Me pierdo algunas horas estos días (como por estas mismas fechas el año pasado) entre las páginas de La edad de los prodigios.Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo de Richard Holmes, donde se hilvanan preciosas historias de luces y letras, como en los capítulos que le dedica a Herschel y el retoñar de la astronomía.
William Herschel fabricaba en casa un telescopio y, mientras pulía los espejos horas y horas, su hermana Caroline -William la llamaba Lina- leía de viva voz, el Quijote, el Tristram Shandy o Las mil y una noches. Por aliviarle la tarea. Sólo se negaba a recitar el Paraíso perdido de Milton, que tanto le gustaba a su hermano y tanto detestaba ella. Eran músicos consagrados a la astronomía. Y con ese telescopio, a mediados de marzo de 1781, van a descubrir Urano. El primer planeta encontrado en el Sistema Solar desde los griegos. Causó admiración, despertó vocaciones y animó el imaginario romántico por décadas. William avizoraba los espacios siderales y Caroline tomaba notas precisas y tenaces de las observaciones que le iba dictando su hermano, y llevaba la contabilidad de los astros. A esos desvelos se refería Lina como cuidar los cielos.
Caroline y William Herschel
en el aquel de cuidar los cielos.
Una noche de octubre de 1816, Keats lee por primera vez la Ilíada traducida en verso por el poeta isabelino Chapman, gracias a una edición en folio de 1616 que acaba de comprar su amigo y mentor Charles Cowden Clarke. Se pasan la noche leyendo -ora uno ora otro- pasajes de la Ilíada.
Keats tenía veinte años y, por lo visto, al palabrear algunos versos, tanto le gustaban que los voceaba, como al hermanar Homero los fulgores del casco de Diomedes y del planeta Júpiter suspendido sobre el mar, la dorada lámpara de Otoño... alegre se refresca en las olas altaneras de Océano y se ciñe los cielos.
A la mañana siguiente Keats escribe el soneto Al leer por primera vez el Homero de Chapman, donde hermana a Homero, el descubrimiento de un planeta (con el hallazgo de Urano en la memoria) y el primer encuentro con el Océano Pacífico, aunque prefiriendo las razones de la rima a las de la historia se lo atribuye a Cortés, olvidando a Núñez de Balboa (a sabiendas). Razones de poeta.
On First Looking into Chapman’s Homer
Much have I travell'd in the realms of gold,
And many goodly states and kingdoms seen;
Round many western islands have I been
Which bards in fealty to Apollo hold.
Oft of one wide expanse had I been told
That deep-brow'd Homer ruled as his demesne;
Yet did I never breathe its pure serene
Till I heard Chapman speak out loud and bold:
Then felt I like some watcher of the skies
When a new planet swims into his ken;
Or like stout Cortez when with eagle eyes
He star'd at the Pacific--and all his men
Look'd at each other with a wild surmise--
Silent, upon a peak in Darien.
Keats enhebra el resplandor de las epifanías, iluminando, por así decir, lo que ya no está allí, rescatando con la mirada en la noche de los adentros lo que ya no se ve. Como la mirada de Herschel velando los rastros de lo invisible en el cielo negro. Al contar lo que veía en el cosmos explicaba que muchas estrellas distantes habían dejado de existir millones de años antes. Ese paisaje estelar ya no está allí. El cielo -decía Herschel- rebosa fantasmas: la luz viaja una vez que el cuerpo se ha ido. Fantasmas de luz. Como si hablara del cine.
A pesar de no ser el más famoso de los poetas británicos románticos, creo que Keats es, por muchas razones, el mejor exponente de ese movimiento literario sí, pero también de pensamiento y de forma de comprender el mundo y al ser humano también. No me sorprende, en consecuencia, que alguien como Julio Cortázar escribiera un libro sobre él. La poesía de Keats tiene una evolución fulgurante, y apena saber que murió tan joven -como la mayoría de los poetas románticos, por otra parte, en todos los países donde florecían-. Dejando a un lado la hermosura de esa obra poética, indudable, siento una predilección especial por sus cartas, por lo que tienen de reflexión sobre la literatura en general y sobre las personas en particular, los dos temas nucleares para él. En el fondo, comparto aquella afirmación suya de que para ser feliz a veces sólo se necesita un buen vino y un buen amigo con quien charlar.
ResponderEliminarRespecto a los avances de la ciencia en el siglo XVIII y XIX, recomiendo leer un texto de Antonio Muñoz Molina en Babelia el 30 de junio de 2012 ("Romanticismo del conocimiento")comentando un libro cuyo título no recuerdo ahora mismo. En él se pone de manifiesto no sólo la juventud de algunos de los grandes investigadores de ese siglo espléndido (Darwin, por ejemplo), sino también cómo los poetas y los escritores estaban muy interesados en los descubrimientos científicos de sus contemporáneos, y no se pasaban la vida en un mundo irreal como nos dijeron que hacían tanto los románticos como otros tantos de sus seguidores.