Aun gustándonos (y mucho), hay películas (recientes) vistas este último año que no han encontrado aquí su asiento. ¿Por qué? Eso quisiera saber. Puede parecer que uno prefiere cobijar el cine del pasado que el contemporáneo. Pero el cine de ahora que más nos gusta lleva dentro una celebración del cine de antes y destila la emoción de la memoria -o la memoria emocional- del cine, como
Tabú (2012) de Miguel Gomes sin ir más lejos. Entonces por qué
escribimos de
Tabú y no de
Las malas hierbas (2009) de
Alain Resnais,
Holly Motors (2012) de Leos Carax,
L'Apollonide (2012) de Bertrand Bonello,
Moonrise Kingdom (2012) de Wes Anderson,
Take Shelter (2011) de Jeff Nichols,
Drive (2011) de Nicholas Winding Refn,
Wuthering Heights (2011) de Andrea Arnold,
Un amor de juventud (2011) de
Mia Hansen-Love,
Martes, después de Navidad (2010) de Radu Muntean,
The Turin Horse (2011) de
Béla Tarr,
Cosmópolis (2012) de
David Cronenberg,
Like Someone in Love (2012) de
Abbas Kiarostami,
Amour (2012) de Michael Haneke,
o
Somewhere (2010) de Sofía Coppola.
Si fuera un crítico (profesional), no tendría más remedio que escribir incluso de aquéllas que no me gustan -o no tanto- y quizá de las que detesto. Pero no, y que los dioses lares del cine me libren (dicho sea sin ánimo de ofender). Sólo entiendo -y me permito- la crítica como un arte de amar el cine. Por eso, salvo en contadas ocasiones que no represé mi disgusto, en esta
escuela procuro escribir sólo de aquellas películas que me permiten descubrir el cine que llevan dentro, que me piden palabrearlas o, sencillamente, alumbrarlas, esperando que alguien acuda a la llamada. De la luz. En la casa de las sombras.
O sea, escribo (casi siempre) de las que me gustan mucho (más que nada, como aconsejaba Auden, por no agriar el carácter y emponzoñar el ánimo). Pero no escribo de
todas las que me gustan: cualquiera de estas trece películas que hemos dejado a la intemperie tendrían una
lección de cine propicia para esta
escuela, pero... Y da penita. Porque en la cartelera el cine parece un menú único y rutinario, cuando sigue siendo una cocina viva con sabores tan distintos como estimulantes, donde conviven miradas y voces diversas que conjugan reflexión y audacia, pasión y riesgo, crítica y memoria, incandescencia y austeridad. Como
de-muestran las trece huerfanitas.
Fotograma de Moonrise Kingdom
Entonces ¿por que las desamparamos? Quizá porque no seguimos el impulso de escribir sobre ellas en caliente o porque no dejamos que se templara lo que ardía por decirse y quemaba demasiado, o porque no quemaba lo suficiente y se enfrió antes de tiempo. Ya se sabe, en la cocina como en la cerámica las temperaturas y tiempos de cocción devienen medidas delicadas. No digamos en el aquel de cocinar una mirada con palabras. Entonces cabría proponer en esta
escuela un ciclo de cine contemporáneo (vamos, de ahora mismo) con las trece películas fantasmas:
Cosas que hemos visto pero...
Acaso para avivar el deseo de palabrearlas. Quién sabe.
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