Con la última entrega de carteles de cine del año quiero celebrar un ciclo de películas que anudan, como pocas veces hemos visto, el cine y el amor (y el amor al cine), vivir y rodar, y donde filmar deviene una forma de amar con todos sus delirios y demonios, y el encuentro de la cámara con un rostro se transfigura en el sueño de revelar un alma. Que arde: el cine de Anna Karina con Godard.
No pasa un año sin ponerle los ojos encima a alguna de las siete películas -echo la cuenta sólo de los largometrajes- que rodaron juntos Godard y Anna Karina. Hace nada volvimos a ver Pierrot le fou: con Ángeles, es aún más bella. Y escuchar en su compañía a Anna Karina decirle a Jean-Paul Belmondo dejemos de fingir que estamos en una novela de Julio Verne y volvamos a nuestro thriller con coches, pistolas y discotecas suena mucho mejor.
Esas películas de Anna Karina con Godard, entre 1960 y 1966, pespuntan una de las más bellas constelaciones de los últimos sesenta años de cine. Y sus imágenes enhebran una de esas derivas sonámbulas que uno transita como un vagabundo incurable y melancólico cuando pasma ante una ventana que se abre hacia un paisaje íntimo, habitado por las huellas de la memoria de Verónica Dreyer (Le petit soldat, estrenada en 1963 pero rodada en 1960), Ángela (Une femme est une femme, 1961), Nana (Vivre sa vie, 1962), Odile (Bande à part, 1964), Natacha von Braun (Alphaville, 1965), Marianne Renoir (Pierrot le fou, 1965) o Paula Nelson (Made in USA, 1966). Todas las Anna Karina de Godard. Todos los Godard de Anna Karina. La huella de Odile en Bande à part cuando se quita las medias negras para que sus colegas se cubran la cara con ellas en un atraco. La huella de Nana en Vivre sa vie bailando en torno a la mesa de billar. La huella de Natacha en Alphaville leyendo Capital del dolor de Eluard.
Anna Karina con Godard
Godard filmaba a Anna Karina como si inventara el cine pero con toda la memoria del cine en cada fotograma. Con arrobo, desgarro y desesperación. Con amor, humor y dolor. Cine traspasado por los latidos de todas las convulsiones que experimentaban en el curso del tiempo. Se palpa el rastro lírico y trágico de la fascinación, de la herida, de la amargura. Y una belleza fatal. Esas películas sólo podían germinar en una de las encrucijadas más arrebatadas, románticas y agónicas de la historia del cine, aquella que reunió durante siete años a Godard con Anna Karina (sólo comparable a la de Rossellini con Ingrid Bergman). Cine candente. Anna Karina y Godard. Arden aún. En la oscuridad. La única pena fue no haber visto esas películas cuando tenía veinte años. Lo confieso (o quizá ya lo confesé), es algo que le envidio a nuestro hijo.
Valgan estos carteles como umbral para transitar el cine de Godard y Anna Karina. Desnudo, vulnerable, áspero, imperfecto, vivo. Hecho con las manos en el corazón de las cosas que suspiran por una candela en la negra sombra. Cine de verano e invierno, intimidad e intemperie, agonía y éxtasis. La historia de un cineasta que filma a la mujer que va a amar, que ama, que ha amado. Un retrato de Anna.
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