31/7/13

Un vaso de luz


Los más de doscientos artículos de "Los días" en La Noche de Cunqueiro vienen amojonando los días de este verano. (Ya os habéis dado cuenta.) Era visto, desde que le puse los ojos encima al libro (editado por Follas Novas) que los cobija en más de trescientas páginas.


Lástima -la única lástima- el volumen con visos de libro de texto, porque semejante rosario de maravillas pide (no a gritos, pero sí en voz bajita) una edición en octavo menor con papel biblia, para llevarlo conmigo y pasar las cuentas donde fuera menester. Uno lee piezas -y se las lee a Ángeles- como Ulises a mi lado,  Cuando llueve o Adioses y memorias, y dan ganas de copiarlos aquí desde la primera línea a la última (y quién sabe si no caeré en la tentación cualquier día en una noche de insomnio), o en su lugar soltar una humilde y merecida blasfemia: Cunqueiro escribe como Dios. Como ayer mismo, apenas con un párrafo de un artículo fechado el 29 de diciembre de 1960.


¡Esa copa llena de agua que sostiene el muchacho pensativo en el "El aguador de Sevilla" de Velázquez! Es un producto, acaso el máximo producto, de la fantasía velazqueña. Es una copa inventada, es la idea de la copa llena de agua en una academia de platónicos continentes, pero sedientos. Y acontece ser imbebible esa agua llevada hasta punto de luz, e inabordable por el labio ese cristal llevado hasta punto de luna. ¡Misteriosa, fantástica, imaginaria copa! ¿O es que no iba a tener sus sueños D. Diego Velázquez!

Sobra decir que esa copa de agua es ya, también, una invención de la fantasía cunqueiriana. Un mito de la mirada. Un grial de lo visible. Un vaso de luz.

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