16/12/09
La sal de la tierra
Hice un alto en el guión que estoy escribiendo para ir a comprar el pan y, de paso, estirar la espalda. Llevo unos años frecuentando una frutería en la que encontramos el pan que nos gusta. Un establecimiento pequeño, estrecho y oscuro que atiende una mujer joven, entrada en carnes y desinhibida. Suelo encontrarla en compañía de una clienta habitual y amiga, una o dos que veo de vez en cuando, y alguna que no vi antes. Me conocen, eso quiere decir que saben dónde vivo y que mi mujer es la orientadora del instituto. O sea, para las mujeres que suelo encontrar allí cuando aparezco a mediodía soy o home da orientadora.
No sé por qué, a pesar de las canas (aunque canas es un eufemismo, no tengo otra cosa), les inspiro el aquel de escandalizarme, así que en cuanto la frutera me ve en la puerta procura derivar la conversación hacia pormenores que juzga subidos de tono, incluso procaces. Supongo que, como sonrío abiertamente, se sienten reforzadas y ya se ha convertido en un juego verbal improvisar el quiebro sexual del asunto que las entretiene. Hace unas semanas, por ejemplo, en cuanto entro y cojo una bolsa para llevarme unos tomates, la frutera comenta que es una pena que no le gusten las mujeres, porque nada le resultaría más a mano que, en cuanto le entraran las ganas, cruzar el pasillo y llamar a la vivienda de la amiga (de palique con ella junto al minúsculo mostrador, que vive en el mismo piso y que le sigue el juego) con la disculpa de pedir un poco de sal. Entonces una mujer con un rostro que recordaba la máscara de Buster Keaton suelta con un regusto de envidia en las palabras y mirándome con un punto descarado:
-E por riba, poden darlle canto queiran que non empreñan.
Pero hoy, cuando llegué, sólo estaba la frutera y una mujer de sesenta y tantos años pasándole bolsas de fruta y verduras para que las pesara:
-Mi marido y mi hijo ya lo sabían, pero a mí el médico me comunicó hoy que tenía cáncer.
Silencio, como valorando que atendíamos. Prosigue:
-Ahora hay dos posibilidades, si la nuclear que ya me hicieron salió bien, me operan y me cortan un pulmón. Si la nuclear salió mal, entonces ya sólo queda lo otro.
La quimioterapia, añade la frutera.
-Eso. A mí me dio no se qué lo mal que lo pasaron estos días mi marido y mi hijo, haciendo como que no sabían, mira tú. Con lo sencillo que le hubiera sido al médico decírmelo a mí primero.
Cuando volvía a casa, me pesaban más de la cuenta las naranjas y el pan. Quizá fuera la congoja que alguien había descargado a base de palabras. O era la sal de la tierra que llevaba conmigo con el pan nuestro de cada día.
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Lo cotidiano nos envuelve y nos pesa cuando roza nuestras vidas.
ResponderEliminarDiferentes estas dos últimas entradas
Como Siempre, Gracias
Un saludo
Nos levantamos por la mañana, tenemos un sitio dónde ir, estamos sanos...y la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de lo afortunados que somos.
ResponderEliminarDe niños todos teníamos lo mismo, prácticamente. Y envidiábamos -si es que llegaba a ser envidia- el pelo liso, el cutis fino.
ResponderEliminarDe adolescentes todos teníamos lo mismo, prácticamente. Entonces mirábamos el vespino, o el primer coche de segunda mano.
Hoy miro a mi alrededor, y es una suerte increíble tener a los mismos padres y hermanos que tuve siempre, porque mucha gente va pudriéndose y cayendo a nuestro alrededor.
Besets