15/6/13

El tren de Hanna



La secuencia dura 2 minutos y 45 segundos. Aunque hay otra, por lo menos, también memorable, sólo por esta secuencia del tren ya valió la pena que Wenders rodara Movimiento en falso (1975) -o Falso movimiento, como también se la tituló aquí a veces-, la segunda película de la trilogía -de road movies- que compone con  Alicia en las ciudades (1974) y En el curso del tiempo (1976), o sea, entre dos de las mejores películas de Wenders; con París, Texas (1984), el Wenders que prefiero.


Movimiento en falso es la pieza menor de la trilogía, toda ella iluminada por el gran Robby Müller, esta vez en color, y aunque uno siente debilidad por el blanco y negro, sobra decir que el color no es una de las pegas de la película (ésas son de otro tenor). Pero en todo caso, esta secuencia del tren figura entre las más inspiradas que haya filmado Wenders, casi -o sin casi- podría decirse que es la película de la película, y justo ahí radica la pega mayor de Movimiento en falso, que el resto de la película no cumple la promesa de la película que vemos entre el minuto 14 y el minuto 16 y 45 segundos. El tren de Hanna, podría titularse. Una joyita (escondida).


Wilhelm viaja en tren por Alemania. Es escritor. O quiere ser escritor. O despertar el deseo de escribir. No lo sabe muy bien. Quizá sólo quiere descubrir si es un escritor. En el camino. 


Encontrarse. Y de paso romper esa pantalla que lo separa del mundo. Descubrir el sentido de ese paisaje que atraviesa en tren, encontrando la forma de iluminarlo con la experiencia. Y quién sabe si con la escritura. El arte y la vida no son lo mismo, pero deben convertirse en algo unitario, escribió Mijail Bajtin. Mientras, Wilhelm viaja. Llega a una estación, hace un transbordo.


Y entonces, en el andén...


Ella. La mirada.


El encuentro. Pero justo ahora suena el silbato del tren.


Un instante.


El instante.


El instante decisivo.


Ella se va. Su tren se pone en marcha. 


¿Ya lo olvidó?


El parece resignarse. Su tren se mueve también. Y tiene compañía que no busca.


Esa chica y ese hombre que sangra por la nariz, que parecen viajar juntos, con los que ya coincidió en el tren anterior y se empeñan en viajar con él. En el mismo compartimento al menos.


 Pero cuando Wilhelm aparta los ojos y  mira por la ventanilla...


Los trenes los acercan. (Como en aquel poema de Eugenio Montejo, que Sean Penn le cita a Naomi Watts en 21 gramos de Alejandro González Iñárritu: La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño...)


Hay testigos de la conspiración ferroviaria.


De la danza de los trenes.


Hay testigos.


Del compás de las miradas.


Y el capricho de los trenes.


Del álgebra de vías y traviesas. (Qué traviesas las vías.)


Y de los hilvanes del tiempo.


Los trenes traman su historia. Y cuentan como quieren. Como la memoria. Qué quedará de esta historia. Pero cómo olvidarla. ¿Despertará en Wilhelm el deseo de escribir?


Es puro cine y es puro Wenders. Se puede hablar de la gracia del cine. De la gracia en el cine. A veces uno quiere pensar que esta escuela sirve también para dilatar el tiempo de lo que ya hemos visto, y demorar esos 2 minutos y 45 segundos, desgranando los fotogramas como un rosario de la memoria de un cachito de cine, y dejarse llevar por la belleza en el tren de Hanna.


