Llevo unas semanas volviendo a los filmes de Ingmar Bergman. Hoy hemos visto en Cineuropa Comment je suis disputé... (ma vie sexuelle) de Arnaud Desplechin que no es la primera vez que traigo por aquí, y seguro que no será la última. Creo que el cineasta francés es de los pocos cineastas que merecen el calificativo de herederos de Bergman. Gracias a Desplechin he vuelto a sentir con Emmanuelle Devos o Chiara Mastroianni lo que no había vuelto a sentir desde los filmes de Bergman con Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Harriet Andersson o Liv Ullmann: esa entrega absoluta en el aquel de explorar los límites de las emociones en carne vida, hechas palabra y cuerpo, encarnadas en una intimidad táctil y desnuda, ofrendada a la mirada del espectador como quien se decanta en una vibración de luz, sensación en estado puro, visión destilada de la erosión del tiempo en la piel que tiembla y que cifra la única eternidad posible de una vida tan frágil.
Es imposible ver Comment je suis disputé... (1996) sin que resuene en sus imágenes la memoria imborrable de Reyes y reina (2004), la película que nos descubrió a Desplechin. Reyes y reina recupera a la maravillosa pareja protagonista (Mathieu Amalric y Emmanuelle Devos), aquí separados, y cuya separación se fragua, es un decir, en Comment je suis disputé... No se trata de que ambas películas se vinculen argumentalmente, que una sea secuela de otra, sino, como explica Emmanuel Bourdieu, el guionista habitual de Desplechin, el cineasta vive asediado por el cine y sus películas remiten a otras películas suyas: los secretos y rencores familiares, la mala madre (o la madre mala), la locura, la culpa, amores exacerbados y tempestuosos. Cuando empiezo, pienso que sería formidable hacer una película que no fuera de Arnaud Desplechin, cuenta con ironía quien no puede sino llevar a cuestas un pasado (que pesa) y que, según su guionista, no tiene más remedio que intentar resolver la ecuación en cada película de conseguir hacer una obra ligera con un background de partida pesado, que deviene irremediablemente saga. El trayecto que va de Comme je suis disputé... hasta Reyes y reina y Un cuento de navidad amojona los episodios de un logro mayor del cine de hoy, un trayecto que, mira por donde, también podría encontrar un paralelo en el de Bergman.
Arnaud Desplechin con Jeanne Balibar,
Mathieu Amalric y Marianne Denicourt
en el rodaje de Comment je suis disputé...
Mathieu Amalric y Marianne Denicourt
en el rodaje de Comment je suis disputé...
En el cine de Arnaud Desplechin advertimos, además de la herencia de Bergman, una filiación con la obra de Truffaut, Eustache o Pialat, un cine locuaz y frondoso, de mirada febril, que cerca los cuerpos a la busca de las emociones en un flujo torrencial, un cine generoso, desbordado y excesivo, que desdeña la brevedad para entregarse a la fruición del misterio que emerge del círculo de unos actores, que se inmolan en el altar del íntimo estremecimiento y que la cámara de Eric Gautier trata de registrar en el trance de desaparecer. Comment je suis disputé... (donde ya encontramos todo Desplechin) cuenta los amores de Paul Dedalus (Mathieu Amalric) con Esther (Emmanuelle Devos), Silvia (Marianne Denincourt), Jeanne (Jeanne Balibar) y el anhelo de Patricia (Chiara Mastroianni), e indaga en un microcosmos culto y burgués en donde los personajes se acorazan a base de palabras frente al miedo a entregarse al azaroso juego de vivir y al desgarrador abismo del amor, mostrado con humor, con mucho humor (¡bendito humor!). Pero la vida y el amor los enfanga sin remedio, desesperadamente, hasta quebrar las defensas y descubrir el desamparo primordial de Esther en la ducha, de Paul rescatando el mono muerto, de Jeanne , de Silvia, de Patricia, del profesor que olvida dónde dejó el coche, de Esther y Paul en la calle buscándose y rehusándose con una dolorosa angustia a flor de piel, la visita de Paul a una escena de la infancia (como Victor Sjöström en Fresas salvajes), la carta de Esther a Paul que ella desgrana mirando a cámara, mirándonos, tomándonos por testigos de una íntima confesión. Un desamparo que Arnaud Desplechin nos entrega como una arqueología de las emociones y una genealogía de los sentimientos (y una cartografía del corazón humano a la luz de la Ética de Spinoza), como brasas del pasado que aviva con la mirada encendida.
Conviene, a modo de epilogo, reseñar que la película dura tres horas, que la proyección en el Salón Teatro (incómoda a más no poder) alcanzó la frontera de lo inaceptable (sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de un festival llamado Cineuropa y que presentaba un ciclo dedicado a Arnaud Desplechin): más de media hora de retraso, proyección con luz insuficiente (imperdonable, una injusticia para el maravilloso trabajo de Eric Gautier), doble subtitulado (en inglés y español), corte de diez minutos en medio de la proyección... Y por si fuera poco, asistir al abandono de la sala de la mayoría de los espectadores (que presumen de cinéfilos), incapaces de apreciar la obra de uno de los cineastas europeos realmente grandes y con historias que contar. Respecto al retraso y a la proyección en sí, la película de Desplechin no fue una excepción, vivimos el mismo retraso y la misma proyección deplorable cuando asistimos el martes pasado, esta vez en el Teatro Principal, a la de El lazo blanco (2009) de Michael Haneke, Palma de Oro en Cannes. Por cierto, nadie se queja, a casi todo el mundo le parece de perlas. En fin que vimos Comment je suis disputé... en el cine -es un decir- y sólo esperamos que algún día la editen en dvd como se merece para verla... como si fuera la primera vez. Y aun así, volveríamos a pasar por el sacrificio de verla como la vimos si no hubiera otra forma de volver a verla. Creo que nada mejor se puede decir del cine de Desplechin.
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