28/1/14

Murnau, ora pro nobis


Arrecia el temporal mientras leo un artículo de Víctor Erice sobre Theo Angelopoulos en un número doble de la revista Shangrila dedicado a la obra del cineasta griego. Traigo aquí un par de párrafos del texto de Erice donde evoca sus encuentros con el director de Paisaje en la niebla:

Cuantas veces -en Grecia, en España- hablé con Theo Angelopoulos, y cuando él aludía a su trabajo como cineasta, me daba cuenta de las sensibles diferencias existentes entre nuestras respectivas concepciones del relato en imágenes. No obstante, yo no le concedía mucha importancia a este hecho. Me decía a mí mismo que, en el fondo, se trataba solamente de dos maneras diferentes de vivir el cine, especialmente la práctica del oficio.

Erice con Angelopulos en mayo de 2008, 
delante del Círculo de Bellas Artes de Madrid. 
(Fotografía de Luis Sevillano.)

Theo hablaba de lo que había hecho y de todo aquello que todavía le quedaba por hacer con una exaltación y una firmeza cautivadoras. Tenía entonces entre manos -recuerdo- la posibilidad de construir de la nada, en medio de un páramo por él elegido, un pueblo entero concebido a imagen y semejanza del que una noche había soñado. Una tarea para cuya realización contaba con un periodo de tiempo que se extendía a lo largo de seis meses de rodaje, propia del demiurgo que habitaba en su interior. No cabía otra cosa que escucharle -lo reconozco- con un punto de envidia (¡quién no ha querido alguna vez, en su juventud, ser un director de cine a la manera de Murnau!), y a la vez desde la distancia que a uno le correspondía al transitar por el camino de una modernidad de inspiración rosselliniana, curtida en la renuncia, entregada al azar.

Lo confieso, me tentó reducir la entrada a esa línea entre paréntesis (y entre admiraciones): ¡quién no ha querido alguna vez, en su juventud, ser un director de cine a la manera de Murnau! (Eso, a ver, ¿quién no?)

Fotograma de El espíritu de la colmena de Erice

Esa línea dice mucho de quien la escribe (y quizá de quien la cita, vete a saber), pero preferí conservarla en su contexto, porque revela -como al acaso- las tensiones que nutren el oficio de filmar -el oficio de vivir (el cine)-, no de Angelopoulos, desde luego, sino de Víctor Erice: esa lucha -sí, agónica- de su cine entre Murnau y Rossellini.

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