24/1/14

Cuánto cuento cuanto somos


Ayer vimos Stories We Tell (2012) de Sarah Polley. Las historias que contamos. La tenía pendiente desde hace unos meses, pero entonces vimos Lejos de ella (2006), su primer largometraje como directora, sobre un relato de Alice Munro, y nos decepcionó: hay una historia pero falta mirada, o sea, cine (o no cuaja), y acaba por malbaratar un estupendo material de partida, The Bear Came over the Mountain, que aquí se tradujo como Ver las orejas al lobo, el cuento que cierra Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, uno de los libros de relatos de la aún reciente Nobel de literatura; en fin. que se nos enfriaron las ganas de ver Stories We Tell. Pero el miércoles la película se coló en una sobremesa con Pepe Coira y nos la recomendó muy vivamente.


Y sí, hay cine -y cine del bueno- en Las historias que contamos, una película que hilvana con maestría materiales diversos -entrevistas, la grabación de una larga carta, imágenes de archivo, falsas imágenes de archivo, películas caseras, falsas películas caseras...- en torno a la memoria familiar de la cineasta -esta vez merece tal calificativo con todas las letras-, que gira en torno a un centro de gravedad -la madre muerta- y se despliega con la indagación alrededor del misterio de una paternidad; una estructura tan tramada -intriga, sorpresas, giros, revelaciones...- que resulta estéril hablar de un documental: la verdad no aflora en la veracidad de los materiales sino en la mirada (la escritura fílmica) que los inviste de sentido, o sea, en la ficción que los ordena.


No quiero entrar en detalles para no estragar los placeres que depara una película aun caliente, sólo añadiré que Stories We Tell explora el trabajo de la memoria, es decir, cómo nos cuenta la memoria las historias que contamos (y no desdeña la discusión a propósito de cómo contar que la memoria cuenta); en ese sentido, no resultan en absoluto gratuitas esas falsas películas caseras o esas falsas imágenes de archivo, que tampoco pretenden engañar (cualquier espectador atento puede detectar la ficción de esas escenas), sólo quieren denotar la memoria -y las memorias- como género narrativo: la memoria fabula sin tregua y porfía por dotar de sentido cuanto registra, o lo que es lo mismo, inventa (nuestra identidad, pongamos por caso). Stories We Tell deviene así un artefacto narrativo que funciona como una memoria en construcción; en otras palabras, el cómo es el qué (y viceversa). En fin, una película con visos de memoria.


La memoria no es un arca del tiempo perdido. Ni un cajón de sastre de los recuerdos. Ni un registro de las emociones. Ni un archivo de las imágenes del pasado. La memoria es un cuento. O mejor, la memoria es un cuentacuentos. Claro que qué otra cosa puede hacer. No es una caja (inerte) donde guardar las hojas impresas arrancadas del calendario. La memoria está viva y hace cosas con las impresiones. Tiene tiempo y con el tiempo los recuerdos fermentan, o sea, experimentan una metamorfosis. Digámoslo como lo dijeron Marsé o Lobo Antunes: la imaginación no es otra cosa que memoria fermentada. O dicho de otra forma: la memoria, con el tiempo, imagina. Cuenta historias, pone en escena el pasado, se monta películas. Como Stories We Tell sin ir más lejos. La memoria, cuánto cuento cuanto somos. Las historias que contamos.

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