En 2002 y 2003 Raúl Dans y yo escribimos casi cien escaletas y una docena de diálogos cada uno para una serie protagonizada por una veterinaria. Bueno, empezó protagonizándola una veterinaria, pero la actriz se fue -por su propio pie, nadie la echó- y entonces tomó el relevo su padre, o sea, el personaje del padre de la veterinaria, que también era veterinario pero estaba retirado, aunque, oportunamente cayó en la cuenta de que se sentía más vivo ejerciendo su profesión y vuelve al ejercicio de la veterinaria. Cada trece episodios Raúl y yo viajábamos hasta Lourenzá para encontrarnos con el veterinario de la comarca de Mondoñedo, la Miranda de Cunqueiro -la serie se titulaba precisamente Terra de Miranda-, para que durante la comida nos contara casos veterinarios con que armar las tramas profesionales de la temporada siguiente. El veterinario tenía la cualidad nada común de ponerse en nuestro lugar y nos surtía de casos y episodios de su experiencia profesional que permitían visualizarse con cierta facilidad. Debimos hacer seis o siete viajes a Lourenzá. Raúl siempre los emprendía de mala gana. Si por él fuera prescindiría de aquellos encuentros que nos venían al pelo. Pero tampoco era muy difícil que se olvidara del trámite que consideraba un engorro tirándole de algún hilo.
Recuerdo que durante uno de aquellos viajes me fue hablando de la estructura de A sangre fría, la novela de Truman Capote. Cómo la estructura de unos personajes y hechos reales trasformaba la materia de un reportaje en una novela, cómo el montaje en paralelo de la vida cotidiana de la familia que va a ser asesinada y del periplo de sus asesinos confluye setenta páginas después en el descubrimiento del crimen, la catástrofe provocada por el encuentro de dos mundos... Al volver de aquel viaje a Lourenzá anoté los brochazos con que Raúl iluminaba el entramado de A sangre fría y guardé las fichas dentro del primer ejemplar que tuve de la novela, el primer libro editado en aquella colección de bolsillo en tapa dura de CLUB Bruguera, que seguramente recordaréis y de la que ahora se cumplen 30 años.
Pero no están allí. Y bien que lo siento. Aparecerán cuando no las busque, como sucede siempre. Truman Capote escribió por lo menos la mitad de la novela en el sótano del nº 70 de la calle Willow en Brooklyn Heights. Donde había escrito Desayuno con diamantes. Hasta que el manuscrito de A sangre fría empezó a convertirse en una pesadilla, el infierno que, creo, acabó con el, con el escritor que era. Pero lentamente. De eso hablan hasta cierto punto las dos películas que hace unos años coincidieron casi simultáneamente en la cartelera.
Sí, eso es Blooklyn Heights. Adoro Brooklyn Heigts, es el único lugar de Nueva York donde se puede vivir, escribió Truman Capote. Ése es el sótano de la calle Willow donde escribió sus obras, quizá, más perdurables. Allí Truman Capote encontró un hogar, un lugar que canta en un texto de 1959, Una casa en Brooklyn Heights, que podéis leer en la antología -publicada en bolsillo por Quinteto- titulada Los perros ladran. Aunque debería matizar lo de "más perdurables" y, desde luego, no basta el "quizá". Porque qué bien escribía. Basta leer algunos de sus cuentos. O cualquiera de las piezas que componen Música para camaleones, cuánto disfruté con ellos, como Una adorable criatura, sobre Marilyn Monroe, quién si no, a la que Truman Capote prefería para encarnar a Holly Golightly (sí, también tengo debilidad por Marilyn y Raúl más de una vez se encarga que zaherirme recordando episodios olvidables de su biografía). Ya sé, Adelita, ya sé que en Desayuno con diamantes tú no imaginas a otra que no sea Audrey Hepburn, aunque tan adorable te parece Marilyn.
O su memorable Prefacio, toda una poética en forma de autobiografía literaria. Os dejo aquí sus tres primeros párrafos para celebrar este 23 de abril:
Mi vida, al menos como artista, puede proyectarse exactamente igual que la gráfica de la temperatura: las altas y las bajas, los ciclos claramente definidos.
Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos. Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.
Pero, por supuesto, yo no lo sabía. Escribí relatos de aventuras, novelas de crímenes, comedias satíricas, cuentos que me habían referido esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal, ¡Y entonces cayó el látigo!
Qué peregrinaje hicimos en busca del "70 de Willow". Cuántos recuerdos de ese maravilloso viaje. Me alegra que hayas traído a Truman Capote a la escuela, así puedo volver a NY con el recuerdo.
ResponderEliminarBicos
Daniel tengo un libro (no se donde para ) en el que explica que antes de escribir a Sangre Fría, Truman Capote y su amiga Harper Lee al enterarse por los periódicos del espantoso crimen, ambos se trasladaron durante unos dias al lugar donde sucedióy fue entonces cuando decidió escribir la novela. ¿es así o no lo recuerdo bien?
ResponderEliminarAsí es, en parte. Verás. Truman Capote leyó en el New York Times del 16 de noviembre de 1959 la crónica -fechada en Holcomb, Kansas, el día 15 de noviembre- del asesinato de la familia Clutter. Le pidió a su amigo Andrew Lyndon que lo acompañara a Holcomb, pero tenía un compromiso, entonces se lo pidió a Nelle Harper Lee, que había terminado "Matar a un ruiseñor" aunque no publicado. Harper Lee aceptó encantada: "Me dijo que iba a ser una labor en la que habría que sumergirse muy a fondo y que hacían falta dos". O sea, cuando Capote viaja con Harper Lee a Holcomb iba decidido a escribir una novela que luego calificaría como de no ficción, era el tipo de obra que le atraía y aquel crimen representaba un tema magnético. De alguna forma, la evolución de Truman Capote lo llevaba al encuentro de esa idea. Como decía Henry James, sus descubrimientos son, como los del navegante, el químico o el biólogo, poco menos que el resultado de estar alerta para reconocerlo. El proceso de escritura de "A sangre fría" lo cuenta con bastante pormenor Gerald Clarke en "Truman Capote. La biografía". Creo que hay una edición en Debolsillo.
ResponderEliminarA mí, el viaje de dos horas y media en coche a Lourenzá se me ha pasado en un pispás. No sé por qué, pero he imaginado la escena sentado en el centro de la parte de atrás de un Mondeo, o similar, mirando alternativamente a izquierda y derecha, pensando en lo distinto del paisaje de la Terra Cha y del Medio Oeste americano, y en lo cerca que, sin embargo, hacíais que estuviesen mientras enlazábais una anécdota detrás de otra.
ResponderEliminarHoy he ido a la libreria a buscar el libro de gerald Clarke, pero no lo he encontrado, así que lo he encargadao.
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