Desde la náusea del presente, que tanto cuesta tantas veces represar, rememorar la proclamación de la 2ª República hace ochenta y dos años -una República democrática de trabajadores de toda clase, como rezaba el artículo primero de la Constitución del 9 de diciembre de 1931- cobra visos míticos de un aquel auroral (y aun utópico) velado por la melancolía. Los historiadores del cine eligieron Aurora y melancolía como leyenda del congreso celebrado en Compostela hace un par de años sobre el cine español en la 2ª República, un periodo que rotularon como "la edad de oro del cine español", donde se conjugaron la calidad y el arraigo popular de no pocas películas.
Entre las productoras que contribuyeron a conectar el cine español con el público (quizá como nunca en la historia) durante la 2ª República figura Filmófono, con un equipo estable en nómina formado por Luis Buñuel como productor ejecutivo (y guionista cuando hacía falta), el escritor Eduardo Ugarte, el operador José Mª Beltrán y el músico Fernando Remacha. Luis Buñuel cuenta en Mi último suspiro cómo acabó de convencer al empresario Ricardo Urgoiti al invertir ciento cincuenta mil pesetas que le prestó su madre: De manera que me hice productor, un productor muy exigente y quizás en el fondo bastante canallesco. Productor de comedias y melodramas baratos que, en palabras de Julio Pérez Perucha, representaban una relectura moderna y progresista de temas tradicionales de la cultura popular. Las dos primeras películas de Filmófono producidas por Buñuel en 1935 fueron dos cañonazos de público: Don Quintín el amargao, dirigida por Luis Marquina, y La hija de Juan Simón, por José Luis Sáenz de Heredia.
Fotograma de La hija de Juan Simón
La experiencia de Filmófono culminó con ¡Centinela, alerta! (1936), una adaptación de La alegría del batallón de Arniches dirigida por Jean Grémillon, quien enfermó hacia el final del rodaje y lo tuvo que sustituir Buñuel. El cineasta de Calanda recuerda el acabado de la película y el final de Filmófono:
Durante el rodaje, la situación se deterioraba rápidamente. En los meses que precedieron a la guerra, el ambiente era irrespirable. Una iglesia en la que teníamos que rodar fue incendiada por la multitud y tuvimos que buscar otra. Mientras hacíamos el montaje, había tiroteos por todas partes. La película se estrenó en plena guerra civil con gran éxito, éxito que se confirmaría en los países latinoamericanos. Por supuesto, yo no me beneficié de él.
Urgoiti, encantado de nuestra colaboración, acaba de proponerme una asociación magnífica. Íbamos a hacer juntos dieciocho películas, y yo pensaba ya en adaptaciones de las obras de Galdós. Proyectos perdidos, como tantos otros. Durante varios años, los acontecimientos que hicieron arder a Europa me mantendrían alejado del cine.
14 de abril. Tan lejos, tan cerca.
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