15/5/13

Un giallo neorrealista



Voglio resta' co' te sinno' me moro... (Quiero quedarme contigo, si no me muero...) canta Alida Chelli sobre ese plano de Claudia Cardinale en la ventana que abre el tramo final de Un maldito embrollo (1959) de Pietro Germi, un tema -Sinnò me moro- que escuchamos ya sobre los créditos iniciales, escrito por el propio cineasta (la letra) y Carlo Rustichelli (la música), amigo de Germi y autor de las bandas sonoras de sus películas.

Claudia Cardinale, como Assuntina, 
Pietro Germi, como el comisario Ingravallo, 

Pero dejemos a Claudia de momento -ya sé, ya sé, una faena- y vamos a darnos una vuelta por el giallo. Amarillo, en italiano. El color de la cubierta de las novelas de intriga criminal que empezó a publicar la editorial Mondadori en 1929.


(El amarillo también cuenta lo suyo en la  serie noir de la editorial Gallimard: en el lomo y en la tipografía sobre fondo negro de la cubierta, según la época.)

Jean-Pierre Léaud con la serie noir de Gallimard 
(y una pistola, claro) 
en Detective (1985) de Godard.

Giallo, en Italia, etiqueta  la literatura policial o negra; por ejemplo, "Suspense". Cómo se escribe una novela de intriga de Patricia Highsmith se tituló allí -por supuesto con la cubierta amarilla- Come si scrive un giallo. Teoría e pratica della suspense (Edizioni minimum fax. Roma, 1998).

 Nueva edición de 2007, más apañadita, 
con prólogo de Andrea Camilleri y todo.

En el cine, giallo alude, más que a un género -o subgénero-, a una forma fílmica transversal del thriller o el horror, una forma estilizada de tratar el misterio y mostrar la violencia, desarrollada sobre todo en los anos sesenta y setenta, y de la que Mario Bava deviene su más conspicuo valedor. Hecha esta precisión, vayamos entonces con la película que celebramos hoy en la escuela, nuestro giallo neorrealista.

 
Era de esas películas (contadas, sobran dedos de una mano) cuyo título el maestro no recordaba -como Le Crabe-Tambour de Pierre Schoendoerffer-, pero evocaba con fruición. No puedo ver Un maldito embrollo sino a través del storyboard que me dibuja el maestro mientras me habla de la película. (El cine neorrealista y sus alrededores, aquel cine italiano, lo enternecían y preñaban su mirada de melancolía e íntimas resonancias.) Y como sigue sin recordar el título, entonces llama por la memoria de Esther que acaba de llegar del instituto: era de esas película que ella no olvida. Se la debemos. A los dos. Un maldito embrollo, donde afluyen la corriente neorrealista y el gusto de Germi por el giallo desde sus primeras películas. (Recuerdo también buenos momentos con Felipe Vega hace un par de años, charlando sobre Un maldito embrollo mientras trabajábamos en el plan dramático de una serie; alguna cosita, faltaría más, le robamos a Germi.)


Y sí, ya volvemos con ella. El primer papel importante de Claudia Cardinale. Pasolini no tardó -fue el primero de los grandes escritores italianos- en ponerla por las nubes:


Una Cardinale que recordaré por mucho tiempo... esos ojos... ese pelo despeinado... ese aire de mujer humilde, de gata... salvajemente perdida en la tragedia. La propia actriz reconocía que aquella reseña la consagró como actriz.


En el guión de Un maldito embrollo, el propio Germi adapta con Ennio De Concini y Afredo Giannetti  Quer pasticciaccio brutto de via Merulana de Carlo Emilio Gadda -El zafarrancho aquel de vía Merulana, una traducción (nada fácil al conjugar diversos registros dialectales italianos, y sólo apunto una dificultad relativamente menor) de Juan Ramón Masoliver- una de las novelas a primera vista menos cinematográfica que pueda imaginarse (si no la conocéis basta que le echéis un vistazo y leáis una página aquí y otra allá para comprobarlo), un artefacto literario (sintáctico, léxico y musical) de la estirpe del Ulises de Joyce, pongamos por caso; según para quien, una fiesta, una suntuosa talla barroca o una tortura; un delirio, para cualquiera. Unas líneas del comienzo de la novela como prueba:

(...) Entre otras cosas, [el comisario Ingravallo] sostenía que las inopinadas catástrofes no son nunca consecuencia o efecto, si se prefiere, de un motivo solo, de una causa en singular; antes son como un vórtice, un punto de presión ciclónica en la conciencia del mundo y hacia la cual han conspirado una porción de causales convergentes. Decía también nudo u ovillo, o maraña, o rebullo, que en dialecto vale por enredo. Pero el término jurídico "las causales, la causal" es el que de preferencia brotaba de sus labios: casi a su pesar. la opinión de que fuese menester "reformar en nosotros mismos el sentido de la categoría de causa" según nos venía de los filósofos, de Aristóteles o de Immanuel Kant, y sustituir a la causa las causas, era en él una opinión central y persistente, casi una idea fija, que vaporaba de sus labios carnosos, pero más bien blancos, donde una punta de cigarrillo apagado parecía, colgado de la comisura, acompañar la somnolencia de la mirada y el asomo de sonrisita, entre amarga y escéptica que por inveterada costumbre solía imprimir a la mitad inferior del rostro, bajo aquel sueño de la frente y de los párpados y el negro píceo de la pelambre...


