Para nosotros siempre fueron proyeccionistas, pero en tiempos también se les mencionó el oficio como operadores cinematográficos. De niño, me asomaba a la puerta entreabierta de la cabina de proyección del Teatro Principal, o del cine Yut o del Bolívar, los cines de Tui, como al umbral del misterio, al secreto de un alumbramiento: allí nacía el cine en cada sesión y el proyeccionista era su comadrona.
El proyeccionista Buster Keaton
en El moderno Sherlock Holmes (1924)
Durante los noventa, tuve mis broncas con los proyeccionistas de media docena de cines de A Coruña. Quizá debería haberles leído la cartilla -literalmente- como hace Jean-Pierre Léaud en Masculin Féminin de Godard, cuando va al cine con las chicas y proyectan la película en un formato incorrecto. (No me olvido de aquella proyección infame de Sin perdón en el cine Goya, recién estrenada la película de Clint Eastwood.) Me acuerdo también del cuidadoso proyeccionista del cine Valle-Inclán, que se cabreaba cuando tenía que pasar una película que sólo íbamos a ver cuatro gatos, porque ya había pasado el tiempo de un cine para exquisitos (pensaba en su cine, y en el puesto de trabajo, claro). Todos aquellos cines han desaparecido. Muy probablemente aquellos proyeccionistas o se jubilaron o quedaron en paro. Ahora se cierran cines una semana sí y otra también. Sin ir más lejos las últimas salas que se inauguraron en Pontevedra, no hace ni diez años, los únicos cines que había en la ciudad: todo apunta a que antes del verano será un ciudad sin cines. (No tengo los datos de proyeccionistas en paro, aunque deben haber aumentado significativamente.)
El proyeccionista Robert Ryan
en Clash by Night (1952) de Fritz Lang
A nosotros, de los cines, ya nos echaron antes. La programación de las salas, el hartazgo de los doblajes y la mala educación de tantos espectadores (las pantallas luminosas de los móviles, chateando durante la película, ya fue la gota que colmó el vaso). Y estos últimos años hay que añadir la proyección en soporte digital de películas rodadas en 35 mm (sin molestarse ya en advertirlo cuando compras la entrada). A casi nadie le importa.
Barbara Stamwyck, la amante del proyeccionista,
en Clash by Night
El proyeccionista Philippe Noiret
en Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore
Habría mucho que hablar sobre la calidad de la proyección -celuloide/digital- y a propósito de la conservación de tantas películas en soporte de 35 mm (quedará para otra ocasión), pero ¿es demasiado suponer que se seguirán proyectando películas en 35 mm en las cinematecas? Si no es así, y aun podemos contar, pongamos por caso, con el CGAI, la Cinemateca Portuguesa o la Filmoteca de Madrid para ver películas rodadas y proyectadas en 35 mm, entonces se convertirán en la reserva del proyeccionista, un oficio en vías de extinción.
Súmale los Centro, de Lugo, donde hasta hace unos días vimos a Haneke, o Kaurismaki, o Chabrol. Ay, ay... En un homenaje a Benjamín Jartín, gran proyeccionista, un exhibidor reclamaba como mejor nombre para el oficio el de operador de cabina, que también es bonito, ¿verdad?
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ResponderEliminarMe gusta decir op radorze equipode sonido e imagenes