Es actriz, sí. Una gran actriz. Pero se llama Hanna Schygulla. Fue la musa de Fassbinder, rodaron juntos diecinueve películas, desde El amor es más frío que la muerte (1969), su opera prima, pero hubo unos años, desde Effie Briest (1974) hasta que volvieron a reunirse en El matrimonio de María Braun (1978), en que el cineasta no quiso contar con ella. En esos años sólo rueda Movimiento en falso, una película menor, sí, pero en absoluto desdeñable, con una secuencia de gran cine, ese maravilloso encuentro, con una alada coreografía de trenes, donde Wenders la filma con devoción,


Movimiento en falso parte de un guión que Peter Handke escribió entre julio y agosto de 1973 en el cuarto de un hotel de Venecia sobre el Gran Canal. No era la primera vez que Wenders trabajaba sobre la obra de su amigo. Ya en su segunda película había llevado a la pantalla El miedo del portero ante el penalty (1972), con guión del propio Handke, como en el caso de Movimiento en falso. Y podríamos añadir Alicia en las ciudades, si contamos las resonancias de Carta breve para un largo adiós. Wenders y Handke habían releído, por casualidad, en las mismas fechas Años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe (Wim es un diminutivo de Wilhelm, el nombre de pila del cineasta) y ambos habían decidido reescribirla -en una película, en una novela- cuando hubiera pasado tanto tiempo como para olvidarla.  Movimiento en falso. El viaje como aprendizaje. La escritura como viaje interior. La escuela del viaje. Uno tiene la sensación de que no se olvidaron lo suficiente (del Wilhelm Meister) y, también, de que Wenders habla, por así decir, con una voz que no es la suya, o no sólo suya, como si la película estuviera poco -o demasiado- cocinada. Dicho de otra forma, En el curso del tiempo, pongamos por caso, es un bidlungsroman fílmico -a lo Wilhelm Meister-, o sea, una novela de aprendizaje o de formación, que deviene una obra mayor, con la levedad del cine de Wenders y sin el peso de la figura de Goethe, algo que, ya quedo dicho, sólo encontramos en contadas secuencias -como la del tren de Hanna- en Movimiento en falso.


El gran estudioso de la literatura Mijail Bajtin dedicó diez años de su vida, desterrado en una aldea siberiana por Stalin, justamente a un ensayo sobre el bidlungsroman, del que Años de aprendizaje de Wilhelm Meister representa el modelo primordial de esa novela de formación que se enhebra con el viaje del héroe, que aprende y se encuentra (héroe de sí mismo) en el curso de la experiencia en el mundo, con los demás; un modelo donde, dicho sea de paso, encajan en buena medida las road movies, desde luego las de Wenders. Quizá gracias a Smoke y a Paul Auster, el manuscrito de Bajtin sobre el bidlungsroman ha cobrado visos de leyenda. Cuando llevamos, más o menos, una hora de película escuchamos con Rashid (Harold Perrineau) la historia el escritor Paul Benjamin, en la piel de William Hurt:


-Estamos en 1942. Y él está atrapado en Leningrado, durante el asedio. Uno de los peores momentos de la historia de la humanidad. Allí murieron 500.000 personas. Y allí está Bajtin. Atrapado. Esperando que lo maten cualquier día. Tiene tabaco de sobra pero no tiene papel para liarlo. Así que coge las páginas de un manuscrito en el que lleva trabajando diez años y las rompe para liar cigarrillos.


-¿La única copia?, le pregunta Rashid.


-La única copia. (Paul hace una pausa. Bebe un sorbo de café.) Si vas a morir, ¿qué importa más, un libro o un cigarrillo? Y sí, calada a calada, se fumó su libro.

-Bonito cuento. Casi me lo trago. Pero no. Ningún escritor haría nunca una cosa así.


-Conque no me crees. Pues vas a ver. (Paul se levanta, acerca la silla a las estanterías colmadas de libros.) Ya verás. Está todo en este libro...

