El domingo, en Madrid, me pasé por la exposición de fotografías de Virxilio Viéitez llevado por un íntimo impulso. Ya la habíamos paseado en el MARCO de Vigo hace un par de años, y nos quedamos con ganas de volver, pero un día por otro... se fue sin verla una vez más por lo menos. Y justo el domingo era el último día que aún estaba abierta en el ESPACIO Fundación Telefónica. (Así que fui, sabiendo que iba a doler.)
En el curso de casi treinta años, algunas de las imágenes de Virxilio Viéitez se han convertido en iconos, verdaderos sagrarios de tiempo, o mejor, de un tiempo. A propósito de estas fotografías, más que de puesta en escena habría que hablar de puesta en tiempo: cada encuadre destila el tiempo, con ceremonia, en un ritual de la mirada. No sería exagerado decir que en las fotografías de Virxilio Viéitez todo es tiempo (como decía Azorín de la prosa de Cervantes).
Esta mujer se llamaba (¿se llama?) Esperanza. Esperanza de Covas, 1960-1961 reza la cartela. Para Virxilio Viéitez, era La Rubia de Covas. Ahí, posando en medio de la carretera en invierno, con la sombra de las piernas abarloándose con las sombras de los plátanos desnudos, gustándose gustar (con esa ese de seducción en la figura), a una distancia sideral de esas mujeres que se alejan con un cerdo en brazos que nadie les quiso comprar en la feria, con un viaje en la mirada, esa mirada que ha atravesado el tiempo (medio siglo y los que vengan) hasta encontrarse con la nuestra. ¿Qué fue -o ha sido- de ella?
Keta, la hija del fotógrafo, contó que su padre adoraba esta foto, había hecho una copia para él e incluso formaba parte del archivo familiar; así que -imaginaba- o mucho le gustaba la foto o le gustaba mucho la mujer. Estoy convencido de que le gustaban las dos. Es una gran foto. Hay sueños y despedidas, suspiros y fugas, promesas y presagios. Hay una novela. O una película. Una gran foto propicia no sólo el encuentro de las miradas, también de las memorias: sientes una punzada de nostalgia, regresas a lo perdido. Una gran foto es una máquina del tiempo, el fósil de una luz con una mirada atrapada en ella que viaja hasta nosotros, y uno, atrapado por esa mirada, viaja (con la memoria en el aquel de imaginar) hasta ese tiempo perdido.
Decía Kundera que la memoria no hacía películas, sólo fotografías. Pero no es así. La memoria archiva, es cierto, pero también historia -(de historiar) en todos los sentidos- cuanto puede. Y corta y pega, o sea, monta. E imagina, vaya si imagina. Y cree, como decía Faulkner, antes que el conocimiento recuerde. La memoria (nos) escribe novelas y monta películas. Una gran foto sólo está fija en apariencia, nos anima a pensarla, a contarla, a traspasarla. Si nos traspasa. Es un umbral. Llega y nos lleva. De viaje. Una gran foto es una road movie por el tiempo. Como La Rubia de Covas.
En la encrucijada de estas fotografías arden las pérdidas porque la mirada de Virxilio Viéitez sopla sobre las cenizas del tiempo. Un tiempo que te rompe el corazón, y el fotógrafo está allí para componerlo en disparos de melancolía.
Yo estudiaba la papeleta y, cuando apretaba el disparador, eso era el tiro seguro, así de sencillo lo veía Virxilio Viéitez, eso cuando ya le insistían mucho, apremiándolo a desvelar el misterio. A ver, tiros y papeletas, ¿qué misterio va a haber?
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ResponderEliminarUn cordial saludo.
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