Compré el libro por el Morandi y por el título. Y por el mapa del viaje por el curso del Po, entre Piacenza y el Delta, donde germinaron las historias de los Narradores de las llanuras a través del Valle Padama, desde Garallate hasta Goro y Sottomarina. En la portadilla anoté la fecha, 2 de octubre de 1987, el mismo año que se editó, o sea que debí comprarlo recién publicado. No recuerdo dónde. Sólo recuerdo las tres razones: el Morandi, el título, el mapa del Po.
No sabía nada de Gianni Celati. Volvía a los cuentos de los Narradores de las llanuras cada tanto. Y llegué a entender -o eso creí- por qué había un Morandi en la cubierta del libro, pero me resultaba difícil precisar el hilván íntimo entre el bodegón y la escritura de aquellas historias; tan frágiles, tan desnudos, tan poquita cosa y tan conmovedores los cacharros y los cuentos. Hasta que hace unos quince años o así leí en El País un artículo de John Berger a propósito de Morandi (recogido más tarde en El tamaño de una bolsa), un artículo dedicado -mira por dónde- a Gianni Celati. Casi -o sin casi- me lo tomé como algo personal; como si lo escribiera para mí, vamos. Aquellos cacharros, escribe John Berger, son lugares donde nacen pequeñas cosas. Por así decir, son formas silenciosas a la espera de que las cosas se presenten, aparezcan, se hagan visibles. La pintura calla, para no espantar las cosas en el aquel de aparecer.
Naturaleza muerta, 1938, de Morandi
Y justo ahí aparecía la resonancia entrañable entre las formas de Morandi y la escritura -formas también- de Celati. Una escritura callada a la espera de las voces, de que las historias hablen lo que tienen que contar. Historias que (casi) no parecen escritas; tan sigilosas que uno necesita compartirlas de viva voz para convencerse de que están ahí, en el papel. Me gusta leerle a Ángeles esos cuentos, pareciera entonces que llegan por el aire desde las mismas llanuras del Po. Unos cuentos tan orales que resultan muy fáciles de recordar. Y Ángeles me los cuenta cualquier día y no han perdido nada esencial, porque en esas historias lo primordial es el cuento del que son portadoras, y afloran en el silencio de la escritura. La escritura calla para no espantar las voces que vienen por el aire (como pétalos de una rosa perdida en el tiempo). Para no estorbar a la memoria que quiere retener el cuento y contarlo otra vez. Como si por un milagro resucitara la narración como arte comunitario de compartir experiencias primordiales, un arte que Walter Benjamin consideraba hace ya tres cuartos de siglo en trance de desaparición y -quizá por eso- lo cantaba en El narrador, uno de sus más bellos ensayos. Cómo va a extrañarnos que un libro tan melancólico como Narradores de las llanuras pasara casi desapercibido y no se haya vuelto a editar.
Pero seguía sin saber nada de Gianni Celati. Sin ir más lejos, no sabía que Narradores de las llanuras debía mucho a los viajes con su amigo el fotógrafo Luigi Ghirri, el autor de la fotografía de la cubierta de la edición italiana. Ghirri consideraba la fotografía como una caricia sobre las apariencias más delicadas y desvalidas del mundo. Como quien hace un cuenco con las manos para llevarse agua fresca a la boca. Quizás al final -escribió Ghirri evocando aquellos viajes con Celati- los lugares, los objetos, las cosas o caras encontradas por casualidad esperan simplemente que alguien los mire, los reconozca y no los desprecie, en los estantes del inmenso supermercado del exterior.
Fotografías de Luigi Ghirri por las llanuras del Po,
en compañía de Gianni Celati.
Así las historias de Narradores de las llanuras, rescatadas del olvido, revividas en una escritura transparente como el agua, silenciosa como una sombra, callada como quien escucha un cuento y quiere recordarlo. Ni sabía que Luighi Ghirri, poco antes de morir (no llegó a cumplir los 50 años) había fotografiado el taller de Morandi.
Nada sabía tampoco de los tránsitos de Celati entre la literatura y el cine (sólo sospechaba su cinefilia) y lo descubro ahora como autor también de documentales:
Fotograma de Strada provinciale delle anime,
un documental de Gianni Celati.
Strada provinciale delle anime (Carreteras secundarias de las almas, 1991), Il mondo di Luigi Girri (1999), sobre su amigo fotógrafo; Case sparse. Visioni di case che crollano (Casas dispersas. Visiones de casas en ruinas, 2004), en el que participa -mira por dónde- John Berger, y Diol Kadd. Vita, diari e riprese in un villaggio del Senegal (Diol Kadd. Vida, diario y tomas [de cámara] en una aldea de Senegal, 2010). Los tres primeros fueron editados en un cofre -en Italia- con el título de Cinema all'aperto, o sea, Cine al aire libre.
Cine al aire libre en Croce Bianca.
(Fotografía de Luigi Ghirri.)
Sobra decir que suspiro por verlos. Mientras, me consolaré leyéndole a Ángeles un cuento de los Narradores de las llanuras esta noche africana.
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