17/7/10

Una chica llamada Bonnie Lee


¿Por qué será que se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que vuelvo a ver Sólo los ángeles tienen alas de Howard Hawks? No es un melodrama, sino una película de aventuras. Pues lo mismo. Más de una vez me he preguntado por la razón de las lágrimas. Más de una vez me he respondido. Cada diez años me he dado respuestas distintas. Supongo que todas válidas y consistentes. O no. Hoy he vuelto a ver Sólo los ángeles tienen alas. Como tantas otras veces, sin querer. Simplemente la pasaban en uno de los canales. No sé cuántas veces la habré visto, entera, a trozos, incompleta, doblada, en versión original, en el cine, en televisión. Da igual. Hay tanto cine en cada corte invisible que la pantalla doméstica se ensancha y la pantalla grande alcanza la dimensión de nuestros sueños.

Rodaje de Sólo los ángeles tienen alas.
En segundo término, de izda. a dcha.,
Howard Hawks, Jean Artthur,
Thomas Mitchell y Cary Grant

Sólo los ángeles tienen alas
es tan grande como nuestra imaginación. Howard Hawks es tan grande como el cine. Es el único cineasta capaz de contar a la vez y enhebradas la historia de amor entre dos hombres y entre un hombre y una mujer. Y cuando lo logra, en realidad está haciendo la misma película, pero cada una es inolvidable, como Tener y no tener, Río Bravo o Eldorado. Mantiene la cámara a la altura de los ojos y los diálogos (de Jules Furthman) son poesía cinética. En sus mejores películas necesita muy poco para destilar mucho cine, apenas cachitos de celuloide zurcidos con miradas, cine puro digamos. Le basta –es el caso de Sólo los ángeles tienen alas- que el protagonista (Cary Grant, inmenso) nunca lleve cerillas encima -y que el amigo del protagonista (Thomas Mitchell, magnífico) siempre tenga a mano las cerillas y nunca le falte una moneda con dos caras- para perpetrar una obra maestra. Bueno, todo eso y el encanto de Jean Arthur, la maravillosa Bonnie Lee. Bonnie Lee, de Brooklyn.


Sólo los ángeles tienen alas es de esas películas que convierten el (verdadero) cine americano, no sólo en una escuela del cine, sino en una escuela de vida. O sea, en la escuela de los domingos. No sé si he contestado a la pregunta de por qué se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que veo Sólo los ángeles tienen alas. Quizá necesitaría ser el poeta que no soy. Dejadme que sea sólo por esta madrugada el niño que fui. Y que en su memoria levante mi copa (de Lagavulin, tiene que ser). Por aquel cine y por estas lágrimas. De un niño que se soñó aviador con una chica llamada Bonnie Lee.

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