3/7/13

Bisontes y ángeles


Un película o un libro no existen en la pantalla o en las páginas. Empiezan a existir en esa frontera movediza entre las intenciones del autor y la mirada del lector o del espectador, y cuando acaba el libro o el filme serán obras vivas si lector y espectador se han transfigurado -por los poderes del cine o de la literatura- en autores últimos del libro o de la película. Somos los lectores o los espectadores los hacedores del alumbramiento del libro, de la película. Los autores apenas son gestantes, claro que unos gestantes muy especiales: tienen que parir también a la comadrona. Y para el autor la cuestión entonces viene siendo: qué comadrona quiero o me pide el cuerpo para la criatura. Si eres un buen escritor, debes enseñar a tus lectores a leerte; eso dice Lobo Antunes en una de sus crónicas. Cambia escritor por director y leerte por mirarte, y no hay mejor definición de puesta en escena.

Nabokov, en los años de Lolita

Hace casi tres años justos traía aquí unas líneas del Curso de literatura europea de Nabokov, que concebía la escritura como una escalada amorosa hasta el abrazo final en la cumbre entre el lector y el escritor. Esta madrugada encontré anotada en una vieja libreta algo así como la cara B -o la A, depende cómo se mire (o se lea)- de aquel texto, unas líneas del Curso de literatura rusa:

Es él, el buen lector, el lector excelente, el que una y otra vez ha salvado al artista de su destrucción a manos de emperadores, dictadores, sacerdotes, puritanos, filisteos, moralistas, políticos, policías, administradores de Correos y mojigatos. Permítaseme describir a ese lector admirable. No pertenece a una nación ni a una clase concretas. No hay director de conciencia ni club del libro que mande en su alma. Su actitud ante una narrativa no se rige por esas emociones juveniles que llevan al lector mediocre a identificarse con tal o cual personaje y «saltarse las descripciones». El buen lector, el lector admirable, no se identifica con el chico ni con la chica del libro, sino con la mente que ideó y compuso ese libro. El lector admirable no acude a una novela rusa en busca de información sobre Rusia, porque sabe que la Rusia de Tolstoi o de Chéjov no es la Rusia promediada de la historia, sino un mundo concreto, imaginado y creado por el genio personal. Al lector admirable no le preocupan las ideas generales: lo que le interesa es la visión particular. Le gusta la novela, pero no porque le ayude a vivir integrado en el grupo (por emplear un diabólico cliché de la escuela progresista); le gusta porque absorbe y entiende todos los detalles del texto, porque goza con lo que el autor deseó que fuese gozado, porque todo él se ilumina interiormente y vibra con las imagenierías mágicas del falsificador, el forjador de fantasías, el mago, el artista. A decir verdad, de todos los personajes que crea un gran artista, los mejores son sus lectores.

Leemos espectador en vez de lector, cine o película en vez de libro, y pensamos en las Rusias de Eisenstein, Paradjanov, Tarkovski o Pelechian, y no encontraríamos un texto mejor -ni más hermoso- para hablar de los espectadores como las mejores creaciones de un cineasta. Y recordé las últimas líneas de Lolita:

Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.

Ejemplares de la 1ª edición, de 1955, en París.

Y cómo no iba a suspirar por un buen lector el gran escritor -cómico y trágico- que hay en Nabokov, que imagina capillas sixtinas -del Paleolítico o del Vaticano- como memoriales del amor sublime y terrible de un monstruo por una niña caprichosa e inocente -prenda fatal de un paraíso perdido-, la única herida de luz luciferina que se abría entre eternidades de tinieblas. Al amparo del tiempo en bisontes y ángeles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario