configurado su sensibilidad, cuando se ve inmerso en un conflicto en la que ya no valen las reglas de la caballerosidad en las que fue educado y ha vivido, es su propia identidad la que se erosiona sin remedio. Vida y muerte del coronel Blimp destila un sentimiento de pérdida irreparable: Clive Candy es un tipo que va perdiendo jirones de sí mismo, una pérdida cifrada en Edith (Deborah Kerr), la mujer de su vida, a la que no se declaró a tiempo -se le adelantó Theo- y a la que busca durante cuarenta años en cada mujer que despierta en él un eco, una vibración, un latido apenas del pasado. Rastros del propio Pressburger que perdió a su familia, al amor de su juventud y, judío húngaro y exiliado, experimentó en carne propia la aflicción de una identidad acosada, él vivió interrogatorios humillantes con las autoridades de inmigración británica como los que vive Theo, el amigo alemán del protagonista, en la película . Rastros también en la amistad de Clive y Theo de la relación entre Powell y Pressburger.


Vida y muerte del coronel Blimp se despliega a lo largo de un flashback de cuarenta años, un paréntesis entre dos secuencias que abren y cierran la película. Un flashback que ilumina a Clive Candy y lo redefine moralmente: un hombre que vive en un perpetuo desarreglo temporal, o dicho de otra forma, es un militar de otra época que vive en guerra permanente con el tiempo que le ha tocado vivir. También la película se aparta del cine de su tiempo, tanto de aquellas producciones destinadas a sostener los esfuerzos bélicos y la moral de la población, como de la narrativa clasica. Basta recordar la escena del duelo entre los protagonistas, un momento primordial de la película porque propicia el encuentro y desencadenará su amistad: después de mostrarnos con detalle, paso a paso, los ritulaes preliminares del duelo, tras los primeros cruces de sables, un elegante movimiento de cámara nos aleja del recinto para llevarnos hasta el carruaje donde Edith aguarda el desenlace. En la escena siguiente, Clive y Theo son amigos, y un poco después Theo se adelanta a Clive a la hora de pedirle a Edith que se case con él. Cuánta decepción debieron sentir en su momento los espectadores que se dejaron arrastrar al cine por algún cartel de la película que enfatizaba justamente el duelo:



Powell y Pressburger nos muestra que el tiempo es una experiencia íntima y cardinal que nada tiene que ver con el relato de los hechos, lo importante son los rastros que perviven en la sensibilidad de los personajes, lo decisivo es el rastro de la herida de los silencios del corazón. Un silencio tan clamoroso que nada consigue apagar. Vida y muerte del coronel Blimp conjuga una puesta en escena diríase que musical, el humor y la ingenuidad para revelarnos las huellas del tiempo suspendido en la imagen eterna de una mujer, envuelta en un velo de melancolía, que permanece intacta a través de los años, que siempre es Deborah Kerr, a la que Michael Powell adoraba, basta leer cómo recuerda la película en su autobiografía:

Fue una experiencia inolvidable para todos. Es difícil para mí explicar qué se siente al ser llevado sobre las alas de la inspiración... Todos dependíamos los unos de los otros, todos aprendíamos unos de otros. No sólo el director. Hubo cuatro directores. Yo aprendía de Anton (Wallbrook) qué es un artista. Aprendía de Roger (Livesey) qué es un hombre. Aprendía de Deborah qué es el amor.

Como adoraba Clive Candy a Edith, aunque se llamara Bárbara o Ángela. Las tres Deborah Kerr de Vida y muerte del coronel Blimp. Las tres Edith. Aunque Ángela sea una chica llamada Johnny.

1 comentario:

  1. Después de una semana agotadora y aún sin terminar, es todo un lujo y una envidia asomarme y leer tus reseñas, reflexionar sobre frases como estas "todos los personajes acaban pareciéndose si los contemplamos a través de sus virtudes, pero resultan únicos cuando se equivocan.”Realmente da que pensar, ¿Cómo es posible que en el cine y puede que “en la vida real “la grandeza de los mismos emerja de sus errores irremediables y trágicos ?
    Los ateos visitamos muchas iglesias, ¿sabremos desvincular el arte de la verdadera expresión de las mismas, todo lo que han sido y representan?
    Puras contradicciones entre el ser, el pensamiento y la actuación.
    Me da envidia veros en la playa con un libro, todo un lujo.
    Disfrutar.
    Un saludo

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