Uno de mis libros favoritos se titula Ómnibus de poesía mexicana (presentación, compilación y notas de Gabriel Zaid) de siglo xxi editores, 1ª edición de 1971, casi setecientas páginas en formato bolsillo, con una viñeta de un tren (ómnibus) en marcha en la portada. Un libro con algunos de los más hermosos poemas de la lengua castellana y que me descubrió a poetas deslumbrantes como Ramón López Velarde, Carlos Pellicer o Alí Chumacero -el editor de Pedro Páramo-. Me lo regaló Juanito, el nieto del llorado (y querido) Paco Comesaña (quien inspiró -y aun más- el Daniel Da Barca de O lapis do carpinteiro de Manuel Rivas).
Pero en el ómnibus no encontré a José Emilio Pacheco -a quien acaban de conceder el Cervantes-, lo encontré por casualidad en una entrevista de algún periódico y copié unos versos suyos:
Todo el mundo está en llamas.
Lo visible
arde y el ojo en llamas lo interroga.
De entre los poemas de José Emilio Pacheco que conozco me gusta especialmente Aceleración de la historia (que aquí no consigo trasladar con la sangría original en los versos pares):
Escribo unas palabras
y al mismo
ya dicen otra cosa
significan
una intención distinta
son ya dóciles
al Carbono 14
Criptogramas
de un pueblo remotísimo
que busca
la escritura en tinieblas.
Un poema que cifra las cenizas del tiempo sobre las que araña sus versos con ironía José Emilio Pacheco, palabras que nos remiten a la tierra a la que pertenecemos. No era otra la misión que Heidegger imaginaba para el poeta sino el testimonio de lo que nos religa al barro donde se amasan los huesos. Donde se cuecen las formas de la memoria al calor de un ojo en llamas que pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario