Tal día como hoy hace cincuenta años murió una chica llamada Norma Jean. Y una actriz llamada Marilyn Monroe, esa máscara tan frágil que se inventó Norma Jean para que todo el mundo la quisiera. Ese mismo día nació un mito, quizá el último de los mitos del cine; justo cuando agonizaba ese mismo cine que los había inventado. Un mito con dos MM. El cartel del último festival de Cannes celebrado el pasado mayo le rindió un homenaje a Marilyn Monroe con una foto suya en una limusina, celebrando los treinta años el 1 de junio de 1956.
Un cartel que nos sirve de umbral a esta tercera entrega sobre los carteles de cine que dedicamos a Marilyn Monroe. O a Norma Jean. Me vienen a la memoria algunas pinturas del maestro -las marilyns, de los años setenta-, que sólo pude ver en diapositivas, como iconos de una inmolación. Alguna vez imaginamos un Teatro Principal de Tui restaurado -esa lucha agónica que va a acabar con la salud de Esther- donde celebrar un ciclo dedicado a Marilyn, y uno veía ya el cartel -a partir de una de las marilyns del maestro- que lo anunciaba. Quizá esta muestra de afiches de películas de Marilyn pende de un hilo de ese sueño y se despliega como una verdadera antología de las formas del diseño gráfico en los carteles de cine desde finales de los cuarenta hasta principios de los sesenta.
No aparece en el cartel (ni su imagen ni su nombre) y tampoco en la ficha técnica, pero fue la primera película de Marilyn. Su primer papel, Peggy. Rodó dos escenas y sobrevivió una en la copia definitiva, una escena con frase, o sea, con una sola frase -¡Hola, Rad!-, que le dirige a la protagonista, la June Haver del cartel. Se estrenó en abril de 1948. Pero en diciembre de 1947 se había estrenado Dangerous Years, aunque se rodó después de Scudda Hoo! Scudda Hay! Marilyn era Eve, la camarera de un local con clientela adolescente; esta vez aparecía en la ficha técnica en el 14º lugar del reparto y en algún cartel queda un rastro de su presencia.
Será en una película tan insignificante como Las chicas del coro (1948), que rodó en diez días uno de los directores aureolados de la serie B, donde conseguirá un papel principal -otra Peggy-, canta un par de canciones, y le otorga crédito y efigie en el cartel.
En la cuarta película, Love Happy (1950) -que aquí se tituló Amor en conserva- aparece en una escena para darle pie a dos o tres réplicas de Groucho Marx con sucesivas miradas cómplices (de ojos revirados) hacia el espectador. En el cartel, apenas una figura recuerda a Marilyn.
No fue precisamente una carrera meteórica. Sus comienzos fueron un paso adelante dos atrás, o tres o cuatro. Como este A Ticket to Tomahawk (1950), sólo se la ve en una escena donde canta y baila. Tampoco se la ve en el cartel (¿o sí?), sólo en algún cuadro (con seguridad).
Entonces llega el primer papel memorable, la Angela de La jungla de asfalto (1950) de John Huston; un papel de apenas tres escenas, cinco minutos en pantalla, pero se nos van los ojos con ella y comprendemos la mirada cautiva del tío Lon (Louis Calhern), y los dos minutos y medio de su última escena -donde destila candidez, miedo, pena, gratitud y autodesprecio pespuntados por un infantil egoísmo- se nos quedan en la retina. En los carteles, la vemos pero no la leemos.
Sin embargo, como sucederá con otras películas suyas, los carteles se rediseñarán para llamar la atención sobre ella cuando se convierta en un apremiante e infalible reclamo para la taquilla.
Luego un pequeño papel como Miss Casswell -"graduada en la Escuela de Arte Dramático de Copacabana" (como apunta el crítico teatral encarnado por el gran George Sanders)- en Eva al desnudo (1950) de Mankiewicz, que dio bastante menos de sí que el de Angela. Mejor no buscarla en el cartel.
Aunque sí podemos encontrarla en los de películas muy menores de 1951. En las olvidables (si no se tratara de Marilyn Monroe) Iris, Harriet, Roberta o Joyce de sucesivos pasos atrás.
Hasta que encarna otra Peggy, esta vez en Clash by Night (1952) de Fritz Lang, un papel secundario pero convincente y en una buena película. Buena, teniendo en cuenta la filmografía de Lang; pensando en la de Marilyn hasta ese momento, fuera de serie. Y con su lugar relevante en el cartel.
Y hace sesenta años justos se estrena Niebla en el alma, con Marilyn como Nell Forbes, su primer papel protagonista. No es una gran película pero tampoco desdeñable, vale la pena verla y representa la prueba definitiva de que Marilyn y la cámara estaban hechos la una para la otra.
También en 1952 estrena Me siento rejuvenecer, con un papel secundario -Lois Laurel- pero al lado de Cary Grant y en una espléndida película de Hawks (con el que repetirá en Los caballeros las prefieren rubias); en fin, palabras mayores.
Y en enero de 1953 llega a los cines Niágara, con Marilyn como Rose Loomis, una ardiente cascada vestida de rojo. De aquí en adelante ya es historia.
Quién se va a olvidar de Lorelei Lee. Aunque tampoco de la espléndida Jane Russell.
O sencillamente de la chica del piso de arriba, en su primera película con Wilder, esa tentación del cartel diseñado por Saul Bass.
Y quién no abrazaría a Cherie y se la llevaría lejos de ese vaquero histérico que la quiere tanto.
Y quién va a negar que Elsie Marina hace de Lawrence Olivier un guiñapo.
Y cómo no maravillarse con esa inadjetivable -que diría Bénard da Costa- Sugar Kane.
Cartel polaco de Con faldas y a lo loco
de Wieslaw Walkuski
Y quien no quisiera ser Clark Gable -y habría que ser alguien como él- para cuidar de Roslyn.
Cartel polaco de Vidas rebeldes
diseñado por Jerzy Jaworowski
Fue su última película. Y la de Clark Gable, que morirá unos días después de rodar su último plano. Y una de las últimas de Montgomery Clift. Norma Jean no hubiera podido elegir un mejor final para prender una leyenda. Que arde. Aún.
Las lágrimas -y las palabras- de Joanie (la estupenda Chistina Hendricks) por la muerte de Marilyn en el noveno episodio de la segunda temporada de Mad Men le rindieron uno de los más bellos homenajes a Norma Jean. Joanie y Peggy (Elisabeth Moss) y las demás chicas de la agencia de publicidad la sentían como alguien importante en sus vidas, la veían como una de ellas y tenían la convicción de que este mundo la había destruido; en Marilyn experimentaban lo difícil que era ser una chica como ellas en aquel tiempo, por eso les resultaba tan doloroso: era una de las suyas. Aquel episodio trasfiguraba la muerte de Marilyn en una victoria de Norma Jean: como si al fin lo hubiera conseguido. Que la quisieran.
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