29/12/09

Una lección de penumbra


La anterior iba a ser la última entrada del año. Pero no. Cómo acabar el año sin dar cuenta de que, al fin, ha llegado a mis manos Troppo vero, la última entrega -¡la dieciséis!- de los diarios -Salón de pasos perdidos, una novela en marcha- de Andrés Trapiello. ¡Si llevo esperando este libro desde febrero, por lo menos! Por lo visto lleva algunas semanas en las librerías. Ya se puede creer lo abismado que andaba uno en un trabajo que ensimismaba mis cinco sentidos -¿eh, Pepe?- para olvidarme de vigilar su llegada, pero el sábado pasado en la Michelena -dónde si no-, allí estaba Troppo vero, un volumen colmado de casi ochocientas páginas. Había tres ejemplares sobre la mesa. Me llevé dos. El segundo, para nuestro hijo, que también se ha convertido en estos años en un adicto de estos diarios donde no pasa nada, o como dice el propio autor, "nada con guarnición", que es algo así como sentarse a la vera del camino y esperar. A qué, os preguntaréis. Pues a ver crecer la hierba, ¿no, Pepe?

Uno puede asombrarse de la energía que debe desplegar un hombre para escribir las más de ocho mil páginas de sus diarios -hasta ahora-, los artículos, las novelas, los ensayos, los poemas. Como me asombra el trabajo del maestro, ya no sólo los cuadros, los papeles, los dibujos, los cuadernos, ese trabajo de la mano hora a hora, día a día, año a año. Arcadi Espada, que también lee los diarios de Trapiello, ha hecho números y ha diagnosticado "científicamente" el despliegue balzaquiano de un autor que escribe, por lo bajo, mil palabras al día. Pero eso, a quién le importa, aunque sí importa, caray si importa. Lo que importa de verdad -también a Arcadi Espada, a quien, en adelante, cito a mi manera- es que los diarios de Trapiello devuelven al lector una imagen precisa de la gran representación humana del lenguaje. Le devuelven a la lengua la capacidad de representar verazmente un hecho. Leyéndolo, uno advierte de un modo casi sensitivo la tremenda singularidad de que la especie humana sea capaz, a diferencia de la ameba, de contar su experiencia. Y descubrimos lo que nos hace humanos, que no es tanto el lenguaje, como la mímesis. Estos diarios, sin épica, nos acercan al extraordinario valor de la mímesis, al asombro de su filiación orgánica. Es importante que no contengan épica. Uno puede admitir que el hombre haya inventado la palabra fuego, tal sería el resplandor. Pero lo realmente inverosímil es que haya inventado la palabra gris. Y aquí dejo en paz a Arcadi Espada. La mímesis de lo gris, diríamos, nos devuelve a la vera del camino y a la espera de ver crecer la hierba.

Andrés Trapiello

Estas últimas noches, Ángeles me escuchaba reír en la cama con el tochete de Troppo vero en las manos y susurraba: "Ya te has reencontrado con Trapiello". Y así es, uno no lee las nuevas entregas de los diarios, uno se reencuentra con él, con la vida -y sus rituales- que vive y traduce en sus páginas, con un aquel cervantino, es decir, con mucho mucho mucho humor. Por eso, cuando volví a casa de la librería con Troppo vero en las manos, lo celebré con tres dedos de Bushmills, el güisqui de la destilería más antigua del mundo -de los tiempos de El Quijote-, que Adelita me trajo de Irlanda. ¡Qué menos!

En el prólogo de esta última entrega, Trapiello da cuenta muy bien de lo que cabe esperar de estos libros suyos:

Entre los hechos más misteriosos que recuerdo de mi infancia está este: entrar en un cine en el crudo invierno leonés a las cuatro de la tarde en pleno día, y salir, dos horas después, cuando ya se había hecho de noche. Me parecía que hubiesen trascurrido también [como a San Ero de la Armenteira] trescientos años. A menudo quería la suerte que al salir del cine la ciudad se hubiese cubierto inesperadamente de nieve, y el prodigio era aún mayor, se diría que desembocábamos en otra ciudad y en otro tiempo más medieval aún que el que gastábamos por allí.

No sé que valor tienen estos libros, pero me gustaría que entrando en ellos a la gente se le olvidara también, como a Stendhal cuando escribía, el paso del tiempo.

Porque es el tiempo, en realidad, lo que pasa, como el viento que sopla donde quiere en aquella película de Bresson, en los diarios de Trapiello. En este Troppo vero que ahora me acompaña por las noches, libros de varia lección, que diríamos, como la que encontramos en las páginas 68 y 69:

LA invisibilidad quizá no sea buena para muchos libros, pero sí la penumbra, al menos para estos. De chico, cuando volvía de jugar de la calle, casi de noche, me encontraba a mi madre preparando la cena. Le gustaba mucho posponer el momento de encender la luz, acaso por estar un poco más al lado del día. Al entrar en la cocina, no veía nada, quiero decir, que para mí todo se volvía invisible, y protestaba. A mi madre le hacía mucha gracia aquello, y aconsejaba paciente: yo veo perfectamente; sólo tendrías que quedarte un rato aquí, y verías igual que yo.

Solo tendrías que quedarte un rato aquí... Otra vez la espera, ¿verdad, Pepe? Toda una poética. Lo dicho, varia lección. Una lección de literatura. Una lección de cine. Una lección de penumbra.

5 comentarios:

  1. Una vez más: leerte da ganas de leer.
    Gran 2010 para vos y tu familia.

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  2. Me apetece mucho empezar este libro.

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  3. Me gusta lo que has escrito. Te seguiré.

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  4. recien te conozco no creo haberte leido antes me gusta tu estilo de paalabras.Para vos lo mejor con vos de vos y mi
    besos

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  5. Genial, Andrés Trapiello. Pero de lo mejor. Vivan los trápalas. El ombligo de Mazinger Z era más humilde que esa pedante bolsa de gas leonés. Cuánto se reconforta Madrid sabiendo que el superescritor de la supernada Supertrapiello no para ni durmiendo, el jodío ínclito. Lástima de Bushmills y a la mierda mi alma, por hablar.

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