15/1/14

El cine de los espejos


La aventura (1960) de Antonioni

El cine que nace con Griffith hizo de la pantalla una ventana abierta al mundo y un espejo donde el mundo se reflejaba. La ubicuidad de la cámara le ofrendaba al espectador inmóvil en su butaca la total accesibilidad a un mundo en plenitud; un mundo despedazado en planos, es verdad, pero que el montaje suturaba para hacernos sentir su legibilidad y una impresión de convincente totalidad. El cine clásico esconde los artificios narrativos -y técnicos- para presentarse ante el espectador en toda su transparencia (como si el cine se hiciera solo).

Baby Doll (1956) de Kazan

Tan transparente el cine clásico que el rostro se ve como espejo del alma; dicho de otra forma, los personajes pueden mentir, pero sus rostros nunca. Béla Balazs, uno de los primeros teóricos del cine, nos recuerda que en tiempos del cine mudo (por llamarlo de alguna manera: en el cine mudo los personajes hablaban, aunque no se les escuchara, y tampoco era silente, porque casi siempre tenía acompañamiento musical, y aun en las proyecciones de postín, efectos sonoros en directo, tras la pantalla, como en el estreno de El nacimiento de una nación, pongamos por caso), los espectadores se sumergían en los rostros proyectados en la pantalla como en un espejo en el que aparecía la raíz del alma, su fundamento.

The Scarlet Empress (1934) de Sternberg

Como ya casi hemos dejado de ir a las salas, ya casi hemos olvidado esa mirada excesiva que se destilaba al contemplar un rostro de treinta metros cuadrados o más que inundaba la pantalla de los cines; por así decir, los rostros en la pantalla del televisor o del portátil son rostros a escala doméstica, domesticados; aquellos rostros elíseos -sagrados- y fascinantes del cine de nuestra infancia (más que haberlos visto pareciera que los hemos soñado) sólo podemos invocarlos con la memoria y la escritura. Como escribe Raymond Bellour -en El cuerpo del cine, ese libro inagotable-, en el adulto que piensa en el cine hay siempre un pensamiento dirigido al niño de cine que lleva dentro, y aun a todo niño poseído por la fascinación del cine. Nos vemos en aquel niño que fuimos como en un espejo que cobijara el último reducto de nuestra identidad como espectadores. El rostro como espejo del alma, decíamos, en el cine clásico...

La edad de oro (1930) de Buñuel

Hasta que los espejos tomaron el espejo de la pantalla al asalto de la mirada cándida del espectador (ya desde la experimentación fílmica en los años veinte) y empezó a inquietar -y quebrar- los modos de ver el cine, hasta empañar la transparencia y volver visible el artificio, la representación; en definitiva, empezamos a ver que el cine era una construcción, no ya para nuestra mirada, sino de nuestra propia mirada. (Lo venimos anticipando en la subtrama de las imágenes que hilvana estas líneas.)

La terra trema (1948) de Visconti

Los espejos en el cine ponen en escena el aquel de ver -de ver mirar-, que deviene un espectáculo para nuestra mirada. Por un lado, los espejos nos hacen más conscientes del acto de ver y, por otro, subrayan la naturaleza del artificio, de la imagen: el cine no es una ventana abierta al mundo ni un espejo que refleje de forma natural lo que se ha visto; lo que vemos es una representación, o sea, como escribía Godard en aquel cartel rotulado de Vent d'est, no es una imagen justa, sino justo  una imagen.


Cómo se le llame a este cine (barroco, manierista) es lo de menos, lo que importa es que reclama -como el cine moderno- otra forma de ver y depara otros placeres para el ojo goloso y fascinado del espectador. Como ese ojo -de Norman Bates (en Psicosis)- arrebatado en el aquel de mirar que Hitchcok ofrenda a nuestros ojos cautivos en el aquel de ver mirar.


Y hay (ya) tantos espejos en el cine que un cine sin espejos deviene casi inverosímil.

