1/12/10

Una película casera

El amigo Diomedes Díaz se ha dejado caer por casa después de pasar una temporada en Cabo Verde. El tiempo de ponerle un Glenlivet delante, ni un segundo antes, y empieza con la retahíla de reproches a propósito de lo que llevo escrito aquí. Qué necesidad hay, se pregunta uno, de seguir esta escuela desde Tarrafal de San Nicolau o desde Santiago, donde -me cuenta- Darwin comenzó su diario de viaje en el Beagle, donde habrá tanto que ver y sentir, pero en fin... Y por más que intento llevar la conversación hacia las islas de Barlovento o de Sotavento, las que prefiera -todas las recorrió-, primero tiene que poner los puntos sobre las íes: ¿a qué estoy esperando para escribir sobre Sjöstrom, Chaplin o Stroheim, y no de forma lateral o subordinada, sino como asunto central de las correspondientes entradas? Cuando da señales de vida, el amigo Diomedes se entrega con fruición al aquel de detallar los asuntos pendientes, las deudas que me endosa sin remedio, y a acusar el recibo de aquéllas, las menos, que redimo mal que bien. Pero el reproche mayor esta vez derivaba de una entrada reciente: cree que fui injusto (con Rossellini) cuando escribí anteayer sobre Elena y los hombres, la película que Jean Renoir concibió para ver reír a Ingrid Bergman, y me recuerda que ya habíamos visto reír a la Bergman en una película suya (de Rossellini), que fue él (otra vez Rossellini) quien descubrió la cómica que ella (la Bergman) llevaba dentro. Y no digo yo que no tenga algo de razón.

Un fotograma de Ingrid Bergman
el episodio de Siamo donne dirigido por Rossellini

En 1953, el año de Viaggio in Italia, Rossellini rodó también con Ingrid Bergman un episodio para Siamo donne -titulada aquí Nosotras, las mujeres-, una película colectiva ideada por Cesare Zavattini a modo de confesiones de actrices. Alida Valli, Emma Danieli, Isa Miranda y Anna Magnani protagonizan los otros episodios que dirigen, respectivamente, Gianni Franciolini, Alfredo Guarini, Luigi Zampa y Luchino Visconti. Rossellini rueda el episodio con Ingrid Bergman en la casa familiar de Santa Marinella donde vivían con sus hijos.

Se trata de una peliculita de 17 minutos deliciosa e improvisada  -o deliciosamente improvisada-, en la que Ingrid Bergman, interpretándose a sí misma -su nombre da título al episodio que explota en clave de comedia sus dificultades con el italiano-, se dirige directamente a la cámara y pregunta qué es lo que quieren que cuente. Ante la ausencia de respuesta, cuenta las tribulaciones que le causó una gallina de la señora Annovazzi -que la película pone en escena mediante flashbacks- al picotear las rosas favoritas de Ingrid en el jardín. La actriz comparte con nosotros, mediante apartes mirando a cámara, los recuerdos de su guerra particular con la gallina de la vecina que está a punto de acabar en un desenlace sangriento. Al final, Ingrid Bergman se dirige por última vez a la cámara para disculparse por no haber podido contar más que una historia ridícula.

Rossellini rueda el episodio con la vitalidad, ligereza y humor de una comedia, e Ingrid Bergman despliega todo su encanto y nos regala, si no su risa, sí su sonrisa. Se palpa lo bien que se lo están pasando en el curso de hacer la película. Y apunta la vía de un cine que podrían haber hecho juntos pero que no volvieron a recorrer. Una vía explorada en Ingrid Bergman que, mira por dónde, remite a las tensiones entre la ficción y el documento, entre la vida y el relato, que nutren la modernidad de Viaggio in Italia, aunque en una tonalidad bien distinta y bajo las formas de un cine familiar, de una película casera.

Ángeles siente la misma pasión por las rosas que Ingrid Bergman, así que podéis imaginar cuanto ha disfrutado con esta peliculita. Aquí os la dejo:



3 comentarios:

  1. Tu amigo Diomedes, cuando le abriste la puerta te preguntó, como en Desayuno con diamantes: ¿Qué hay de beber?
    Ya me cae bien tu amigo.

    No me canso.

    Un abrazo.

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  2. Si yo estuviera en Madagascar, o en Isla Mujeres, o en Nueva Guinea Papúa...también intentaría por todos los medios no faltar a tú escuela. Diomedes tiene razón :)

    Gracias por la sonrisa de Ingrid y por todo lo demás. Un abrazo, Daniel

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  3. De tus entradas, Daniel, nunca se sale como se entra. Siempre, siempre, salimos más sabios, más alegres.

    Y bien por Diomedes Díaz (con ese nombre parece un personaje de novela): amigos así son los que hacen falta, no sólo aquellos que te bailan el agua, sino los que te ponen la cara colorada cuando te lo mereces.
    Y no tiene mal gusto el tío en cuestión de bebidas.

    Otra vez, chapeau.

    Abrazo.

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