7/11/12
El ocaso amarillo
Ya en los años sesenta del siglo pasado la ceguera de Borges era casi total y sólo percibía manchas de amarillo. A esos dorados rastros de lo visible dedicó El oro de los tigres, al único color que sus ojos aún podían aprehender en el mundo, ya no con visos de cosas, apenas de formas, destellos perdurables de amarillo, prenda última de una vaga luz en una rosa de tinieblas.
Pero quizá no haya más excelsos poemas del amarillo que la pintura de Van Gogh. Hay que ver sus cuadros pero también leer sus Cartas a Theo -sobre todo las que le envía desde Arlés- para comprobar el arrobo, la porfía, el éxtasis de los amarillos. Amarillo cromo, sol de azufre, amarillo sucio, oro viejo, amarillo verde, oro rudo, amarillo limón...
...la cúpula del cielo es de un azul admirable, el sol tiene un resplandor azufre pálido y es tan suave y encantador como la combinación de los azules celestes y los amarillos de Vermeer de Delft. Yo no puedo pintar así tan bello como eso, pero me absorbe tanto que me dejo ir sin pensar en ninguna regla.
He esbozado por segunda vez un estudio de un Cristo con el ángel en el huerto de los olivos. Porque aquí veo los olivos verdaderos, pero no puedo, o mejor dicho, no quiero pintarlos más sin un modelo; pero tengo esto en la mente con el color, la noche estrellada, la figura del Cristo azul, los azules más potentes, y el ángel amarillo limón quebrado...
¡El motivo es difícil!... pero justamente quiero vencerlo. Porque es terrible, esas casas amarillas en el sol y después el incomparable frescor del azul. Además todo el terreno es amarillo...
Un sembrador azul y blanco en la tierra violeta... En el horizonte, un campo de trigo maduro corto... Sobre todo esto, un cielo amarillo con un sol amarillo.
Un sol, una luz, que a falta de otra cosa mejor no puedo llamar más que amarilla, amarillo de azufre pálido, limón pálido oro. ¡Qué hermoso es el amarillo!
Por lo visto se apagan los amarillos de algunas pinturas de Van Gogh a causa de los oxalatos que se producen a partir de una reacción química del cadmio del pigmento y determinados barnices con los que, tras la muerte del pintor, se trataron de proteger los lienzos. (Qué disgusto se llevaría Ángeles si se apagan los girasoles; parece que no, que esos amarillos están a salvo.) Como si al sol de azufre de Van Gogh le llegara la hora del ocaso amarillo evocado por Borges en El oro de los tigres.
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