Bien, ya sabéis, encuentra algo más que el libro y luego la historia de Rashid nos arrastra. Pero se queda en la memoria  la peripecia de Bajtin, que Auster ya había apuntado en tres o cuatro líneas de La habitación cerrada y aprovechó el guión de Smoke para desarrollarla con el aquel de un cuento: quién podía ampararlo mejor que una película enhebrada con el tabaco. Dicen que en realidad, Bajtin sabía, cuando se fumaba su libro sobre la novela de formación, que tenía otra copia en una editorial de Moscú, sólo que esa copia -eso aún no lo sabía Bajtin- desapareció también durante los bombardeos alemanes sobre la capital de la URSS durante la 2ª guerra mundial. Por lo visto, tampoco Bajtin estaba en Leningrado, sino en alguna aldea siberiana donde no había estancos. ¿Importa?  Como en El hombre que mató a Liberty Valance, qué más da que no haya sucedido tal cual, si tal cual Paul Benjamin se la cuenta tan bien a Rashid. Eso sí, por los testimonios de amigos y discípulos, parece fuera de toda duda que Bajtin tenía un humor (dedicó el primer capítulo de su ensayo sobre Rabelais a la historia de la risa) y una paciencia ante la adversidad indesmayables, y no le faltaron padecimientos -también físicos (sufría osteomielitis)- para poner a prueba el uno y la otra;  sólo una cosa podía sacarlo de sus casillas: la falta de cigarrillos.

Un joven Bajtin, un hombre que nació con el cine.

La incredulidad de Rashid parece justificada -cómo un escritor va a fumarse la única copia de un libro que le llevó diez años de su vida-, pero después de leer un ensayo sobre Bajtin de Sylvia Iparraguirre, que le dedicó tantos desvelos... Por lo visto a Bajtin le costaba -o mas bien detestaba- entregar un manuscrito para su publicación, desconfiaba de todo lo que no fuera un work in progress... Un sofá, tazas de té fuerte, una provisión inagotable de tabaco y calma: su dieta para pensar. En las novelas de Dostoievski, en el Wilhelm Meister de Goethe... Quién puede pensar en publicar habiendo todo un río caudaloso de la literatura para navegar. Y si para pensar -y remar en las corrientes del texto- necesitaba los cigarrillos, a falta de papel de liar cómo no iba a fumarse el manuscrito en papel cebolla que tenía a mano. Y resulta de lo más verosímil que se hubiera fumado el ensayo sobre la novela de formación aunque fuera la única copia. Así que quizá la historia que Auster pone en boca de William Hurt no sea cierta, pero sí verdadera.  Sería bonito saber adónde se fue de viaje Bajtin con el humo de los cigarrillos liados con su ensayo sobre el Wilhelm Meister... De nuestro viaje tampoco podemos quejarnos, de Alemania a una aldea siberiana pasando por Brooklyn. Es que no hay como subir al tren con Hanna.


Wenders escribió una vez, como veinte años después de Movimiento en falso, a propósito del cine y los trenes: El tren y el cine, el uno hace viajar el cuerpo, el otro el espíritu, pero sobre todo ambos hacen viajar los ojos. Un viaje en tren es, pues, una película, un travelling efímero que ha pasado ante los ojos de un solo espectador y del que se ha perdido su negativo... Las películas hermosas y los viajes hermosos en tren abren los ojos y el corazón y crean aventuras en el espacio y en el tiempo. Los dos son grandes educadores, quizá sea por eso que los dos son dos especies en peligro de extinción.



¿Si volveremos a vernos? Es necesario, le responde Wilhelm. Cómo lo sabes. No hace falta preguntarlo. En un travelling con el tren de Hanna.

1 comentario:

  1. ¿Quién iba a decir que en esta película ya aparecía Nastassia Kinski, la "inolvidable ausencia" que impregna todo en París, Texas?. De todas formas, la verdad es que lo fortuito, lo azaroso juega un papel en toda la narrativa de Paul Auster, de forma que nada tiene de extraño que lo traigas a esta entrada, porque para mí es imposible haber leído, por ejemplo, Brooklyn follies y no recordar para siempre la historia del médico alemán al que su madre salvó la vida enviándolo a los EE.UU, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, siendo un chiquillo, para hacerlos coincidir en el hospital donde el trabaja, y a donde la llevan a ella enferma tras un grave accidente.

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