4/6/13

La escaleta



Richard Benson (William Holden), un reputado guionista de Hollywood, pone al tanto a Gabrielle Simpson (Audrey Hepburn), la secretaria que contrató para mecanografiar un guión, de la tarea que tienen por delante. Qué ilusión trabajar con un guionista tan experimentado, o sea, con un guionista de verdad; acaba de trabajar con un director de la nueva ola en una película vanguardista, de ésas en las que no pasa nada (sin giros, concretará más adelante Gaby cuando lleve unas horas mano a mano con un auténtico guionista como Rick). Le gusta mucho el título, digno de un guionista americano: La chica que robó la torre Eiffel. Ella sospecha que encierra algún simbolismo (cómo podía no encerrarlo) y quiere saber -no, no quiere, se muere por saber- de qué trata la película. Pero él no lo sabe. Sorpresa. En realidad, Rick lleva tres meses perdiendo el tiempo (gastándolo en toda suerte de ocupaciones placenteras que no le dejaron ni un minuto libre para ocuparse de imaginar el argumento, caray, es un GRAN guionista) y ahora tiene que entregar el guión en 48 horas.


Por eso necesita una secretaria, o sea, a Gaby, para dictarle el guión sobre la marcha. Lo único que sabe Rick es que se trata de un melodrama romántico de suspense y acción. Con mucha comedia, ¿alguien podía dudarlo? Y de fondo, un sustrato de crítica social. Hombre, por Dios. Total, que no falta de nada. Gaby está anonadada. Cómo no, la pobre. Pero quién dijo miedo. Además Rick, aunque no escribió ni una página, sabe qué va a escribir en cada una de las 138. Ni una página más ni una menos. (Era cosa del formato en que se mecanografiaban los guiones entonces; hoy día el programa Screenwriter formatea los guiones a página por minuto.) Escriba lo que escriba sabe para qué tiene que escribir -servir- lo que escriba, qué función debe cumplir cada página -un momento en el curso del tiempo de la película-; en otras palabras: tiene una escaleta en la cabeza. Para eso es un guionista experimentado. Un guionista de Hollywood, aunque escriba en París. Un guionista de verdad, vamos. Así que, para demostrarle a Gaby que tiene todo bajo control (y de paso que está chupado) coge un taco de folios en blanco y empieza a disponerlos por la habitación, a medida que criba los incidentes página a página: la primera para una producción de...; la segunda para el título -La chica que robó la torre Eiffel-; la tercera para el AUTOR -historia original y guión de Ríchard Benson- (faltaría más)...


Una o dos páginas con planos de SITUACIÓN, quizá tomados desde un helicóptero.

Un chico y una chica SE CONOCEN.

Después de charlar un poco... (Una secuencia de ésas de exploración mutua que tan bien le salen al gran guionista)

Descubrimos una ATRACCIÓN inconsciente entre los dos...

Con una indicación al público del comienzo tímido del AMOR...

Y luego ¡EL CONFLICTO! (la música ayudará lo suyo para reforzar en qué situación tan peligrosa están enredados)...


Y ahora... el PRIMER GIRO...

Las cosas NO SON como parecen... (Quia. Ni mucho menos.)

De hecho, la situación se COMPLICA...

Con un ingenioso y, a la vez, brillante GIRO del GIRO del GIRO...

Y sorprendidos por la repentina VUELTA DE TUERCA de los acontecimientos...

Los dos se dan cuenta de la impresión tan ERRÓNEA que tienen de su situación (vamos, que estaban completamente a ciegas)...

En ese momento RECONOCEN (la anagnorisis, que dice Aristóteles) el PELIGRO que les AMENAZA...

Y comienza la PERSECUCIÓN...

Ruedas que giran, tejados, figuras empequeñecidas corriendo por la ciudad (o sea, MONTAJE, MONTAJE, MONTAJE)... todo TREPIDANTE...

LLUEVE, vemos en un CALLEJÓN DESIERTO, sobre un cubo de basura...

¡¡¡UN GATO!!!, mojado por la lluvia, lamiéndose...


A medida que nos acercamos al CLÍMAX, la música se eleva (comme il faut)...

Y ahí, sin ser conscientes del CHAPARRÓN que está cayendo, los dos se abrazan TIERNAMENTE (y, de eso se trata, al público se le cae la baba)...

En un PRIMERÍSIMO PRIMER PLANO que llena la pantalla con sus cabezas...

El último, el trascendental, el inevitable, el codiciado, el popular... BESO

DESAPARECEN (en la ciudad, seguramente la cámara se aleja de ellos en un armonioso y sostenido movimiento ascendente que nos transporta por encima de los tejados de París) y...

FIN.


Eso es. 138 páginas. ¿Para qué más? Tendríamos que cortarlas luego, dice Rick cargado de razón, mientras Gaby aún tiene la boca abierta (atrapada en esa atracción inconsciente de la escaleta), admirada por la sabiduría dramatúrgica desplegada por el gran guionista de Hollywood, un guionista como Dios manda.


La película se titula  Paris -When It Sizzles (1964) -aquí Encuentro en París- de Richard Quine. El guión -basado en una historia de Julien Duvivier y Henri Jeanson- es obra de George Axelrod. La escaleta que despliega Rick para Gaby se parece mucho -con toda la intención (sobra decirlo)- a la de Desayuno con diamantes, la película de Blake Edwards (con la misma Audrey Hepburn) estrenada tres años antes con guión del mismo Axelrod a partir de Desayuno en Tiffanys de Truman Capote. Quizá pueda entreverse, tras la pantalla de ironía, una cierta melancolía a la hora del crepúsculo, como una canción triste de despedida (de una forma de hacer cine). En realidad, todas las escaletas se parecen. Tienen la misma plantilla con las correspondientes funciones estructurales. El mismo patrón (para manufacturar guiones que alimentaban la cadena de montaje de la fábrica de sueños). Hay quien lo llama paradigma: ahí es nada. Con la misma escaleta una película puede resultar rutinaria o maravillosa. Milagrosa o decididamente mala. Encantadora (Desayuno con diamantes) o sólo simpática (Encuentro en París). O podían resultar así; hoy no sabe uno... (si pueden ser ya, salvo contadas excepciones, sino poca cosa). Todo dependía de la combustión. De la escaleta. Si ardía y no dejaba rastro. Y si arde no importa la escaleta, ni si la hubo. Hay que quemar las películas -dice Godard en JLG/JLG, autorretrato de diciembre (1995) que le dijo a Henri Langlois-. Pero, cuidado -entonces Godard se gira hacia la cámara con el dedo índice de la mano izquierda levantado-, con el fuego interior. El arte es como un incendio, nace de aquello que quema.


Como Bande à part, con Anna Karina, del mismo año que Encuentro en París. Eso no lo dice Godard. Pero arde. ¿Y la escaleta?


¿Qué escaleta?
  

1 comentario:

  1. Bande à part es una de las grandes obras de Godard, en mi opinión. Pocas veces la alegría juvenil se ha mostrado de manera tan espléndida, y pocas veces Ana Karina ha estado mejor. Las vistas de ese París otoñal y a ratos invernal, por oposición a las películas de verano (Week-end, o la maravillosa Pierrot le Fou) y la relación de ese particular terceto, tan distinto al de Jules et Jim son, sinceramente, maravillosas. Lo que me sorprende es que Tarentino haya llamado a su productora con ese título, pues su cine no tiene nada que ver con el Godard.

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