18/12/09

Acuse de recibo


Quizá sea por la edad, pero en los últimos diez años, cada vez que he vuelto a leer La isla del tesoro, acaban por calarme hondo momentos que antes apenas si eran transiciones o preludios de los momentos fuertes del más maravilloso de los relatos. Hoy, cuando la llegada por sorpresa de tres ejemplares de La isla del tesoro y el camino que recorrieron para llegar a mis manos me han hecho feliz, recordé que en la última lectura de mi libro favorito me ha conmovido como nunca ese momento del capítulo 7 -Voy a Bristol-, el primero de la 2ª parte, en que Jim Hawkins vuelve a la posada del Almirante Benbow para despedirse de su madre, antes de embarcar en la Hispaniola, y se encuentra a un aprendiz que ocupa su lugar:

Al ver a aquel chico fue cuando comprendí, por primera vez, mi situación. Hasta aquel momento había pensado en todas las aventuras que me esperaban, pero no en el hogar que abandonaba, y ahora, al ver aquel torpe desconocido que iba a quedarse en mi sitio y junto a mi madre, tuve el primer ataque de lágrimas. Temo que traté al muchacho como a un perro, pues como era nuevo en el trabajo tuve cien oportunidades de corregirle y de dejarlo en ridículo, y no le perdoné ni una.

Pasó la noche y al día siguiente, después de cenar, Redruth y yo volvimos a ponernos en camino. Me despedí de mi madre, de la caleta en que había vivido desde que nací y del viejo y querido Almirante Benbow, que desde que lo habían vuelto a pintar ya no me resultaba tan querido. Uno de mis últimos pensamientos lo dediqué al capitán, que tantas veces se había paseado por la playa con su tricornio, la cicatriz del sablazo en la mejilla y su viejo catalejo de metal. Un momento después habíamos dado la vuelta al camino y perdí de vista la casa.

(Traducción de Fernando Santos Fontela)

Y la infancia quedó atrás. Y quizá sea el latido de esa herida, envuelta en la prosa de R. L. S. decantada por el tiempo, el que escucho más adentro. Una música lo envuelve a uno, como las hojas del otoño, como una lluvia mansa de melancolía.

2 comentarios:

  1. Confeso que eu tamén teño a Stevenson no andel dos libros sagrados e sempre que volvo polas súas páxinas acontece algo semellante, sorpréndeme a profundidade e sinxeleza coa que ispe a alma humana no entretido fragor das aventuras trepidantes.
    A cita tamén é unha fina amostra do olfacto de cineasta: cheo de imaxes que poden ser narradas significativamente cunha cámara e con capacidade para describir a parte máis honda da alma do personaxe.
    Polo demais, na derradeira frase vive un poema.

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  2. Esta reseña ha traido a mi memoria una colección que tengo por casa, editorial Bruguera, todo libros de aventuras. Geniales

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