27/12/10

Poética de los navajos

Emilio Cecchi -el escritor italiano, padre de la guionista Suso Cecchi D'Amico- aprovechó las vacaciones como profesor visitante en Berkeley, a principios de los años treinta del siglo pasado, para viajar por California, Nuevo México y México. En 2007, la editorial Minúscula publicó México, un delicioso librito que recoge las crónicas de aquel viaje. En Santa Fe, visitó el Museo de Arte Indio donde pudo contemplar algunas de las más bellas muestras del arte textil de los navajos que habían sido tejidas un siglo o siglo y medio antes en una austera combinación de tintas rojo sangre, azul eléctrico o gris tórtola; un arte textil en el que Emilio Cecchi reconoció una lección de poética:


Cuando una mujer navaja está a punto de acabar uno de esos tejidos, deja en la trama y en el dibujo una pequeña fractura, un defecto, "para que el alma no quede prisionera dentro del trabajo". Esta me parece una profunda lección de arte: prohibirse, deliberadamente, una perfección demasiado aritmética y cerrada. Porque las líneas de la obra, soldándose invisiblemente sobre sí mismas, constituirían un laberinto sin salida; una cifra, un enigma del que se ha perdido la clave. El primero que caería en el engaño sería el espíritu que ha creado el engaño.


¿Y no es acaso la explicación de por qué ciertos grandes artistas pusieron siempre en su propia obra un signo de inacabado, casi una invitación al misterio, a la colaboración natural? Temían que la obra, en cierto modo, quedara viciada y maldita si se quedaban dentro "prisioneros". Sabían que sería más viva en virtud de un descuido que demostrara que el hombre, en el acto mismo de crear, reconoce la fatalidad de su propia imperfección.

Una mujer navaja tejiendo, en los años 20

1 comentario:

  1. Benditos "defectos" que permiten que el alma del artista vuele libre de su obra para seguir creando. Me ha encantado la clase de hoy :)

    Un abrazo, Daniel

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