4/4/10

Te voy a contar lo mala que soy


No era mi intención volver a verla, pero de vuelta en casa después de unos días en Tui, con imágenes que llevará su tiempo digerir dándome vueltas en la cabeza y perezoso ante el aquel de elegir, estaba dispuesto a dejarme llevar por lo que echaran, dentro de ciertos límites, así que encendí la televisión, como quien procura un aliviadero. Al poco rato empezó Deseos humanos (1954) de Fritz Lang. Y ahí me quedé. Siempre me gustó mucho esta película. A menudo se la califica como una película menor. Como, en general, todo el cine de los 50 de Lang. Parece mentira, visto desde hoy, pero Lang no era un cineasta prestigioso en el Hollywood de la mitad del siglo pasado. Lo había sido, pero ya no lo era. Lo consideraban un dinosaurio, un ejemplar de las eras remotas del cine, o sea, de veinte o treinta años antes. Y tenía que manejarse con proyectos de encargo, presupuestos ceñidos -incluso escasos- y repartos casi siempre mejorables, y sometido a los productores y encorsetado por el código , o sea, por la censura. Quizás por esas razones el cine de Lang de los cincuenta se vuelve despojado, esencial, desnudo; hasta rozar la pura abstracción formal en películas como Más allá de la duda (1956). A propósito de esta última película escribió hace casi treinta años Serge Daney un texto que empezaba con estas palabras: Durante demasiado tiempo, los pedantes han fruncido el ceño ante las últimas obras de Fritz Lang. Basta con volver a ver este filme de 1956 para sentir vergüenza ajena. Lo mismo podría decirse sobre Deseos humanos. De The big heat (Los sobornados, 1953) ya lo hemos dicho, y de Moonfleet (1955) más de una vez.


Fritz Lang, de entrada, ironizaba sobre el título, Deseos humanos, y le preguntaba a Peter Bogdanovich si conocía otros deseos que no lo fueran. El proyecto nació del entusiasmo que el productor Jerry Wald sentía por La bête humaine (1938), la película de Jean Renoir, sobre todo por los planos de trenes entrando en túneles que entendía en clave sexual, y también de las ganas de la Columbia de repetir el éxito de Los sobornados reuniendo otra vez a Glenn Ford y Gloria Grahame, aunque en un primer momento se había pensado en Rita Hayworth para el papel de Vicki. Pero, gracias a los dioses lares del cine, el papel lo encarnó la gran Gloria Grahame. Por más que lo intentaron, Lang y el guionista Alfred Hayes no consiguieron convencer a Jerry Wald -los tres habían colaborado en Clash by Night (1952)- de que Zola con la bestia humana no se refería a la mujer protagonista, sino a todos los personajes principales de la novela, de ese desacuerdo -y del código de producción- proceden las diferencias entre la adaptación de Lang y la de Renoir.

Joan Bennett y Fritz Lang

Lang ya había realizado con Scarlet Street (Perversidad, 1945) un remake de un filme de Renoir, La chienne (La golfa, 1931). Y Renoir rueda su última película en Hollywood, Una mujer en la playa (1947) con Joan Bennett, también protagonista de aquélla y de otros títulos memorables de Lang -Man Hunt o La mujer del cuadro-, y para el cineasta francés trabajar con ella era una de las motivaciones esenciales del proyecto -me entusiasmaba la idea de rodar con esa actriz- como confiesa en sus memorias. Lang siempre consideró las películas de Renoir muy superiores a sus remakes. Si uno contempla La mujer de la playa es imposible no advertir la mano de Lang o, si vamos a eso, su ojo sano mirando por encima del hombro de Renoir. En cualquier caso, estamos ante dos grandísimos cineastas con mirada propia, con universos distintos, con una visión del mundo completamente diferente. Para Renoir, el hombre deviene personaje de una representación. Para Lang, el hombre ha sido envenenado por el mal. Para Renoir, la vida es un teatro. Para Lang, la vida es un destino. Para Renoir, la puesta en escena es un juego. Para Lang, la puesta en escena es una geometría. Para Renoir, el personaje es una máscara. Para Lang, el personaje es un culpable.

Glenn Ford (Jeff) y Gloria Grahame (Vickie)

Y desde las primeras imágenes, Deseos humanos nos revela las claves de todo el cine de Lang bajo la forma (abstracta y geométrica) de un documental: un tren avanza, los raíles permiten imaginar otras direcciones, pero la máquina sigue su rumbo inalterable, tres raíles parecen converger en la misma dirección irrevocable hacia la misma estación, el tren implacable entra en un túnel.


