29/4/10

Materia y memoria

"Ante las agresiones del mundo, el cuerpo se protege; un bacilo activa sus defensas; un chaparrón eriza el vello en brazos, nuca y piernas; un alimento envenenado afloja los esfínteres. Pero ¿y el horror? ¿Cómo reacciona el cuerpo de un hombre ante la presencia del horror? Grita, sí. Y hace que el corazón bombee más sangre, sí. O, por el contrario, paraliza sus músculos para no ser agredido. El espectro de respuestas que el horror genera en el cuerpo es amplísimo. El cuerpo sorprende entonces por su plasticidad. Hay cuerpos que se atenazan y cuerpos que se liberan; hay cuerpos que se arrastran y cuerpos que se elevan; hay cuerpos que interrogan y cuerpos que responden. ¿Pero puede un cuerpo dimitir de la realidad? ¿Puede un cuerpo, ante la agresión del mundo, ante la fealdad del mundo, sustraerse a sus funciones, negarse a seguir siendo cuerpo, suspender sus razones, abdicar de ser lo que es; esto es, abdicar de ser una máquina sensible? ¿Puede un cuerpo decir: 'Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado para mí'? ¿Puede un cuerpo olvidarse de sí mismo?" (p. 57)


"La memoria no es un instrumento del hombre, un siervo amable, un eficiente valet; más bien parece que el hombre fuera un lacayo de su memoria. Porque el hombre languidece, se distrae, se corrompe, pero su memoria permanece firme, a pie de obra, insobornable; de manera que mientras el hombre tropieza, o se enfría, o pierde sus dientes, o devora a sus semejantes, ella permanece alerta, chupándolo todo, guardándolo todo, clasificándolo todo: cavando, cavando, cavando.
Por ello, mientras acudía al cine a disfrutar con las sesiones dobles de películas de la Ealing o leía ensayos sobre el fatuo aunque fascinante Oliver Cromwell, mientras merodeaba entre las tumbas del cementerio de Highgate en busca de algún apellido ilustre o por las noches cepillaba el cabello de Ermelinde ante un espejo comprado en los abigarrados mercadillos de Portobello, Kurt pudo olvidar lo que su memoria jamás se permitió arrojar al desagüe del tiempo en fuga..." (p. 123-124)

Ricardo Menéndez Salmón

Estos fragmentos de La ofensa -la numeración de las páginas corresponde a la edición de bolsillo- pueden dar una idea de la prosa, de los temas y de la materia narrativa de Ricardo Menéndez Salmón. Frases pulidas, imágenes poderosas y reflexión filosófica en una novela corta, apenas pasa de las 140 pags., que explora el horror. Que el personaje se llame Kurt remite necesaria y no casualmente a El corazón de las tinieblas. Aun en su brevedad no es de esas novelas que se leen de una sentada. Requiere apartar los ojos de las páginas después de un parrafo, o entre un capítulo y otro, o entre sus partes; o releer algún fragmento; decantar y ahondar en los márgenes o en las fracturas del texto. En una entrevista, Ricardo Menéndez Salmón ha echado mano de una intuición terrible pero exacta de Roberto Artl en Los siete locos -"Sólo el mal afirma la presencia del hombre sobre la tierra"- para acotar el territorio que cartografía, y de Platón, el gran constructor de metáforas, para desvelar los sueños y simulacros que se enhebran con la Historia para enmascarar las formas que engendran el horror.

El autor asturiano despliega en La ofensa una indagación -que prolonga en las novelas que siguieron, Derrumbe y El corrector- sobre la naturaleza histórica del mal. El mal como cuerpo y relato. Como materia y memoria. También como materia y memoria de la literatura, como si empezáramos a cavar en la materia de las novelas de Ricardo Menéndez Salmón y fuéramos a parar a la memoria de, pongamos por caso, Los demonios de Dostoievski.

1 comentario:

  1. Es el único libro que he leido de este autor y la verdad es que me sorprendio para bien, me gusta el lenguaje que utiliza. Frases precisas y cortas. La descripción de los personajes es estupendo
    Un lenguaje muy bien cuidado.
    Ese viaje iniciático de Kurt te encoje el corazón.
    Lo que más recuerdo del libro es la escena de la iglesia,es brutal.

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