Hasta ayer mismo uno pensaba que la defensa de Madrid durante los últimos meses de 1936 era una gesta que no tenía su cantar (quiero decir que no tenía un cantar a la altura de la gesta). Pero ayer leí La defensa de Madrid de Manuel Chaves Nogales, que acaba de editar Renacimiento con una estupenda cubierta de Alfonso Meléndez. Han pasado 75 años y compruebo que, al fin, aquella gesta tiene ya su cantar.
Y bajo el título de The Defense of Madrid en el Evening Standard londinense -entre 16 y el 28 de enero de 1939- en doce entregas diarias con la traducción al inglés de Luis de Baeza, amigo y compañero de Chaves Nogales, que había sido corresponsal en Londres del diario Ahora. Fue en la hemeroteca de Colindale, consultando viejos ejemplares del Evening Standard, cuando Mª Isabel Cintas Guillén encontró la versión inglesa del reportaje en el curso de una investigación sobre la partida hacia el exilio de Chaves Nogales. Pero llegar hasta la versión original de la revista mejicana no fue precisamente coser y cantar; en realidad fue una aventura que pasa por la Biblioteca Nacional de México, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín, por citar sólo los hitos cruciales; por eso, la nota de edición de Mª Isabel Cintas Guillén, a quien le debemos La defensa de Madrid de Chaves Nogales -la edición de Renacimiento incorpora las ilustraciones de Juan Helguera-, se lee como un relato detectivesco (con su aquel de arqueología literaria).
A la izda., Chaves Nogales
La energía y el aliento épico del relato empujan a leer La defensa de Madrid de un tirón, pero no se puede evitar releer algunos párrafos o leérselos a Ángeles para degustar esa prosa que destila con la mirada precisa el vértigo de los hechos, enhebrando el tapiz de los acontecimientos con preciosos detalles, donde la historia cuaja y se entraña.
Como aquellos párrafos con que cierra la quinta entrega del "Día D", el tercer día de la defensa de Madrid, aquel 8 de noviembre de 1936, cuando todo estaba perdido y llegaron los Internacionales:
Fueron solo tres mil quinientos hombres. Antiguos soldados de la Gran Guerra muchos de ellos; en su mayoría comunistas alemanes de la columna Thaelman y anarquistas italianos del Batallón Garibaldi; aquellos tres mil quinientos veteranos que sabían luchar en campo abierto, fueron los que, en la Casa de Campo, el Puente de los Franceses y la Ciudad Universitaria, se pegaron heroicamente al terreno y salvaron Madrid. (...) Con el puño en alto y gritando "¡UHP!" (Unión de Hermanos Proletarios), aquellos hombres venían de los cuatro puntos cardinales de Europa para hacer de los arrabales de Madrid la trinchera mundial de la revolución.
El general José Miaja
O como aquellas líneas en las que Chaves Nogales presenta al héroe de su relato, cuando el gobierno ya ha abandonado Madrid, el pueblo en armas y las organizaciones revolucionarias ven en cada militar leal a la República un traidor potencial, y el ejército franquista, con sus tropas más aguerridas, se encuentra a las puertas de la ciudad que se convirtió aquellos días en la capital del mundo:
Un general del ejército regular en este trance es un triste personaje, un superviviente, un ser anacrónico que no sabe aún por qué está allí y por qué está aún vivo si está allí. (...) Olvidado en uno de los lóbregos y desiertos salones del caserón que fue Capitanía General de Madrid se ha quedado un viejo general que se obstina en seguir siendo leal a la República. Pocos le conocen y nadie se acuerda de él. No es hombre brillante ni tiene historia política, cosa extraordinaria en un general español. Es, sencillamente, un hombre que ha cumplido siempre con su deber y que por seguir cumpliéndolo se ha quedado en su sitio. Este general olvidado es nada menos que el comandante general de Madrid y general en jefe de la división del ejército que tiene encomendada la defensa del casco de la ciudad. (...) Espera solo que los milicianos derrotados le asesinen para vengarse de la derrota que invariablemente atribuyen a la traición de sus jefes militares o bien que los generales sublevados se apoderen al fin de Madrid y le fusilen por no haberles secundado en su rebeldía.
Esta es la situación del general Miaja el día seis de noviembre de 1936.
Madrid, noviembre de 1936
(Archivo Histórico del P.C.E.)
Lo que sigue es una gran historia contada con claridad, garra y lucidez por un gran periodista que era (también) un gran escritor (y viceversa). Chaves Nogales, en el prólogo que escribió de los primeros meses de 1937 para su (gran) libro de relatos A sangre y fuego, un prólogo doloroso, sincero y valiente (como los párrafos finales de La defensa de Madrid, aunque uno no comparta al cien por cien las conclusiones) -sobre todo por decir lo que dijo cuando lo dijo: en pocas palabras, que en aquellas trincheras de la capital del mundo se defendía la causa justa de la República contra los sublevados y el fascismo, pero no se luchaba por la democracia (por el socialismo, la sociedad sin clases o por el paraíso en la tierra sí, pero no por la democracia)-, en ese prólogo, decía, Chaves Nogales aseguraba: Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío [era director del diario Ahora]. Ni una hora antes, ni una hora después. Pues bien, leyendo La defensa de Madrid no podemos creerle, o sólo en parte. Quizá se fue a Valencia y luego volvió. Lo que es (casi) seguro es que estaba allí cuando el general Miaja organizó y sostuvo a los milicianos y brigadistas internacionales en las trincheras, o los arengó en la Nochebuena de 1936: En estos ciuncuenta días, vosotros, soldados del pueblo, habéis reanimado en el mundo proletario y antifascista la confianza en la victoria contra el enemigo...
Y allí estamos nosotros, página tras página de este gran reportaje. Un cantar de gesta del siglo XX.
Voy a buscarlo. Lo quiero.
ResponderEliminarGracias, Daniel. Abrazos