Leo en unas páginas de El País del sábado que Borau era, sobre todo, un oráculo del cine español, un referente absoluto para varias generaciones... bajo un títular que reza Algo más que un director de cine, que da a entender que sólo lo conocíamos todos como director cuando había desarrollado otras actividades -escritor, editor, productor, académico...- con tanta o más dedicación y relevancia. ¿Cómo se pueden amontonar tantos disparates?
Borau con Ángela Molina y Carol Kane
en el rodaje de La sabina
En un país con cultura cinematográfica y donde el cine se estimara como arte, a Borau se le despediría como un gran cineasta y se señalaría que, además desarrolló otras actividades en las que cabe consignar valiosas aportaciones, citando por ejemplo (como no se hace en esas ¡dos páginas!) algunos libros que conocimos gracias a sus Ediciones del imán, como Preparad la bolsa de Micheál Mac Liammóir que cité aquí más de una vez, la última hace menos de un mes.
Y desde luego se dedicarían algunas líneas, cuando menos, a comentar sus aportaciones cinematográficas -porque el cine era lo que más amaba, al cine consagró sus desvelos, y si no hizo más películas fue porque no pudo ponerlas en pie-, y no sólo a señalar que Furtivos fue un filme con problemas con la censura o que Río abajo fue un estrepitoso fracaso financiero, confirmando la sospecha que se desprendía del titular: menos mal que era algo más que un director de cine. Menos mal que fue, sobre todo, el mejor presidente de la Academia (del cine).
Pues bien, al morir Borau -el viernes 23 de noviembre de 2012-, desaparece un cineasta raro, un extraño entre nosotros, dijo alguien una vez. Miguel Marías lo definió como un francotirador. Era un solitario. En el cine americano, que tanto amaba, hay un término que le sentaba como un guante: un maverick, un tipo que anda a su aire, que va por libre. En fin, un perro verde del cine español. Así son los mejores.
Borau con Icíar Bollaín en el rodaje de Leo
Y no, nunca fue un oráculo ni un referente. Fue un maestro respetado por algunos de sus alumnos, como Iván Zulueta, al que le produjo Un dos tres al escondite inglés, o Antonio Drove, con el que colaboró en el guión de Hay que matar a B., una de las mejores películas de Borau (y una de las menos conocidas en una filmografía básicamente desconocida e ignorada). Otros dos que tal bailan: otros dos malditos, otros dos raros del cine español, otros dos que se fueron bastante antes que el maestro.
Para ser un oráculo habría de ser venerado, para ser un referente debería ser un faro. Y para eso habría que conocer su cine; pero su cine no puede valorarse, entenderse, disfrutarse fuera de una tradición que viene de Ford, de Lang, de Hawks... Demasiado quizá para un país, que no es que desprecie el cine, sencillamente puede pasarse muy bien sin él. Sin el cine de Borau.
Y sí, continuaremos hablando de Borau. Qué remedio. Y qué gran causa la de este maverick.
Aquel niño enamorado del cine que le escribía cartas a Deanna Durbin.
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