10/1/11

Una gran novela del oeste

Wilder quiso elogiar a Erich von Stroheim, al que dirigió en Cinco tumbas al Cairo (1943) y en El crepúsculo de los dioses (1950): "Usted se adelantó diez años a su tiempo". El director de Avaricia (1924) agradeció el halago pero poniendo los puntos sobre la íes, bueno era él: "Veinte años, señor Wilder, veinte años". Ambos estaban equivocados, Stroheim se adelantó ochenta años a su tiempo. Tiene razón, Cheché Carmona, el tiempo de Stroheim sería ahora, dirigiendo una serie como Deadwood para la HBO, donde podría plasmar aquellos guiones suyos que devenían novelones.


Deadwood se despliega en el curso de tres temporadas -36 episodios- en el poblado minero que da título a la serie, que conjuga acontecimientos y personajes históricos y de ficción en la década de 1870; una serie creada por David Milch, un guionista y productor que trabajó con Steven Boccho en Canción triste de Hill Street y Policías de Nueva York, y que en Deadwood, emitida por la HBO entre 2004 y 2006, desempeñó las funciones de guionista y productor ejecutivo.

David Milch con Keith Carradine, 
que encarna a Wild Bill Hickock,
 en el set de Deadwood 

Por decirlo pronto, Deadwood es una película de 36 horas que se ve como una gran novela del oeste americano. Y aunque recuerde algunos westerns, no encontraremos en la serie de Milch la estilización ni los códigos del género, sino los modos de una novela realista sobre un asentamiento en las Colinas Negras de Dakota del Sur después de la derrota de Custer en Little Big Horn. Deadwood es una novela del oeste en la misma medida que los westerns son relatos (cortos) del oeste.

Deadwood en 1888 


En Deadwood asistimos al nacimiento de una comunidad en la frontera. Salta a la vista su fragilidad y podemos imaginarla años después y de la noche a la mañana como aquel pueblo abandonado de Yellow Sky del western del mismo título de William A. Wellman, tan provisional como un campamento minero. Un pueblo de supervivientes en una tierra de nadie y sin ley. No es un western pero los westerns permiten amojonar la relación dialéctica entre la serie y el género, entre la leyenda y la historia, entre los arquetipos y los personajes. Por así decir, la serie representa la materialidad histórica, política, social, económica, humana, de la que brotará el western como folklore, como emanación narrativa, en definitiva, como mito. La visión de Deadwood se enriquece a la luz de los westerns, y viceversa.  

En primer término, Al Swearengen, 
encarnado por Ian McShane

Como no puede haber una gran novela sin grandes personajes, Deadwood persistirá en nuestra retina por tipos como Al Swearengen, encarnado por un inmenso Ian McShane, un personaje de estirpe shakespeariana, una mala bestia con parlamentos memorables, pero durante el episodio que cierra la primera temporada, el cuerpo le pide a uno entrar en la pantalla para darle un abrazo; una mala bestia con la que nos identificamos -hasta sufrir con sus piedras en el riñón- porque hay otros peores; de hecho, pensamos que Al era malo hasta que aparece George Hearst, entonces comprendemos que el Mal ha llegado a Deadwood.

Alma Garret, encarnada por Molly Parker

Resultan también magníficos los personajes femeninos como Trixi (Paula Malcomson), Joanie Stubbs (Kim Dickens) o Alma Garret (Molly Parker) que, por si no bastara, saben bajar las escaleras con la elegancia que dejó de verse en la pantalla después de los 50. Y sólo añadir, para no recorrer el reparto entero, el personaje del doctor Doc Cochran, un estupendo Brad Dourif, que nos trae reminiscencias de los médicos de los westerns -y no sólo de los westerns- de Ford.

Doc Cochran (Brad Dourif) y Trixie (Paula Malcomson)

Deadwood  refleja un universo de inmigrantes, un babel de acentos, y destila un mundo amasado con sangre, fango y polvo, donde huele a sudor, mierda, semen y muerte. La puesta en escena  saca el máximo rendimiento  a la profundidad de campo, a la continuidad visual entre interiores y exteriores a través de puertas, ventanas, corredores y balcones (hasta el punto de desplegar toda una estética de la visión y del aquel de no perderse detalle, no se olvide que son supervivientes y tienen que andarse con mil ojos), a los diferentes niveles de la acción entre los primeros términos y el fondo, a las sombras de las luces anteriores a la electricidad, al hacinamiento y a la fragilidad del tejido humano. En el desarrollo de la serie afloran las relaciones de poder y servidumbre -y sus motivaciones- que revelan la genealogía del estado, al tiempo que se nos muestra la formación del capitalismo en toda su desnudez cruel, la explotación del hombre por el hombre y la rapiña de los recursos, las vidas que costó la lucha sindical contra la barbarie, como si Shakespeare estuviera iluminando a Milch por encima de un hombro y Marx por encima del otro. Si fuera profesor de historia en un instituto y quisiera que los alumnos comprendieran la génesis del capitalismo, les proyectaría Deadwood, así de claro.

En el centro, David Milch durante el rodaje de la serie 

Entre lo mejor del cine americano de esta última década ya había incluido Los Soprano, The Wire y Treme. No tardaré en añadir Mad Men, pero de ella hablaré otro día. Ahora añado Deadwood, una gran novela del oeste.

Fotograma de la cabecera de la serie

1 comentario:

  1. Como me ha gustado eso de la elegancia al bajar las escaleras :)

    Me apunto la serie. Un beso

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