Las piedras hablan calladas y dicen cosa distinta con la distinta luz de las horas de cada día (como decía Juan Ramón Jiménez, y le gusta citar a Andrés Trapiello, a propósito de los libros en distinta edición).
Estos muros (valos, valados)-y cuando digo estos muros quiero decir muros como éstos, muros así, en cualquier lugar del mundo- deberían ser declarados Patrimonio de la Humanidad.
Los viejos -nietos o bisnietos de quienes los levantaron-, que me ven fotografiarlos, a veces sonríen, a veces dicen cuatro palabras -¿ghústanlle as pedras vellas?-, a veces las dos cosas, a veces nada, sólo miran, quizá con una pregunta en los ojos que uno interpreta de forma distinta según el día.
Cómo podría decirles, por ejemplo, que estas piedras viejas cuentan historias muy bellas -y dolorosas y sangrientas y terribles- del arte de habitar, sin ir más lejos. Historias que quién sabe si ellos tampoco quieren recordar. Historias de la puerca tierra que han quedado enterradas en la memoria bajo una montaña de olvido.
Gracias a los pasos del héroe supe, por recomendación simultánea de Pepe Coira -en un comentario- y David Pérez Iglesias -en un correo-, de capítulo cero, el blog de Manuel Gago. Fue uno de los descubrimientos del año en curso, parada y fonda obligatoria en la sección Notas arqueolóxicas, como Un enigma no alto de Monte Louro, O mediodía na Pena Furada, o Mirarlle a cara a un antigo deus.
Moura de Pena Furada
El territorio de Galicia que hemos heredado se nos aparece amojonado de piedras animadas, escrito en un alfabeto esculpido por el tiempo, sembrado de signos hospitalarios para la mirada. Heredamos una gramática aún por descifrar, una sintaxis de formas y luz, habla de antiguos dioses amigos del ocaso -un Deus antigo / amigo do sol, me recordó David que escribía Avilés de Taramancos-, nautas de los tiempos heroicos, de singladuras atlánticas en barcas de piedra. Una gramática con el tacto de las cosas primeras. Una poética primordial. Una memoria de silencio. Que se escucha.
Me gusta pensar que alguno de esos dioses -amigo de los ocasos, desde luego, pero también de los acasos- sabe reír; un dios con sentido del humor, vamos. Y se ríe al ver cómo aprendemos a leer la tierra heredada (sólo) con una gramática mitad arqueología, mitad sueño; mitad Historia, mitad historia; mitad lenguaje, mitad mito. Porque sabemos -nos iluminó Valle-Inclán con La lámpara maravillosa- que el mensaje de las piedras, como el verbo de los poetas, (...) no requiere descifrarse por gramática para mover almas, porque su esencia es el milagro musical. Y quién puede dudarlo, además de reír, ese dios -en el que Nietzsche podría creer- sabe bailar. Y, para seguirle los pasos, al alma (sólo) le hace falta escuchar con los ojos las voces de las piedras.
(Las fotografías de a moura de Pena Furada en Coirós se deben a Elisardojm.)
amo templando....
ResponderEliminaramo las piedras...amo el silencio...
seran mis ancestras asturianas gallegas catalanas...aqui muchas piedras serranas..