7/5/13

Los fantasmas de un espíritu


Ayer vino David por casa a mediodía con un precioso regalo: un librito con El espíritu de la colmena a través de la mirada del ilustrador portugués Luís Henriques; el número 9 de la colección  O filme da minha vida editada por Ao Norte -Asociación de Producción y Animación Audiovisual- en Viana do Castelo.


Cada número se compone de una pieza de banda desenhada -un cómic- de treinta páginas sobre un filme elegido por el ilustrador o dibujante, un texto en la solapa de la cubierta a propósito de la película y otro en el cuerpo del libro a modo de presentación de la historia gráfica; en el caso de O Espírito da Colmeia de Luís Henriques. el texto liminar, Olhos de areia, corresponde a João Paulo Cotrim.


Luís Henriques cuenta que un amigo le recomendó la película de Víctor Erice. Primero vio en las niñas una figuración de sus propias hijas, luego El espíritu de la colmena le trabajó los adentros y removió la memoria, como un seísmo emocional, de tal forma que la experiencia del filme acabó hilvanándose con una íntima resonancia, con el devenir de un tiempo recobrado en el curso de la película. Y como El espíritu de la colmena data de 1973, el año que nació el ilustrador, quizá la leyó como esa carta que lo aguardaba desde el alumbramiento. Con el deslumbramiento del cine.


Y vio -y escuchó- muy bien los silencios que respiran tan hondo en el espíritu, por eso decidió prescindir de las palabras en la historia gráfica, apenas dos frases a modo de apertura -Una película enorme- y cierre -Película preciosa-, las palabras con las que el empresario de cine ambulante les anuncia a los niños de Hoyuelos la película (de James Whale) que va a proyectar.


Y mientras la dibujaba, Luís Henriques descubrió los acordes fílmicos, la música de imágenes primordiales y fulgores cardinales que trazan el puente de una mirada entre la pantalla y el espectador, y la experiencia del cine mismo como epifanía y herramienta de conocimiento, de interpretación del mundo, en el camino del espíritu que transita Ana.



Y la textura granulosa -como de ceniza (del tiempo)- en la obra gráfica de Luís Henriques denota esa conmoción íntima en las imágenes que (se) aparecen tras un seísmo (emocional), o quizás en las ruinas de la memoria -sombras o manchas a modo de reminiscencias (o de restos arqueológicos)-, o quién sabe si como fantasmas prendidos en las paredes de aquel pueblo o en la pantalla pintada del local donde se proyectó El doctor Frankenstein.


O como afloramientos en la tierra misma (de los campos de Castilla) donde Ana buscaba la huella de un espíritu.  

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