Uno se sigue maravillando de que libros tan pequeños como los de Erri De Luca, verdaderas rebanadas de experiencia, hagan tanta compañía; y puedan llevarse -ardientes- en la mano, como una vela en la palmatoria, sin quemarse. Bastan las seis páginas de La falda azul (¡cuánto me gusta!), un cuento agavillado en El contrario de uno para que vuelvan los años rojos, las vietnamitas, y la incandescencia de lo perdido, mucho más que la revolución. De entre las páginas de algunos cuadernos espigo frases suyas; cuando no se cita el libro, provienen (seguramente) de entrevistas en periódicos o revistas.
Mi única forma de conocimiento es la experiencia física. No tengo ideas abstractas. Mi cabeza es la última en enterarse de todo.
Nacer y crecer en Nápoles agota el destino, vaya uno donde vaya, ya lo ha recibido como dote, mitad lastre, mitad salvoconducto. En los relatos de mamá, de la abuela, de la tía, estaban los grandes almacenes de historias. Sus voces han formado mi sintaxis, mis frases escritas no son más largas que el aliento que se precisa para pronunciarlas.
(En Los peces no cierran los ojos.)
He habitado el cuerpo encontrándomelo ya lleno de fantasmas, pesadillas, tarantelas, ogros y princesas.
(Ibídem.)
Tanto la casa de mi padre como la de mi madre fueron bombardeadas durante la guerra, y lo único que pudieron salvar entre los escombros fueron los libros.
Pasé mi infancia en una pequeña habitación con libros hasta el techo. Dormí rodeado de libros. (...) Los libros han sido la mejor compañía.
La infancia es nuestro venero, nuestra integridad, es la criatura de la que provenimos, y de la que somos sus restos habiendo perdido muchas piezas por el camino. No es la patria del escritor, sino el origen del ser humano. Regreso con gusto al pasado porque no me gusta inventar. Tomo lo que ya ha sucedido y desde ese punto de vista no me considero un autor, aunque vivo gustoso de los derechos de autor. Me considero más que autor, un relator de historias inventadas por la vida misma.
Me basta con los estudios que tengo, sé el italiano, un idioma tranquilo que se está quieto dentro de los libros.
(En Montedidio.)
La vela ilumina la oscuridad, no la ahuyenta.
(Ibídem.)
El libro electrónico depende de la energía porque debe enchufarse, mientras que el libro tradicional es, en sí mismo, una fuente de energía.
La felicidad es un regalo, no un proyecto.
Porque felicidad para nosotros ha sido un barrio insurrecto de repente a nuestro lado y a nuestro alrededor. Llamábamos a esas cosas comunismo, pero procedíamos por aproximación, aquello era sobre todo una forma de felicidad áspera y ahumada.
(En Anuncio jamás enviado, un cuento de El contrario de uno.)
No entiendo al escritor que habla del miedo a la página en blanco. ¿Qué quiere? ¿Encontrarla ya escrita? (...) La página tiene que estar en blanco, y la ensucio yo.
La música, como la sal, conserva mejor.
(En La camisa en la pared, un cuento de El contrario de uno.)
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