Nosferatu (1922) de Murnau
Los muelles de Nueva York (1928) de Sternberg
Ninotchka (1939) de Lubitsch
Las tres noche de Eva (1941) de Preston Sturges
Detour (1945) de Ulmer
The Dark Mirror (1946) de Siodmak
On Dangerous Ground (1951) de Nicholas Ray
Los sobornados (1952) de Fritz Lang
Los amantes (1958) de Louis Malle
À bout de souffle (1960) de Godard
El año pasado en Marienbad (1961) de Resnais
Naked Kiss (1964) de Fuller
Repulsión (1965) de Polanski
Effi Briest (1974) de Fassbinder
Taxi Driver (1975) de Scorsese
Opening Night (1977) de Cassavetes
Loulou (1980) de Pialat
Paris-Texas (1984) de Wenders
Tabú (2012) de Miguel Gomes

El cine ama los espejos.

(Pasión de los fuertes, 1946) de Ford

Y los espejos se ven en el cine como en casa propia.

Gun Crazy (1950) de Joseph H. Lewis

(No podía ser de otra forma: todo espejo es una cámara y un proyector en la medida en que capta y devuelve la imagen.)

El imperio de los sentidos (1976) de Oshima

Pantallas dentro de otra pantalla, encuadre dentro de otro encuadre, laberintos de la mirada. Múltiple y voluble. Lunar.

Chungking Express (1994) de Wong Kar-wai

Ejercicios de máscara y sudarios de desnudo desvalimiento.

El ángel azul (1930) de Sternberg
Casablanca (1942) de Michael Curtiz

Yo que sentí el horror de los espejos... escribió Borges.

Los ojos sin rostro (1960) de Franju

Cuántas películas con los espejos como motivo cardinal. Y filmes que ya nos resultan inconcebibles sin espejos.

Vértigo (1958) de Hitchcock

Y aun aquellos que parecen haber caído en un espejo y aguardar por una mirada que los invoque y entonces dejarse ver.

Un verano con Mónica (1953) de Bergman: 
Mónica se nos aparece en el espejo.

Filmes devorados por los espejos. El espejo como pozo de ausencias, un nido de fantasmas. Lo que han visto las espejos. Abismos de la memoria.

Final de Un verano con Mónica
La memoria de lo perdido en el espejo.

Espejos como puertas: otro mundo al otro lado del espejo.


Orfeo (1950), Cocteau a través de los espejos.


Espejos como heridas de la mirada.

El apartamento (1960) de Billy Wilder

Y de la identidad.

Bigger Than Life (1956) de Nicholas Ray

Hasta el agua cobra visos de espejo para el Narciso que lleva dentro el cine.

El ladrón de Bagdad (1940) de Michael Powell

Un cine que ama ver -y verse- mirar, como si el cine se contemplase en el espejo de la conciencia (del cine: de ser cine, ficción y documento de la ficción, un como si y el documento que acredita la producción del como si).

Cautivos del mal (1952) de Minnelli

Espejos como palacios de cristal de una memoria inconsciente.

Cloak and Dagger (1945) de Fritz Lang

Cuenta Giorgio Agamben que entre la percepción de una imagen y el reconocerse en ella existe un intervalo que los poetas medievales -fascinados por los espejos- llamaban amor. El amor que desprende nuestra mirada cuando reconocemos a aquel niño que aún somos en el espejo de la memoria de las películas de nuestra vida. No otra cosa que ese espejo se quiere esta escuela que hoy cumple cinco años.

6 comentarios:

  1. Felicidades por los cinco años este recuncho que visito con pasión.

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  2. Enhorabuena por este blog modélico desde todos los puntos de vista. Como mínimo el objetivo es llegar a cumplir otros cinco años más.

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  3. Feliz cumpleaños y enhorabuena por el trabajo, en el que no sé qué es mayor: el conocimiento o la pasión.

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  4. Tremendo reportaje, una gozada.

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