4/6/10

Una habitación amueblada por el pasado

Cuando David Pérez Iglesias me contó la historia que referí ayer, recordé un libro que había leído hace seis años y que releí hace un par de semanas, por gusto y por comprobar si era tan bueno como lo recordaba, y también porque en estos últimos años siento una especial predilección por las novelas cortas. Ésta tiene 130 pags. La editó Pre-textos y se titula Un mes en el campo. Su autor, J. L. Carr. Una novelita. Un regalo.

Recordé este libro porque su protagonista, Tom Birkin, un joven inglés de veintitantos años, superviviente de la primera guerra mundial, llega a un pueblo para restaurar el mural del siglo XIV de la iglesia parroquial en el verano de 1920. Un mes en el campo para restaurar algo más que unas pinturas, también su alma estragada después de una temporada en el infierno. El mural deviene un espejo de las perturbaciones que vive (y vivirá) Birkin, no es casual que la obra que va a restaurar date de la época posterior a la Peste Negra,

...cuando los potentados supervivientes estaban devorando las propiedades de los vecinos muertos a precios de crisis, pero el miedo por su propio pellejo les hacía todavía sudar parte de sus ganancias
.

El maestro que pintó la iglesia y el restaurador han sobrevivido a sendas catástrofes, seis siglos los separan, pero el mural los reúne, los hermana y los revela. La novelita, narrada en primera persona -con finura y humor- por la voz del propio Birkin, nos cuenta el proceso de restauración como si de un acercamiento amoroso se tratara. Y de eso se trata, de un desvelamiento, del maestro del siglo XIV:

Ahí estaba yo, cara a cara con un pintor anónimo que alargaba su mano desde la oscuridad para mostrarme lo que sabía hacer y me decía con más claridad que si me hablara: "Si algo de mí sobrevive a la corrupción del tiempo, que sea esto. Pues esta es la clase de hombre que yo era".

El tiempo, he ahí la materia que amasa esta novela, porque lo que va a sobrevivir de Birkin es lo que va a vivir en ese pueblo mientras restaura ese mural, adentrándose en el misterio del maestro que lo pintó:

Se preguntarán en qué pensaba durante las muchas horas que pasé sobre aquel andamio. Obviamente, en el trabajo, en la vasta pintura que estaba descubriendo. Pero también en el hombre anónimo que había estado donde estaba yo. No en sus habilidades técnicas, aunque, como es lógico, éstas me resultaban extremadamente interesantes. (...) No, lo que realmente me fascinaba eran sus caprichos. Por ejemplo, cuando dejaba a un lado las reglas iconográficas para alzar con disimulo la línea de unos labios, o se hacía a un lado para ejecutar una cascada de notas de adorno en el borde de una vestimenta... Cosas que hacía porque sí.

El restaurador entiende muy bien los movimientos del alma del pintor porque ha experimentado otro acercamiento que conducirá al desvelamiento de sí mismo mientras restaura el mural de aquella iglesia. Birkin se enamora de Alice Keach, la mujer del pastor, o sea, se abisma en el misterio que cifrará su propia existencia. Un enigma delante de los ojos y otro ojos adentro:

Me acompañó hasta el claro y se detuvo junto a un rosal que se desparramaba por la grava.
-Una Sara Van Fleet -dijo. Era una rosa rosada, única-. Es una variedad antigua. ¡Fíjese! Tiene espinas afiladas. Y no para de florecer. Ya verá... Todavía quedarán algunas en pleno otoño.


El amor, envuelto en la melancolía del tiempo perdido, como quien se asoma al pozo de lo que bien pudo haber cambiado nuestra vida:

Aquella rosa, la Sara Van Fleet... Todavía la tengo. Secada en un libro. (...) Algún día, en un remate, un extraño la encontrará ahí y se preguntará por qué.

J. L. Carr

En el prefacio, cuenta J. L. Carr que, durante los meses en los que uno anda escribiendo sobre el pasado, la historia se tiñe con lo que le está sucediendo entonces al escritor. No sé gran cosa del autor de Un mes en el campo: nació en Yorkshire en 1912 y murió en Northamptonshire en 1994, entre ambas fechas fue fotógrafo de la RAF durante la segunda guerra mundial, dirigió una escuela primaria y cautivó la devoción de colegas y alumnos por igual, escribió algunas novelas cortas y algunos libros de no ficción, y fundó su propia editorial, The Quince Tree Press.


Un mes en el campo se publicó en 1980 y siete años después la llevó al cine Pat O'Connor con guión de Simon Gray. No vi la película, y quizá no la vea, tengo mi propia adaptación en la cabeza y no me apetece contrastarlas. Veo a J. L. Carr en su escritorio, asomado a una ventana de la memoria donde permanece intacta una habitación amueblada por el pasado.

5 comentarios:

  1. Gústame iso de que tes a túa propia adaptación na cabeza e non che apetece contrastala.
    Tentaremos lela aínda que sexa en inglés.
    Saudiña.

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  2. Lo quiero. El libro y leerlo.

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  3. Otro título más para el ya largo listado de próximas compras literarias. Buena parte de los cuales me han sido sugeridos por tus entradas. Sigue, sigue...

    Yo también soy partidario de las novelas cortas: o te dejan con las ganas o no te dan tiempo de aburrirte.

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  4. No lo tenian en la libreria, lo he encargado para el martes.
    Ya contaré

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  5. Lo acabo de terminar de leer. Que regusto más agradable.
    Me ha traído a la memoria con vida inglesa de verano “Subir a por aire” de George Orwell. También este Birkin como contrapunto del Charles Rayder de Retorno a Brideshead uno que viene de la I Guerra Mundial y otro que esta que se va a la II : “me habría gustado que aquello continuara indefinidamente sin que nadie se fuera ni nadie llegara, el otoño y el invierno demorándose a la vuelta de la esquina y la lozanía del verano durando siempre” Y Sebastián Flyte “Siempre verano, siempre juntos, siempre la fruta madura y Aloisius siempre de buen humor. Dos mundos muy distinto pero en un mismo entorno…
    Y muchas cosas más que he subrayado y disfrutado. Daniel, No se si aguantare mucho rato el ritmo que le imprimes a tu escuela, tengo dos hijos pequeños y una mujer.

    “… Pero si lo desea, puede venir con nosotros a la escuela dominical, con Edgar y conmigo”

    Un abrazo

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