Otro botón de muestra: en el episodio de las joyas robadas, el latrocinio le permite devanar la aventura geológica de cada piedra con todo un primor de historias, enhebrando su composición química con referencias artísticas y toda la galería de imágenes que despiertan. ¿Cómo iba a conformarse con el giallo?


Gadda -como apunta Calvino en Multiplicidad, la última de sus Seis (en realidad, sólo escribió cinco) propuestas para el milenio-, Gadda trató toda su vida de representar el mundo como un embrollo, sin aliviar su inextricable complejidad, o mejor dicho, la presencia simultánea de los elementos más heterogéneos que concurren a determinar cualquier acontecimiento.


Una novela, en fin, donde el crimen y su investigación -o sea, el giallo- deviene apenas un macguffin, y la digresión -como un rizoma de hilos y voces- se adueña del texto y se revela desde las primeras páginas como la verdadera razón de ser, hasta el punto que casi no nos extraña que el autor haya dejado inacabada la trama policiaca. A Gadda, el giallo de quién mató a la señora Liliana Balducci sólo le interesaba para desplegar el campo de fuerzas -ese sistema de causas: esa idea fija del comisario Ingravallo- que suele despacharse con el aquel del destino.



Aun así, en 1946, Gadda había publicado por entregas una primera versión de la novela en Letteratura, una revista mensual editada en Florencia, y ahí aparecía un capítulo con la resolución de la intriga, que eliminó  cuando la obra se publicó como libro en 1957. Es más, cuenta Calvino -esta vez en Por qué leer los clasicos-, que Gadda escribió un tratamiento -mientras escribía la primera versión de la novela- para un posible filme sobre su obra, en el que la trama se desarrolla y se aclara en todos sus detalles; un tratamiento, conviene precisar, que en ningún momento sirvió de base para Un maldito embrollo, aunque Gadda, por lo visto, colaboró con Germi en el guión y, al parecer, le gustaba la película.

Pietro Germi con Carlo Emilio Gadda 
en el rodaje de Un maldito embrollo.

Total, que la novela se presentaba como un verdadero embolado para el guionista más templado. Y en el guión -ese que podemos adivinar tras las imágenes (tan legibles) de Germi- ese embrollo, sin dejar de ser enrevesado, resulta transparente; las escenas y los planos, a menudo abarrotados, respiran; las sucesivas revueltas de la investigación van sajando el tumor social y desnudando las máscaras, sin perder espesor y misterio, y abocan la trama a una resolución que, cerrando la vertiente del giallo, cobra -a la vez- vuelo lírico y hondura trágica.


Teniendo en cuenta las dificultades de la empresa, el guión puede calificarse poco menos que brillante; una pieza ágil con una consistente carpintería dramática, hilando sin desmayo la comedia, el retrato social y la intriga policial, y aderezado con jugosos diálogos.


Pietro Germi con  Claudia Cardinale 
en el rodaje de Un maldito embrollo.

Un maldito embrollo teje, con humor (a menudo negro) y ternura, una telaraña bullanguera que atrapa en sus hilos y voces (y acentos) la corrupción burguesa, el desamparo de los desheredados y la picaresca de los malandros y buscavidas de los suburbios (muy cerca del lumpen de Accattone), a través de una cuidada puesta en escena donde los gestos, actitudes y ritmos pesan, y hasta el ponerse o quitarse esas gafas negras del comisario Ingravallo resulta revelador. 


El embrollo de la intriga -que embroma y a punto está de aturullar al comisario- le sirve a Germi (de pre-texto) para hilvanar con imágenes muy precisas un documento crítico y desvelar con poético desgarro, en el tramo final, la trama que se guardó (en las costuras del giallo) con premeditación y alevosía de dramaturgo avisado, la trama secreta de Un maldito embrollo: una bellísima historia de amor trágico en torno a Assuntina -el personaje que borda y colma Claudia Cardinale-, que ilumina la película desde el final con arrebatado fulgor. Un final con visos de homenaje a Roma, cittá aperta (en esa carrera de nuestra Claudia tras su amado Diomede) y el trazo de un arco de quince años de neorrealismo. Un giallo, digamos, ad hoc.

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