28/12/11

La fiesta (de la memoria) del cine


Dia de los Inocentes. 116 cumpleaños del cine. El cinematógrafo de los Lumière. Un ritual comunitario que ofició su primera liturgia aquel 28 de diciembre de 1895 y celebramos -o no estaría de más celebrar- cuando vamos al cine.


Aunque, la verdad, ya no está la fiesta para tirar cohetes; vamos cada vez menos al cine y la comunidad mengua sin tregua, al menos la nuestra (aquélla con la que coincidimos cuando vamos); no queda otra que consolarnos con un "cine en casa" y, si echáramos cuentas, probablemente deberíamos convenir en que la mayoría de las películas y series se ven en un portátil, que viene siendo una versión informática del kinetoscopio de Edison, que permitía ver aquellas películas primitivas de forma individual.


El cine y las películas de nuestra vida son ya parte de nuestro museo imaginario, una experiencia cada vez más difícil de trasmitir, como una memoria clausurada entre paréntesis. Como haber visto a los ocho o nueve años La mujer pirata (1951) de Jacques Tourneur en un Teatro Principal (de Tui, entonces Tuy) abarrotado de congéneres menudos ¡en sesión infantil! -una película que en estos tiempos nadie nunca programaría para niños- y navegar en el Reina de Saba tantos sueños con el Capitán Providence, pero que en realidad se llamaba Ana de Indias, aunque era Jean Peters.



Quién sabe si traer aquí cada año, tal día como hoy, la memoria de aquellas primeras proyecciones del cinematógrafo tendrá un aquel de rito funerario con visos de una fiesta del cine. La memoria de Jean Renoir, por ejemplo, que recuerda en Mi vida, mis films su primer encuentro con el cine, un día de 1897 en los almacenes Dufayel de París. El futuro cineasta tenía algo más de dos años e iba de la mano de Gabrielle, una chica de dieciséis, prima de la madre de la criatura y la modelo preferida de su padre, que hacía las veces de niñera, una mujer cardinal en la vida de Renoir (podría decirse que todas sus mujeres fueron herederas o sucesoras de Gabrielle, aquella Bibon -como la llamaba- sin la que no podía vivir).

Gabrielle y Jean Renoir 
pintados por Pierre-Auguste Renoir en 1895

Jean Renoir pintado por su padre en 1901

La Bibon de Jean Renoir 

Mucho tiempo después, en Hollywood y ya al final de su vida, Gabrielle le contó a Renoir aquella primera experiencia con el cinematógrafo:

Gabrielle Renard con Jean Renoir en 1950

El cine gratis era una de las más audaces innovaciones de [los almacenes] Dufayel. El relato de Gabrielle es parco, y no abunda en detalles. En cuanto nos sentamos, se apagaron las luces. Una máquina terrible emitió un rayo luminoso que atravesó peligrosamente la oscuridad. En la pantalla aparecieron imágenes incomprensibles. Todo aquello venía acompañado con el sonido de un piano y, de otra parte, por una especie de martilleo procedente de la máquina infernal. Grité como acostumbraba a hacer, y fue necesario sacarme de allí. No sabía que aquel ruido de la Cruz de Malta se convertiría para mí en la más dulce de las músicas. Por entonces no veía la importancia de esa pieza esencial de la cámara y del proyector sin la cual el cine no existiría. Mi primer encuentro con el ídolo fue un completo fracaso. Gabrielle sintió mucho que no nos quedáramos. En la película aparecía un río enorme y, en un rincón de la pantalla, ella creía haber visto un cocodrilo.


En alguna parte leí que, en Montevideo, a los primeros cines -barracas de feria- les llamaban biógrafos, un término que ponía énfasis en el registro de la vida, como la Biograph, la productora en la que Griffith realizó entre 1908 y 1912 una serie de películas -aun cortometrajes- que cuajaron el lenguaje cinematográfico. Así como cinematógrafo y kinetoscopio colocaban el acento en el movimiento.


Era lo que vendían los pioneros y celebraban los primeros espectadores: el cine como registro del movimiento de la vida (o de la vida en movimiento). Habrá que esperar unos años a que Griffith despedace, manipule y organice el tiempo mediante el montaje -en aquellos finales bajo el dispositivo de la "salvación en el último minuto" (o sea de lucha contra el tiempo)- para que los espectadores celebren con aplausos la nueva dimensión, quizá sin saberlo siquiera. Pero tardará aún lo suyo para que celebren también el cine como registro del tiempo de la vida (o de la vida en el tiempo). Mientras tanto, la belleza robada en el movimiento de un cocodrilo en una esquina de la pantalla, al borde de un gran río que la llenaba, podía transfigurarse en la memoria imborrable del cine.

1 comentario:

  1. Son dos fiestas que me gusta celebrar, el aniversario del cine y los santos inocentes :) Que bueno que coincidan el mismo día... y que bueno cuando recuperamos la capacidad del asombro de aquellos primeros inocentes del Salón Indien...

    Un abrazo, Daniel, muchos besos para Angeles, muy feliz año nuevo

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