18/5/12

Las islas de las Cotovías


Hay escritores, digamos como Cunqueiro (pero también Valle-Inclán o Torrente Ballester, ¿tendrá algo que ver que sean gallegos?), que habiéndonos cautivado pongamos que hace veinte o treinta años arrumbamos en el desván de los libros que han de pasar la prueba del olvido. Y allí se quedan sin decir nada, sin una protesta muda siquiera y sin llamar la atención. Hasta que una palabra resuena en la memoria y aviva el rescoldo de una página extraviada. O una imagen despierta el eco de un lugar que sólo tiene asiento en la sintaxis, como el país de Bolanda. Entonces llega la hora de abrir de nuevo Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas. Así, Sinbad, con ene. Hace cincuenta años que apareció en las librerías; un año antes lo había publicado Galaxia, en gallego, con ilustraciones de Xohán Ledo.


El ejemplar que tengo a mano corresponde a la 2ª edición en castellano, en Destino, de 1971.


No sé cuál de las dos versiones me gusta más, porque el Sinbad en castellano no es una mera (auto)traducción, más bien habría que hablar de una recreación, de una reescritura; a Cunqueiro, si se puede, se le debe leer en los dos idiomas, quizá porque uno resuena en otro con armonías insospechadas y en esa música germinan hallazgos (léxicos) inolvidables de imaginería barroca (gallega).

Yo, Al Faris Ibn Iaqim al Galizí, cuando hacía examen en Toledo de traductor, y pasaba por cartapacio lengua latino-romana, acariciaba en aquel duro banco mi corazón de ribereño del mar con el último verso de una oda de Horacio, en la que un gran almirante de antaño, que se llamó Don Ulises de Itaca, hablando con sus marineros les dice, y se le ve una mano alegre en el aire, 'Cras iterabimus aequor', que se anuestra por: 'Mañana navegaremos al largo'...

¿No suena de maravilla ese se anuestra? Pero es que además cifra la poética de Cunqueiro: anuestrarse el imaginario mitológico -griego, arábigo, artúrico, shakesperiano, o el que le pete, vamos- para destilarlo con humor y fantasía en el habla florida de viajeros que se cuentan -e inventan- el camino en la taberna de una encrucijada de los vientos. Cunqueiro toma los libros -Las mil y una noches, por ejemplo- como pretextos de otros libros -el Sinbad, pongamos por caso- y éstos como reescrituras del mito en una geografía transfigurada por la materia misma del contar: una sintaxis que pinta y una voz que se ve. Cunqueiro es de esos escritores que, de paso, redescubren las palabras haciéndoles un sitio inesperado pero pintiparado, tanto que uno piensa que le estaba destinado desde antes de Babel.

Cunqueiro, el tercero por la izda., 
entre la dueña y la hija del restaurante Mosquito de Vigo, 
en compañía de Josep Pla y Torrente Bellester, a la decha., 
en los años sesenta.

Como en Torrente, la imaginación de Cunqueiro deviene una herramienta del humor (y no al revés); como en Valle, la imaginación resulta una función del lenguaje (y no al revés). Humor e imaginación que revelan una mirada melancólica sobre el mundo cribado en las más bellas historias que, en último término, tampoco podrán salvarnos de la derrota que representa siempre la realidad: El correr de un hilo de agua por el cristal de una ventana entretiene a un hombre imaginativo una larga hora, dice Sinbad. Imaginativo y melancólico, o imaginativo por melancólico. En Cunqueiro el narrador es un quijote (el propio autor vestido en Sinbad con los ropajes del viajero Al Faris Ibn Iaquim al Galizí, nombre arábigo de Álvaro Cunqueiro, hijo de Joaquín y de nación gallega), que sólo puede vivir en el aquel de contar, que en las historias arboladas de viva voz encuentra un último y cálido refugio. Entonces, mitad Sinbad, mitad Quijote, siempre.

Sinbad mató el candil, se metió en el lecho, y buscó en las memorias suyas un viaje para adormecer con él, y gustaba de buscarlos muy largos y detallados y no sabía dejar cabo suelto desde que salía a la solana suya haciendo visera con la mano, por ver cómo se levantara el mar aquella mañana, y qué viento lo peinaba, y por veces tenía que pararse, que no situaba en el cuento unos compañeros o una despedida, o de qué parte ancoraría la nave, o un fardo estaba puesto en cubierta que no dejaba pasar cómodo a proa, y estaba media hora dándole vueltas a aquel tropiezo, y cuando lo burlaba, entonces la nave y el sueño suyo encontraban franca vía, y adormecía en un repente, quedado y roncador, y si soñaba, lo que no acostumbraba, le subían los sueños en palabras a los labios, a pasearse. Si pudiéramos verlas, seguramente que eran palabras muy vestidas de colores, espuma de la memoria que Sinbad gastaba cada día, nueva y eterna espuma del mar mayor, rota en perlas relucientes por los vientos amigos que pasan cantando.

