Fotografía de Russell Lee
Los carteles de cine aparecen con frecuencia en la fotografía americana de los años de la depresión, los años negros de los treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado, cuando los grandes fotógrafos se echaron a las carreteras de EEUU para documentar la miseria, el hambre, el desempleo; para registrar con sus cámaras a los pobres, a los parados, a los desposeídos. A los de abajo.
Fotografía de Dorothea Lange
Fotografía de Russell Lee
Fotografía de Walker Evans
La belleza de las fotografías cobijó el desamparo, claro que no remedió la intemperie ni les llevó el pan a la boca. Pero el cine representaba el único lujo que algunos podían permitirse y las películas el último refugio. Y pan que llevarse a los ojos. Y acallar el ruido de las tripas. En esas fotografías, los carteles de cine cobran visos espectrales. Como sombras de sueños. Y fantasmas de promesas. De consuelo.
Fotografías de John Vachon
Fotografías de Russell Lee
Fotografía de Marion Post
Fotografías de Walker Evans
Quizá nunca como en estos carteles el cine deviene la ofrenda de un bálsamo para quienes se veían borrados de la historia. Para quienes quizá preferían no verse en la película de John Ford (con la novela de Steinbeck) que los transfiguraba en héroes por un par de horas.
La única película que no podía consolarlos. O quizá sólo con el tiempo. Sólo con la memoria. Como una plegaria por los vivos y los muertos.
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