8/12/10

Las heridas


El viernes pasado fuimos de esos cientos de miles que se quedaron sin volar. Mientras aguardábamos a embarcar, empecé a leer Sunset Park, la última novela de Paul Auster. Continué leyéndola en el avión mientras esperábamos el momento de despegar. Quizá esas cien primeras páginas me ayudaron a sobrellevar con resignación la cancelación del vuelo y del viaje a Madrid y de los planes para el fin de semana -las exposiciones, las películas, las horas con los amigos que no vemos hace meses-. Esa noche del viernes, mientras cenábamos aquí al lado una lubina a la espalda, convinimos que no estaba tan mal un fin de semana casero, pasado por agua y viento, de lectura y películas. De hecho, estaba deseando continuar Sunset Park.


Sunset Park en Brooklyn

Hace unas semanas vimos la novela en la mesa de novedades de una librería, pero las últimas de Auster -después de El libro de las ilusiones que nos gustó tanto- nos decepcionaron, así que decidimos esperar a la edición de bolsillo. La semana pasada Madison le preguntó aquí a Ángeles -la lectora de novelas por excelencia de esta familia- si la había leído y comentó cuánto le había gustado. Entonces nos decidimos a leerla. Bueno, iba a leerla primero Ángeles pero, como tenía entre manos los cuentos de Alice Munro -Demasiada felicidad-, fui yo quien empecé Sunset Park la tarde del viernes en las horas previas al colapso aéreo. La acabé el sábado por la noche y ella el lunes por la mañana. La verdad es que estaba deseando que la leyera para comentarla y, antes de que Ángeles empezara Sunset Park, el domingo vimos Los mejores años de nuestra vida (1946), la película dirigida por William Wyler que cumple su función -central, en el plano temático- dentro de la novela.

Teresa Wright y Dana Andrews 
en Los mejores años de nuestra vida

Y también es casualidad, porque la semana pasada estuvimos hablando de Teresa Wright, una actriz que nos gusta mucho, la protagonista de La sombra de una duda de Alfred Hitchcok, una de las películas favoritas de nuestro hijo, cuando tenía diez o once años -se la sabía de memoria-, y del propio cineasta. Digamos que fue unos de esos azares de las novelas de Auster que en Sunset Park se valore especialmente el trabajo de Teresa Wright encarnando a la Peggy de Los mejores años de nuestra vida, una mujer tan maravillosa que el personaje al que da vida Dana Andrews comenta que la debían producir en serie. Las líneas de la novela que recogen los comentarios de Alice Bergstrom, el personaje que escribe una tesis sobre la película de Wyler, a propósito de Teresa Wright las suscribo palabra por palabra.


Aunque Sunset Park despliega una historia con cierto grado de coralidad, es la odisea de Miles Heller la que vertebra la novela. Ya sabes: joven confuso se larga a recorrer mundo, lucha con sus demonios en tierra de nadie, se hace más fuerte, mejor persona, y vuelve. Pero han sido siete años, Miles, la cuarta parte de tu vida. Ya ves la locura que ha sido todo esto, ¿no? Apenas cuatro líneas de la página 240 -la novela tiene 278- sintetizan en boca de la actriz Mary-Lee Swann, la odisea de su hijo Miles Heller, el story-line del pasado que lleva a cuestas. Sobre ese pasado emerge Sunset Park, una historia de culpa y expiación, de padres e hijos, entretejida con la crisis económica y las guerras del presente y con algunos retratos de mujeres inolvidables, como las ya citadas -incluida Peggy, de Los mejores años...-, pero también Ellen Brice y Pilar Sánchez.


Sunset Park no es una gran novela ni supone el regreso del mejor Paul Auster, pero es una buena novela que no quieres dejar de leer y algunas páginas me conmovieron hasta las mismas lágrimas. Y aunque el arte, novelas, películas y Días felices de Beckett tengan una función significativa en Sunset Park, no representan motivos para el juego literario o metalingüístico, sino huellas de una experiencia, vías de conocimiento, azares que devienen carne viva de unos seres a los que el destino reúne en una encrucijada de sus vidas. Auster despliega -y rentabiliza- la encrucijada en la estructura que sostiene Sunset Park, donde lo que sabe el personaje -que vertebra cada capítulo- y lo que nosotros sabemos se conjuga impulsando el relato a través del suspense y la urgencia, a medida que profundizamos en las fracturas íntimas y reveladoras, e iluminando desde otro ángulo los demás personajes y sus relaciones.


Pero si desde el lunes, cuando Ángeles terminó la novela, hasta hoy mismo, mientras paseábamos por la playa de Cabío, hemos vuelto a menudo sobre Sunset Park (por eso tenía tantas ganas de que la leyera), se lo debemos a la prosa cautivadora de Paul Auster, como la caricia que recorre los costurones de la vida, de una mano -esa memoria ardiente, decía Forugh Farrokhzad- que cobija  las heridas del tiempo, los rastros de un aprendizaje que quizá no sirva para otra cosa como no sea reconocernos en un espejo. Ese espejo sobre nuestro tiempo que aún sostiene con pulso firme Paul Auster.

Gracias, Madison.

4 comentarios:

  1. ¡Ay...yo tengo que leerla también1!. Cuando me matriculé en la escuela no sabía cuánto me iba a gustar hacer los deberes :)

    Siento lo del viaje, Daniel. Un beso

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  2. Alma, a mí también me gusta hacer los deberes. Pero, Daniel, no tiene la más mínima compasión.

    Un abrazo.

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  3. Con la nueva de Auster me estaba pasando un poco como te pasaba a ti, que la decepción de las últimas me quitaba las ganas.

    Ahora, después de leer tu entrada, me siento obligado a darle la oportunidad que sin duda se merece, y más sabiendo que por ahí anda "Los mejores años de nuestra vida", una de las primeras películas que vi cuando decidí que quería ser un cinéfilo.

    Un abrazo.

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  4. Hey, no habia visto esta entrada.
    El efecto sorpresa a la hora de leer un libro de Auster creo que ya nunca más me sucederá, no lo veo posible puesto que ya he leido bastantes libros suyos, pero conformo con que me dejen el buen sabor de boca que me ha dejado este último.
    He disfrutado con su lectura.
    Gracias a ti Daniel por ofrecernos toda tu sabiduría. He aprendido mucho de lo que tu escribes.

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