El sueño como nave. El relato como ciencia del sueño. Contar para dormir. Y si soñar, las palabras suben a los labios a pasearse. Cunqueiro entero se desnuda -y se deslíe- en este párrafo. Un narrador -como Sinbad- que se goza en los detalles y se alboroza en el adjetivo que bien viste para bien ver, como satinado levantisco para el humilde remiendo de un camisón, prenda de la memoria de una dama de Ormuz: Hay adjetivos que dichos de una cosa, en el instante mismo la aumentan de precio, y la ponen delante de los ojos como si encendiesen a su lado una lámpara, o la acabasen de pintar... ¿Entendéis ahora por qué hay que arrumbar a Cunqueiro y la madre que lo parió si uno quiere seguir escribiendo con tan menguados recursos propios?  ¿Queréis otra pieza de descargo? Ahí va el pez papagayo:

En el mar no hay que admirarse de nada, después del milagro que es que se pueda andar por él en un atado de maderas, y que se puedan tomar los vientos señoriales en unas lonas recortadas. El pez papagayo lo pesqué yo mismo a diecisiete leguas de Columbo. Es pez de fondos, pero las hembras salen mudas, y a los más de ellos no les hace gracia procrear en silencio allá abajo, y dejan ese trabajo a los machos que salen mudos, o tartamudos, o tácitos, que hay de todo como en las familias, y los bien parlantes suben a la nata del mar, y andan cerca de las naos; no se pescan porque escuchan todo lo que hablan los marineros. El hablar de ellos es la cosa más graciosa que hay, porque hacen con su boca, que tiene pequeños labios encarnados, unas vejigas de aire, y las mandan fuera del agua: al salir estallan y vierten la palabra que llevan dentro, y en cada vejiga no caben más de dos sílabas, y así, si la palabra tiene tres, hay que adivinar lo que falta. Dicen 'golon' por golondrina, e 'higue' por higuera, y su lengua simpre es arábigo letrado.

Por no hablar de la página donde Sinbad le cuenta al ciego Abdalá qué es eso del teatro -es como una novela, sólo que no pasa en el papel, sino en figuras vestidas de lujo en un tablado, en un patio- y le describe una pieza de teatro chino que vio una vez en Cantón, La Dama que engañada por un Demonio elegante quiso comprarle al Viento la Perdiz que hablaba, o Verdadera Historia de un Mandarín que por no gastar quedó cornudo; es que el título ya vale un potosí y parece escribirse solo y ganas dan de ponerlo en escena. Pero a propósito de contar para ciegos hay una nota que apunta el narrador para revelar  el gran arte de contar que despliega Sinbad: ...los ejemplos los pone de bulto y no de colores, para que el pobre ciego no se ponga a profundizar más dolorido en su pérdida. No me digáis que el arte de narrar no es también el arte de abrazar con la voz. Bendito Sinbad. Bueno, sí, tenéis razón, bendito Cunqueiro también.

Y eso que de Cunqueiro siempre preferí las estampas a las novelas. Me quedo con Os outros feirantes o Escola de menciñeiros antes que con Merlín y familia o As crónicas do sochantre (cito en el idioma en que leí los libros la primera vez). De aquéllas me gustan mucho la de Borrallo da Lagoa, el menciñeiro que curaba a los pacientes cambiándoles el nombre, o sea, cambiándoles el personaje, y donde Cunqueiro abrocha el cuento con una línea que te deja helado: O Borrallo, polo verán de 1936, apareceu morto cun tiro na cachola. Así, como quien no quiere la cosa. O la de Mel de Vincios que prefería la terapia de la fotografía y llevaba a los clientes -eso sí, a los que tenían posibles- a un retratista, como si la imagen les limpiase el ánima. Pero de todas me quedo con la de Novagildo Andión, el dueño de un viejo autobús que llevaba a personas y animales por las ferias, y que era tan aficionado a la música que le compró el violín a un ciego y aprendió lo suficiente para acompañar los romances de crímenes que se hacía escribir; así que llegaba con el autobús a la feria, apeaba pasajeros, descargaba el porcino y se ponía con el violín en una esquina y cantaba los romances con hermosa voz, mientras una sobrina vendía los pliegos y pasaba el platillo. Entonces llega el episodio que más me gusta (cito de la edición en castellano de la estampa en La otra gente):


