Chris Marker: viaja, filma, fotografía, ama los gatos. Así se presentó en Le Dépays, un libro contemporáneo -y complementario- de su película Sans soleil, un ensayo cinematográfico de 1982 rodado por un poeta, uno de mis filmes imprescindibles, uno de los más bellos filmes de mi vida, que diría Bénard da Costa. Un filme amojonado con bellos retratos, de ésos que sólo merecen quienes son dignos de las siete letras de la palabra belleza.
Pero ya con La jetée, rodada veinte años antes, me había enamorado de Hélène Châtelain.
Cabría añadir a su presentación que Marker ama la belleza de las mujeres y no puede imaginar una película sin ellas. Sería como la ópera sin música, dijo alguna vez. Y viajar, filmar y fotografiar devenían una suerte de memorial de esa belleza. Las imágenes como herramientas de la memoria, sagrarios de la belleza del mundo. Por eso Marker nunca se separaba de la cámara a la que, como ha contado Jonathan Rosenbaum, llama Chris. A sus noventa años quizá ya no podemos esperar más películas, desde luego ya no un largometraje. Pero sigue con una cámara -ahora una digital- en la mano, capturando los rostros de las mujeres, y ha convertido el metro de París en el escenario propicio para el azaroso encuentro con sus modelos. Como en la serie Quelle heure est-elle? entre 2004 y 2008, en blanco y negro:
O en Passengers entre 2008 y 2010, en color:
A propósito de Passengers, Marker recordó aquello que decía Cocteau sobre las estatuas que de noche escapan de los museos a pasear por las calles. Y sus peregrinaciones por el metro de París le depararon encuentros igual de insólitos. Y de una íntima fugacidad. Las modelos de pintores famosos estaban aún entre nosotros...
Y tuve la suerte de tenerlas sentadas frente a mí. Como si el metro de París fuera una máquina del tiempo y las modelos viajaran en busca de una mirada hasta el recóndito siglo XXI, donde esperaban el pasajero Marker y su cámara Chris.
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