Jeff Warren (Glenn Ford), el maquinista que regresa a casa de la guerra de Corea, conduce la locomotora pero, cuando llega a la estación, ya no estamos muy seguros de que no sea el tren quien lo lleve a él, quizá empezamos a presentir que es apenas una pieza de un engranaje, de una mecánica que tiene su propio sentido; y pronto nos resultará palmario que el engranaje funciona porque nadie es inocente, que todos somos protadores de la semilla del mal, de que nadie puede librarse de la culpa. Y la geometría de Lang desprende irremediablemente una dolorosa y amarga reflexión sobre el mundo que cartografía con su puesta en escena. Ya en Clash by Night, Lang había empezado la película con una pieza documental sobre el pueblo pesquero donde trascurre la historia, pero en Deseos humanos las imágenes documentales cobran un valor simbólico que va destilando su significado a medida que la trama avanza implacable -como el tren-, atrapando con su mecánica dramática a Jeff y a Vicki y a Carl Buckley (Broderick Crawford) en los engranajes del destino, como esos febriles travellings sobre las vías que cierran el filme sobre sí mismo.

Gloria Grahame (Vicki)
y Broderick Crawford (Carl Buckey)

A menudo se ha subraya la maldad de Vicki, la bestia humana que imaginaba Jerry Wald, la mantis casi obligatoria del cine negro, la mujer fatal; la mujer era, por definición, una perdición. Y así, cuando Jeff se siente celoso y engañado, Vicki le dice: Piensas como Carl que no soy buena... Y le cuenta cómo abusaron de ella a los quince años. Pero ya desde el principio Lang nos muestra como Carl, su marido, está dispuesto a prostituirla para recuperar su trabajo. Y al final, poco antes de que él la estrangule, Vicki, despechada -y despreciada- le echará en cara cuánto admiraba a quien abusaba de ella, pero esa descarga furiosa no es otra cosa que la venganza de una superviviente. Y una amiga de Vickie traducirá lo que piensan los hombres: Las mujeres somos todas iguales, sólo tenemos la cara distinta para que podáis distinguirnos. Después de que Vicki haya conseguido que readmitan a su marido en el ferrocarril, los celos empujan a éste a insistir para que le cuente cómo lo consiguió, como si no lo supiera. Y Lang aprovechará que Vicki se quita el vestido por la cabeza y entra en el cuarto de baño para mostrar cómo quiere ocultar lo que hizo porque le resulta a ella aún más humillante de lo que le resultará a él dentro de un momento. Hay que ver escenas como ésa -ella quiere ducharse y no quiere que Carl la toque- o aquélla en que su marido la empuja a hacer lo que sea para que lo readmitan, para comprender los poderes de un cineasta que no necesitaba desnudar a nadie para pintar el sexo en la pantalla. Bueno, y los poderes de una actriz, como ya no hay, a la hora de mostrar sólo con su presencia todo cuanto la censura proscribía, le bastaba moverse vestida encima de una cama, o donde fuera. Y cuánta infelicidad entre cuatro paredes que aherrojan a los personajes que se debaten entre sombras con sus propias sombras.


Como Vicki, que va descubriéndose a medias verdades y a medias mentiras, mitad luz y mitad sombra. Pero además Lang deja que seamos nosotros quienes imaginemos el primer asesinato a manos de Carl, y el intento de asesinato de Carl a manos de Jeff cuando el paso de un tren nos impide ver lo que sucede. Nos está convirtiendo en espectadores analíticos del funcionamiento de un mecanismo cuyo combustible es el mal que llevamos dentro. Está dirigiendo nuestra mirada hacia una pantalla que, gracias a la abstracción formal -mediante simetrías y correspondencias- cobra ante nuestros ojos visos de espejo. En realidad, Lang subvierte mediante la puesta en escena el requerimiento del productor y nos hace preguntarnos quién es la bestia en Deseos humanos, o mejor, si hay alguien que no lo sea. Aunque sea Vickie la única que se atreva a decirnos: Te voy a contar lo mala que soy.

1 comentario:

  1. Delicioso este post. Por favor, pasa por mi blog del fogon y recoge dos premios que tengo para tí. Te los mereces. Un saludo.

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