Un día, en el San Froilán de Lugo, fue al cine con su mujer, a ver una película sobre el hundimiento del Titanic, y me contaron que andaba como loco buscando quien le escribiese un romance sobre aquella catástrofe pero no lo encontró. Se llevó un gran disgusto. Años más tarde me explicaba a mí el éxito que habría tenido, con el iceberg chocando con el Titanic en el cartel que haría pintar, y el mar lleno de mujeres enjoyadas, y un caballero buscando entre las olas, con una linterna de mano encendida, a su amante.
-Eso -me decía- no salía en la película, que era invento mío.
Hacía una pausa, meneaba la cabeza, y comentaba:
-Ese da linterna faría chorar ás pedras! Chorei eu cando o inventei!
Y ahora mismo lloraba al recordarlo.

Ni siquiera estoy seguro de que el Merlín o el Sochantre o el Sinbad sean novelas; ni los feirantes y menciñeiros, cuentos. Creo más bien que la prosa de Cunqueiro es un género en sí misma que hace de la sintaxis una fantasía, o si se quiere, una ciudad levantada en el aire, como Moara, la que describe Sinbad, arbolada en una torre sobre una laguna, de ésas que sólo existen en los libros, cuando no son espejos ni mapas del mundo, sólo la biblioteca de un hacedor de sueños con las cuentas de la memoria de libros insomnes, o una cartografía viva de un cosmos invisible. Cunqueiro escribía lo que escribía para habitar con la literatura un mundo a la medida de la utopía de una biblioteca encantada. Alguna vez he imaginado a Cunqueiro como copista en un monasterio románico en el aquel de transcribir la Odisea y, tomándose todas las libertades del mundo con el poema de Homero como se las tomaría -bueno era él-, qué Ulises habría llegado hasta nosotros, quizá como un soñador derrotado por la ficción en que se ha convertido su propia vida, fatigando cuentos de circes, sirenas y nausicaas en una taberna de Itaca, que los parroquianos escuchan como fantasías de un viejo marinero, pero ya no como el relato de una experiencia; un cuentista ameno, quizá, y aun del que reírse un poco si cuadra, pero ya no el narrador de un viaje como escuela de la vida; y, rebajado el cuento a mero entretenimiento, a Ulises no le queda otra sino acabar contándole historias al mar al que nunca podrá volver, atrapado por el bagazo de su propia melancolía. La narración como arte del viaje y el viaje (fantástico) como arte de supervivencia. Por eso en As mocedades de Ulises, el héroe aprende el arte de navegar, O sea, el arte de contar. El oficio que salva a Ulises en la Odisea. Y a Cunqueiro en Mondoñedo. Porque, como Sinbad, sólo por los vientos del cuento podrá catar otra vez las islas de las Cotovías, cuando el viejo navegante perdió la gracia del mar:

...cuando la gente comenzó a descreer de los países que traíamos en conversación los que andábamos por el mar, altaneros. Ahora todas las novedades son por mapa y aguja, y los pilotos no salen de cuarta levantada, que es como andar con bastón por las calles de Basora, y no encontrarás entre los pilotos del Califa de Bagdad uno que sepa navegar por sueños y memorias, y así no logran ver nada de lo que hay, de lo que es milagro de los mares. ¡Fácil es decir que no hay Cotovías!

Pero mientras haya quien las cuente deshojando con humor la rosa de la melancolía, como Sinbad en su última derrota -como Cunqueiro, que había elegido para las memorias que no escribió el hermoso título de Cinza na manga dun vello (ceniza en la manga de un viejo), ese verso del cuarto cuarteto de Eliot-, habrá islas de las Cotovías adonde navegar por sueños y memorias.

1 comentario:

  1. Escribín un comentario moi longo pero voou, é igual. No medio del poñía tres links que poden interesar.

    Entrevista con Joaquin Soler Serrano>>>http://video.google.com/videoplay?docid=2019476788632441700
    Conferencia na Juan March (empeza no minuto 28) >>> http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=674
    e conferencia en Lisboa "A realidade histórica de Galicia" no 1971 >>> http://youtu.be/fJSU0rR6MrU

    ResponderEliminar